dijous, 1 de febrer del 2007

Marx hundido por el E=mc²

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)


El progreso de la ciencia, a partir de Marx, ha consistido, en líneas generales, en sustituir el determinismo y el mecanicismo bastante tosco de su siglo por un probabilismo provisional. Marx escribía a Engels que la teoría de Darwin constituía la base misma de la de ellos.

“El marxismo hoy sólo es científico a condición de serlo contra Heisenberg, Einstein…”

Para que el marxismo permaneciera infalible hubo, pues, que negar los descubrimientos biológicos posteriores a Darwin. Como se dio el caso de que tales descubrimientos, desde las mutaciones bruscas constatadas por De Vries, consistieron en introducir, contra el determinismo, la noción de azar en biología, hubo que encargar a Lyssenko [Trofim Lyssenko, biólogo soviético] que disciplinara los cromosomas, y demostrara de nuevo el determinismo más elemental. Lo cual es ridículo.

Pero que se le dé una policía a monsieur Homais y dejará de ser ridículo, y ahí está el siglo XX. Para ello, el siglo XX tendrá que negar también el principio de indeterminación en física, la relatividad restringida, la teoría de los quanta y, por último, la tendencia general de la ciencia contemporánea. El marxismo, hoy día, sólo es científico a condición de serlo contra Heisenberg, Bohr, Einstein y los mayores sabios de este tiempo.

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

"El san Pablo del positivismo"

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

Comte [Auguste Comte, creador del positivismo, 1798-1857] veía en el culto jacobino de la Razón una anticipación del positivismo y se consideraba, con razón, como el verdadero sucesor de los revolucionarios de 1789. Continuaba y ampliaba aquella revolución suprimiendo la trascendencia de los principios y fundando, sistemáticamente, la religión de la especie. Su fórmula: “Apartar a Dios en nombre de la religión”, no significaba otra cosa.

“Esperaba ver, en las catedrales, ‘la estatua de la humanidad divinizada’”

Inaugurando una manía que, posteriormente, ha hecho fortuna, quiso ser el san Pablo de aquella nueva religión y sustituir el catolicismo de Roma por el catolicismo de París. Sabido es que esperaba ver, en las catedrales, “la estatua de la humanidad divinizada en el antiguo altar de Dios”. Calculaba que tendría que predicar el positivismo en Notre-Dame antes del año 1860 (…).

“Comte sabía que su religión era una sociolatría”

Comte lo sabía, por lo demás, o al menos comprendía que su religión era en primer lugar una sociolatría y que suponía el realismo político, la negación del derecho individual y el establecimiento del despotismo.

Una sociedad cuyos sabios serían los sacerdotes, dos mil banqueros y técnicos reinando en una Europa de ciento veinte millones de habitantes en la que la vida privada sería absolutamente identificada a la vida pública, en la que una obediencia absoluta “de acción, de pensamiento y de corazón” sería tributada al sumo sacerdote que reinaría sobre la totalidad, tal era la utopía de Comte que anunciaba lo que puede llamarse las religiones horizontales de nuestro tiempo.

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

La dictadura del bien

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

“Fuera de las leyes- dice Saint-Just [Louis Antoine Léon de Saint-Just, líder revolucionario francés aliado con Robespierre, 1767-1794]- todo es estéril y está muerto”. Es la república romana, formal y legalista. Sabida es la pasión de Saint-Just y de sus contemporáneos por la antigüedad romana. El joven decadente que, en Reims, se pasaba horas con los postigos cerrados, en un cuarto con colgaduras negras, adornadas con lágrimas blancas, soñaba con la república espartana.

“Saint Just soñaba con una nación vegetariana”

El autor de ‘Organt’, largo y licencioso poema, experimentaba tanto más la necesidad de frugalidad y virtud. En sus instituciones, Saint-Just negaba la carne al niño hasta la edad de dieciséis años y soñaba con una nación vegetariana y revolucionaria.

“El mundo está vacío desde los romanos”, exclamaba. Pero se anunciaban tiempos heroicos; Catón, Bruto, Mucio Escévola volvían a ser posibles. De nuevo florecía la retórica de los moralistas latinos. “Vicio, virtud, corrupción”, estos términos se repiten constantemente (…). La razón era simple. Aquel bello edificio, Montesquieu lo había visto, no podía prescindir de la virtud. La Revolución francesa, pretendiendo construir la historia en un principio de pureza absoluta, abre los tiempos modernos al mismo tiempo que la era de la moral formal.

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

El fracaso de la línea recta

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)


Hegel ponía soberbiamente fin a la historia en 1807, los saintsimonianos consideraban que las convulsiones revolucionarias de 1830 y 1848 eran las últimas. Comte murió en 1857, disponiéndose a subir al púlpito para predicar el positivismo a una humanidad de vuelta por fin de sus errores. A su vez, con el mismo romanticismo ciego, Marx profetizó la sociedad sin clases y la solución del misterio histórico. Más sagaz, con todo, no fijó la fecha (…).

“El movimiento revolucionario vivió, como los primeros cristianos, en la espera del fin del mundo”

El movimiento revolucionario, a fines del siglo XIX y a comienzos del XX, vivió como los primeros cristianos, en la espera del fin del mundo y de la parusía [retorno] del Cristo proletario. Es conocida la persistencia de este sentimiento en el seno de las primitivas comunidades cristianas. Todavía a finales del siglo IV, un obispo del África proconsular calculaba que le quedaban ciento un años de vida al mundