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dissabte, 15 d’agost del 2009

Contra la utopía


JOAN PAU INAREJOS

Desde su púlpito de sosegado conservador británico, el politólogo John Gray (Misa negra. Religión apocalíptica y muerte de la utopía, 2007) lanza una durísima invectiva contra las utopías modernas. En un triple salto mortal, Gray emparenta a los neocons con los bolcheviques, y a éstos con los jacobinos y los milenaristas medievales; todos ellos, arguye el inglés, tienen la creencia común de que el mundo puede ser transformado y perfeccionado gracias a la acción humana de unas minorías movilizadas -y, si hace falta, violentas.

De este modo, la democracia universal justifica la masacre de Irak, la revolución republicana ampara el terror y las guillotinas, y la pureza evangélica de los reformadores inspira terribles matanzas en el Medievo. En todos ellos subyace un idealismo fogoso, una fe típicamente occidental, de hondas raíces cristianas, en el fin de la historia.

Según Gray, la última utopía, la de la democracia universal, se ha propagado a destajo sin pensar en sus terribles consecuencias civiles. Los Bush y Cheney, pero también los Clinton y los Blair, han dejado tremendas resacas en sus empresas occidentalizadoras: en el mundo árabe han desencadenado el islamismo radical, en los Balcanes han abierto la caja de los truenos del nacionalismo étnico, en la URSS primero han levantado la corruptocracia (Yeltsin) y luego el neonacionalismo de Estado (Putin).

Pero John Gray lleva más allá su provocación. La utopía occidental no sólo se ha colado en la corriente dominante de muchos gobiernos -Bush es un iluminado ascendido a presidente de superpotencia- sino que también se ha infiltrado en desconcertadas minorías del mundo musulmán hasta producir el terrorismo islamista.

Sostiene Gray que Al Qaeda no es un ningún subproducto histórico ni ningun retroceso arcaizante, sino todo lo contrario: una empresa netamente moderna, heredera del radicalismo occidental que cree en la posibilidad de cambiar el mundo por la fuerza. El propio concepto de umma o comunidad musulmana occidental no sería un legado de la tradición mahometana sino un concepto imaginado y reconstruído en el exilio de aquellos que emigran a Occidente.

Frente a todos los iluminados y los partidarios de la disolución ideológica del mundo -desde los terroristas islamistas hasta los agresivos ejecutivos globalizadores-, John Gray saca su vena insular y hace algo tan aparentemente rancio como reivindicar la vigencia del Estado-Nación: estos constructos decimonónicos, dice el escéptico inglés, son los únicos garantes reales de las libertades individuales.

JOHN GRAY, 'MISA NEGRA. RELIGIÓN APOCALÍPTICA Y MUERTE DE LA UTOPÍA' (2007)

"Los jacobinos fueron los primeros en concebir el terror como instrumento para el perfeccionamiento de la humanidad"

Las religiones políticas modernas tal vez rechacen el cristianismo, pero no pueden subsistir sin demonología [teoría de los espíritus]. Los jacobinos, los bolcheviques y los nazis creían enfrentarse a amplias conspiraciones organizadas contra ellos, al igual que lo creen los islamistas radicales de la actualidad. Nunca son los defectos de la naturaleza humana los que bloquean el camino hacia la utopía: la culpa siempre es imputable a las fuerzas del mal. Al final, estas fuerzas tenebrosas caerán, pero no sin antes haber tratado de frustrar el progreso humano con toda clase de artimañas nefandas. Se reproduce así el síndrome milenarista clásico: por la forma en que cada una de ellas ha determinado la política moderna, la mentalidad milenarista y la utópica son la misma cosa (...).

Los jacobinos fueron los primeros en concebir el terror como instrumento para el perfeccionamiento de la humanidad. La Europa medieval no era precisamente un oasis de paz: fue devastada por guerras casi continuas. Y aun así, nadie creía entonces que la violencia puedierse perfeccionar a la humanidad. La creencia en el pecado original se mantenía inamovible. Había milenaristas dispuestos a emplear la fuerza para derribar el poder de la Iglesia, pero ninguno de ellos se imaginaba que la violencia sirviera para provocar la llegada del Milenio: sólo Dios podía hacer algo así. No sería hasta siglos después, con el jacobinismo, cuando empezara a extenderse la creencia de que el terror de origen humano tenía la capacidad de crear un mundo nuevo (...).

"Los anarquistas, Mao, Pol Pot, las Brigadas Rojas, los radicales islámicos y hasta los grupos neoconservadores están unidos por su fe en la 'destrucción creativa' "

Influídos por la fe de Rousseau en la bondad innata del hombre, los jacobinos creían que la sociedad se había corrompido por culpa de la represión porque podía ser transformada a través del uso metódico de la fuerza. El Terror era necesario para defender la Revolución frente a enemigos internos y externos; pero también constituía una técnica de educación cívica y un instrumento de ingeniería social. Rechazar el terror por motivos morales era imperdonable. Como dijo Robespierre (...), "en la piedad está la traición". Habia una forma superior de vida humana al alcance (incluso un tipo superior de ser humano), pero sólo se llegaría a ella cuando la humanidad hubiese sido purificada a través de la violencia.

Esta fe en la violencia se extendió posteriormente en numerosas corrientes revolucionarias: anarquistas del siglo XIX como Necháiev y Bakunin, bolcheviques como Lenin y Trotsky, pensadores anticoloniales como Frantz Fanton, los regímenes de Mao y Pol Pot, la banda Baader-Meinhof, las Brigadas Rojas italianas de la década de 1980, los movimientos radicales islámicos y hasta los grupos neoconservadores cautivados por sueños fantásticos de destrucción creativa. Todos estos variopintos elementos están unidos por su fe en el poder liberador de la violencia, algo en lo que, sin excepción, son discípulos de los jacobinos (...)

"Los revolucionarios renuevan los mitos apocalípticos del cristianismo primitivo; el cristianismo fue rechazado, pero sus esperanzas escatológicas no se desvanecieron"

Mientras que en el cristianismo la salvación se prometía únicamente en la vida del más allá, las religiones políticas modernas ofrecían la posibilidad de salvación en el futuro terrenal (incluso, y con desastrosos efectos, en el futuro inmediato). De forma aparentemente paradójica, los movimientos revolucionarios modernos renuevan los mitos apocalípticos del cristianismo primitivo (...). El declive del cristianismo va asociado al auge del utopismo revolucionario. El cristianismo fue rechazado, pero sus esperanzas escatológicas no se desvanecieron. Fueron reprimidas, sí, pero regresaron en forma de proyectos de emancipación universal (...).

El utopismo estuvo siempre localizado en la extrema izquierda, pero hacia el final del siglo XX, "la búsqueda de la utopía se instaló en el discurso político mayoritario" y en una "derecha poseída por ideas fantasiosas"

Desde el pasado siglo, el utopismo estuvo localizado principalmente en la extrema izquierda (...). [Pero] hacia el final de este último siglo, la búsqueda de la utopía se instaló en el discurso político mayoritario. Así, pasó a decirse, que, en el futuro sólo habría un único tipo de régimen legítimo: el capitalismo democrático de estilo estadounidense (...). La derecha due poseída por ideas fantasiosas, y como ya sucediera con los sueños utópicos del siglo anterior (aunque en este caso con mucha mayor rapidez) sus grandiosos proyectos se han desmoronado y han acabado convertidos en polvo.

En el siglo XX, parecía que los movimientos utópicos sólo podían acceder al poder en regímenes dictatoriales. Pero tras el 11-S, el pensamiento utópico empezó también a dar forma a la política exterior de la democracia preeminente en el planeta. En muchos sentidos, la administración Bush se comportó como un régimen revolucionario. Demostró estar preparada para lanzar ataques preventivos contra Estados soberanos a fin de alcanzar sus objetivos, y, al mismo tiempo, dio muestras de su disposición a erosionar derechos largamente establecidos en el interior del país (...).

Actualmente, la consecuencia es una especie de democracia antiliberal en la que se celebran elecciones, pero se disminuyen las libertades. Como en anteriores estallidos de utopismo, se han menoscabado logros pasados en aras de un futuro imaginario (...).

"Es bien sabido el desprecio de los neocons por Europa, pero ellos han inyectado una tradición revolucionaria europea ya difunta en el corazón estadounidense"

La transformación emprendida por la derecha fue profunda. Ésta se había definido a sí misma desde la Revolución francesa por oposición a las ideologías utópicas. Su filosofía se resumía en unas palabras del más grande pintor británico del siglo XX, Francis Bacon (...), quien comentó que él votaba a la derecha porque ésta sólo pretendía conseguir de hacer el mal, el menos.

En el pasado, la derecha representaba una aceptación realista de la flaqueza humana y la consiguiente visión escéptica sobre la posibilidad del progreso. No se oponía por sistema al cambio, pero rechazaba rotundamente cualquier concepción de la historia entendida como una marcha tr¡unfal hacia las cumbres iluminadas por el sol. La política era vista como una manera de afrontar la imperfección humana. A menudo, esta visión de las cosas se fundamentaba sobre la doctrina cristiana del pecado original, pero también se puede encontrar una variante de esa misma idea entre pensadores conservadores no abonados a tales creencias (...).

Pero durante esta última generación, la derecha ha abandonado aquella filosofía de la imperfección y ha abrazado la búsqueda de la utopía. Con su adhesión a esta nueva fe militante en el progreso, la derecha aceptó una corriente radical del pensamiento ilustrado (...).

Como movimiento intelectual, los orígenes del neoconservadurismo han de buscarse en la izquierda y, en ciertos sentidos, se trata de una regresión a una variante radical del pensamiento ilustrado ya desaparecida en Europa (...). Incluso en Francia (patria de los jacobinos), la fe en la revolución acabó exterminada por la propia historia del siglo XX. Pero cuando murió en Europa, no desapareció del mundo por completo. En una huida que habría hecho las delicias de Hegel, emigró a Norteamérica, donde se asentó en las filas de la derecha neoconservadora. Es bien sabido el desprecio que sienten los neoconservadores por Europa, pero uno de sus mayores logros es el de haber inyectado una tradición revolucionaria europea ya difunta en el corazón mismo de la vida política estadounidense (...).

"Los gobiernos occidentales no estaban preparados para ver cómo la difusión de la democracia desencadenaba el nacionalismo étnico en la antigua Yugoslavia y el islamismo en la antigua Asia central soviética; la teoría decía que la democracia y la liberalización traerían la paz"

El pensamiento utópico es más peligroso cuando menos se lo reconoce. La aparición durante los años noventa de una versión centrista del utopismo ilustra bien este hecho. Empezando por las políticas económicas neoliberales aplicadas en Rusia y continuando por la intervención militar humanitaria en los Balcanes, los gobiernos occidentales se embarcaron en empresas que no tenían ninguna perspectiva de éxito. No estaban preparados para ver cómo la difusión de la democracia desencadenaba el nacionalismo étnico en la antigua Yugoslavia, el separatismo en Chechenia y el islamismo en la antigua Asia central soviética. La teoría decía que la democracia y la liberalización de los mercados traerían la paz, no el crimen y la violencia.

Los gobiernos occidentales han absorbido una actitud utópica sin ni siquiera darse cuenta de ello. Gobiernos tanto de izquierda como de derecha creyeron que el resurgir nacionalista y los conflictos étnicos y religiosos no eran más que dificultades locales pasajeras dentro del avance universal hacia un nuevo orden mundial. El pensamiento realista se vio así desactivado (...).

El caso de Rusia: tras la Revolución de Octubre no está el mesianismo ni el despotismo ruso, sino el afán de "sobreposar Occidente haciendo realidad los ideales más radicales de éste"

[Otro ejemplo de la pervivencia histórica de la utopía occidental]. Las teorías sobre el despotismo oriental han sido habitualmente empleadas por los autores marxistas durante años para justificar los desastrosos resultados de las ideas de Marx en Rusia y China (...). [Tal como dicen Nekrich y Heller:] "Los historiadores occidentales establecen una línea de relación directa entre Iván Vasílievich (Iván el Terrible) y Iósif Visariónovich (Stalin)" (...). Desde el instante mismo de la caída de Constantinopla en poder de los otomanos (en 1453), se due desarollando la idea de que Moscú estaba destinada a convertirse en una "tercera Roma" (...). Durante un tiempo, quizás dio la sensación de que el nuevo régimen soviético era la plasmación de una tradición mesiánica rusa (...). Pero el mesianismo antioccidental no fue el que accedió al poder en Rusia con la Revolución de Octubre.

Los bolcheviques querían sobrepasar Occidente haciendo realidad los ideales más radicales de éste. No pretendían emular a las sociedades occidentales existentes (como había intentado con cierto éxito en su etapa final). Lenin sólo quería trasplantar a Rusia las instituciones esenciales del capitalismo occidental: la disciplina de trabajo y el sistema fabril. Era un ferviente entusiasta de dos de las más avanzadas técnicas capitalistas: el "taylorismo" (la técnica estadounidense de la llamada "gestión científica") y el "fordismo" (el método estadounidense de producción masiva en las cadenas de montaje). El propio líder bolchevique describía así su programa: "La combinación del empuje revolucionario ruso con la eficiencia estadounidense es la esencia del leninismo". Entre las [metas] más destacadas estaba la realización de la utopía ilustrada que los jacobinos y la Comuna parisina no fueron capaces de lograr. El auténtico infortunio de Rusia no fue que el país no absorbiera la Ilustración, sino que estuviera expuesto a una de las formas más virulentas de ésta.

Los suicidas de Al Qaeda son modernos en busca de sentido: dedicándose al terrorismo dejan de ser vagabundos y se convierrten en guerreros"

Los objetivos originales de Al Qaeda eran claros (la retirada de las fuerzas estadounidenses de Arabia Saudí y la destrucción de la Casa de Saud), pero, en la actualidad, ha pasado a ser el vehículo de una ira incipiente (...). Ha dejado una serie de atentados terroristas en el Reino Unido, España y Holanda, a los que no cabe definir como un simple rechazo a unas políticas occidentales concretas, sino como una muestra de repulsa de las sociedades occidentales en general.

Al Qaeda es la única terrorista que tiene alcance global. En esto, como en otros aspectos, es un subproducto de la globalización. El islamismo radical suele ser interpretado como una reacción violenta contra la modernidad, pero no deja de ser sorprendente lo mucho que las vidas de los secuestradores aéreos del 11-S se correspondían con el estereotipo de la anomia moderna.

La mayoría de los secuestradores del 11-S eran "renacidos" al Islam; es la propia globalización la que crea la imagen utópica de una comunidad musulmana mundial

Instalados en una existencia seminómada, no se les podía considerar miembros de ninguna comunidad en concreto, por lo que es fácil deducir que recurrieron al terror más para dar un sentido a sus vidas que para promover un objetivo concreto. Dedicándose al terrorismo, dejaron de ser vagabundos para convertirse en guerreros. La mayoría de los secuestradores eran musulmanes practicantes desde hacía poco: habían "renacido" al islam en Europa. El islam que ellos representan no existe en las culturas tradicionales. Es una versión del fundamentalismo que sólo pudo desarrollarse al entrar en contacto con Occidente.

Es la propia globalización la que sirve de puntal a la imagen utópica de una comunidad mundial de creyentes. Oliver Roy, el estudioso francés que ha elaborado un riguroso análisis sociológico del islam global, ha señalado precisamente que es "la creciente desterritorialización del islam la que propicia la reformulación política de una umma imaginaria" [comunidad musulmana mundial].

JOHN GRAY, 'MISA NEGRA. RELIGIÓN APOCALÍPTICA Y MUERTE DE LA UTOPÍA' (2007)

SEGUIRÁ...


dimecres, 30 de maig del 2007

Al Qaeda, fruto de la modernidad


JOHN GRAY


"Los más próximos precursores de Al Qaeda son los anarquistas revolucionarios de la Europa del siglo XIX”

No hay estereotipo que resulte más pasmoso como el que describe Al Qaeda como un retroceso a los tiempos medievales. [En realidad] es un subproducto de la globalización. Al igual que los cárteles de droga de dimensiones mundiales y las corporaciones empresariales virtuales que se desarrollaron en los noventa, evolucionó en una época en la que la desregulación financiera había creado vastos fondos de riqueza en paraísos fiscales y el crimen organizado había adquirido carácter global (…). De igual modo, la creencia de que es posible precipitar el advenimiento de un nuevo mundo mediante espectaculares actos de destrucción no se encuentra por ninguna parte en tiempos medievales. Los más próximos precursores de Al Qaeda son los anarquistas revolucionarios de la Europa del siglo XIX (…).

La Unión Soviética fue un intento de encarnar el ideal ilustrado de un mundo sin poder ni conflicto. En la procura de este ideal mató y esclavizó a decenas de millones de seres humanos. La Alemania nazi perpetró el peor acto de genocidio de la historia. La hizo con la intención de alumbrar un nuevo tipo de ser humano. Ninguna época anterior abrigó tales proyectos. Las cámaras de gas y los gulags son ‘modernos’ (…).

Si Osama Bin Laden tiene algún precursor, es el terrorista ruso del siglo XIX Sergei Nechaev, quien, al preguntársele qué miembros de la casa de los Romanov debían ser eliminados, respondió: “Todos ellos” (…)

Las ideas de Qutb [Sayyid Qutb, pensador islamista egipcio nacido en 1906] sobre la lucha revolucionaria procedían de una reciente consecha europea. Lo mismo sucedía con el enfoque del Corán, al que consideraba, de forma ultramoderna, no como una fuente de verdad literal, sino como una obra de arte. Para Qutb, la fe es una expresión de la subjetividad, un compromiso personal realizado mediante un acto de voluntad. En palabras de Binder [Leonard Binder, ‘Islamic liberalism’, 1988]: “Qutb parece haber adoptado la estética poskantiana del individualismo liberal, una estética legada por el romanticismo europeo a la élite cultural del mundo colonial”.


El islamismo radical considera el Corán como una “obra de arte” y sostiene “la creencia romántica de que el mundo puede ser reorganizado mediante un acto de voluntad”

Las raíces intelectuales del islam radical se encuentran en el movimiento europeo contrario a la Ilustración (…): el escepticismo de David Hume condujo al rechazo de la propia razón; Kierkegaard defendía la fe religiosa en términos de experiencia subjetiva; Herder rechazó el ideal ilustrado de una civilización universal, creyendo que existen muchas culturas, cada una de las cuales es, en ciertos aspectos, única. Ya avanzado el siglo XIX, pensadores como Fichte y NIetzsche glorificaron la voluntad, poniéndola por encima de la razón (…).

Puede que el mundo medieval fuera unificado por la fe, pero no ridiculizó la razón. Su visión del mundo emanaba de una fusión entre el racionalismo griego y el teísmo judeocristiano. En el esquema medieval de las cosas, se creía que la naturaleza era racional.

La creencia romántica de que el mundo puede ser reorganizado mediante un acto de voluntad es tan inherente al mundo moderno como el ideal ilustrado de una civilización universal basada en la razón (…).

En el siglo XIX, el romanticismo era una protesta alemana contra la pretensión que manifestaban los franceses de encarnar la civilización universal. A principios del siglo XXI, las ideas románticas han regresado como parte de la resistencia al universalismo estadounidense. Al Qaeda se ve a sí misma como una alternativa al mundo moderno, pero las ideas de las que se nutre son la quintaesencia de la modernidad.



JOHN GRAY: ‘AL QAEDA Y LO QUE SIGNIFICA SER MODERNO’ (2004)

La vanguardia nazi


JOHN GRAY

“Los ingleses provenían de un mundo de elegantes cabriolés; los nazis provenían de un mundo de tranvías e industria pesada”

Si no hubo una comprensión generalizada de la amenaza que suponían los nazis se debió en parte al hecho de que fueran tan modernos. Los eduardianos que gobernaban Gran Bretaña en los años treinta provenían de un mundo de elegantes cabriolés y casas de campo decoradas con los óleos de Reynolds y Gainsborough. Ejercían el poder a través de instituciones parlamentarias y de una estructura social muy estratificada.

Los nazis provenían de un mundo de tranvías e industria pesada. Se valieron de mítines multitudinarios para destruir las instituciones parlamentarias y de medios de comunicación de masas como instrumento para reorganizar la sociedad. Si tuvieron precursores artísticos, éstos se encontraban en los movimientos de vanguardia como el expresionismo y el futurismo (…).

Se ha considerado con frecuencia que el nazismo constituía una agresión a los valores occidentales. En realidad, tal como sucedía con el comunismo soviético, encarnaba una de las más potentes tradiciones occidentales.


“Los nazis se consideraban a sí mismo como revolucionarios en pie de igualdad con los jacobinos y los bolcheviques”

Los nazis despreciaban los ideales ilustrados de la tolerancia, la libertad personal y la igualdad humana. Pero a pesar de eso compartían las esperanzas más soberbiamente desmedidas de la Ilustración. Al igual que Marx, creían que el poder de la tecnología podía utilizarse para transformar la condición humana.

Los nazis se consideraban a sí mismo como revolucionarios en pie de igualdad con los jacobinos y los bolcheviques. En la novela que Arthur Koestler escribió durante la guerra, ‘Arrival and Departure’, un diplomático nazi con tendencia a filosofar (…) declara que el nazismo es más internacionalista que la Revolución francesa o que el comunismo soviético (…):

“Cierra los ojos. Imagina que Europa es, hasta los Urales, un espacio vacío en el mapa. Sólo existen campos de energía: energía hidráulica, minerales magnéticos, vetas de carbón bajo la tierra, pozos de petróleo (…). Acaba con esos ridículos límites sinuosos, con esas murallas chinas que cortan por la mitad nuestros campos de energía (…), liquida a la población excedente en aquellas zonas en las que no se necesita (…), elimina cualquier línea de fuerza perturbadora que pudiera intercalarse en tu red, es decir la influencia de las iglesias, de los capitales extranjeros, de cualquier sistema filosófico, religioso, ético o estético del pasado…”.

Los nazis repudiaban el pasado y abrazaban la tecnología moderna como instrumento de poder humano, incluyendo el poder de perpetrar un genocidio a una escala hasta entonces carente de precedentes.


JOHN GRAY: ‘AL QAEDA Y LO QUE SIGNIFICA SER MODERNO’ (2004)

dimarts, 27 de març del 2007

Iraq: la última utopía

JUSTO BARRANCO, REPORTAJE SOBRE JOHN GRAY, LA VANGUARDIA, 21 MARZO 2007

“La revolución de los ‘neocons’ es ‘la última revolución utópica’, con su fracasado proyecto para transformar Iraq en una democracia liberal”

La utopía ha sido históricamente un banderín de la izquierda. Sin embargo, desde hace un tiempo, afirma John Gray, también lo es de la derecha: ahí está la revolución de los ‘neocons’, “la última revolución utópica”, dice, con su fracasado proyecto para transformar Iraq en una democracia liberal. Para Gray (1948), no es extraño.

Profesor de la London School of Economics, antiguo asesor de Thatcher reconvertido primero a posiciones cercanas al nuevo laborismo y ahora el pensamiento ecológico de autores como Lovelock, firmante de libros como ‘Las dos caras del liberalismo’ y ‘Contra el progreso y otras ilusiones’ (Paidós), afirma que el marxismo y el neoliberalismo son encarnaciones seculares del cristianismo: han creído en la utopía, en construir un mundo sin conflicto, como el fin de la historia del que hablaba Fukuyama.

En ese sentido, Gray, que ofreció el lunes una conferencia en el CCCB, recuerda que obviamente hoy vivimos un gran progreso científico, pero que “el conocimiento no nos hará libres”. “Estamos mejor en muchos campos. Ya no hay dolor de muelas. Creo que por eso no soy posmdodernista o relativista radical. Pero cuando hablamos de política o ética no hay progreso acumulativo como en la ciencia o la tecnología. Hay ganancias y pérdidas. Uno de los logros de la Ilustración fue la prohibición de la tortura. Ahora ha vuelto a ser normalizada. Los males son recurrentes en política. El conocimiento aumenta, pero la sabiduría no tanto. Y es usado para propósitos buenos y malos. Tenemos que entender esa ambivalencia. Ya cuando se inventó la fotocopiadora se dijo que acabaría con las dictaduras. Y con el telégrafo, con la televisión, ahora con internet. Internet puede debilitar el control autoritario… y a la vez destruir nuestra privacidad”, remarca el filósofo británico.

Y recuerda el gran impulso utópico que recorre la cultura occidental desde el declinar del cristianismo, reconvirtiendo su promesa de salvación universal en la fe del progreso. “Siempre hubo utopías, imaginadas en el pasado o en lugares fuera del mapa, pero desde entonces se sitúan en nuestro futuro, tanto para anarquistas, comunistas, jacobinos o neoconservadores. Todos creen que se acabará el conflicto, que tendremos una sociedad feliz, ya sea socialista, anarquista u otra.

“Tras el colapso del comunismo el impulso utópico no se acabó. Se trasladó a la derecha, al neoliberalismo”

Para algunos, la utopía nos abre a nuevas posibilidades. Quizá en el pensamiento, porque históricamente ha derramado mucha sangre. Y su resultado es predecible. Ya lo fue la URSS para Bertrand Russell: cuando la visitó en 1920 dijo que habría hambre, dictadura y sangre. Igual con Iraq: era obvio que acabría en algún tipo de teocracia, no en una democracia liberal. Y eso tras décadas de violencia. Iraq es un producto del colonialismo. No existía antes. Así que una vez derrocado el régimen de Sadam, destruyeron el Estado de Iraq. Es crucial entender que el Estado de Iraq ya no existe. Los kurdos ya están separados de facto. La fantasía utópica ha destruido en meses algo que se tarda décadas en construir. Es el producto que se obtiene al sumar utopía e ignorancia de la historia”.

Para Gray, esto ha sucedido porque “tras el colapso del comunismo el impulso utópico no se acabó. Se trasladó a la derecha, al neoliberalismo. La vieja escéptica derecha que admiré dejó de existir. En parte, por el shock del triunfo. Los neoliberales decidieron perseguir objetivos imposibles como Iraq. Pero la historia no se había acabado: el 11-S mostró que vivimos en el mismo mundo del conflicto étnico y religioso, de guerras por los recursos que cada vez serán mayores, porque ningún Estado confía en que el mercado arregle la escasez de recursos. Quieren su control”.

Pero asegura, tras el fracaso neoliberal, “el colapso de la utopía secular es también peligroso, porque ha sido una gran narrativa para Occidente en el terreno colectivo y personal. Y una ilusión se cambia por otra, así que hay peligro de un ‘revival’ de la religión en sus formas más fundamentalistas”. Eso sí, para Gray los mitos de la religión que explicaban el mundo eran más verdad que muchos mitos seculares, como la idea de un mundo sin religión, y hoy “la exclusión de la religión de la vida pública, la idea de Estados radicalmente seculares, no es el camino, se necesita una base más pluralista en la que todas coexistan en paz”.

JUSTO BARRANCO, REPORTAJE SOBRE JOHN GRAY, LA VANGUARDIA, 21 MARZO 2007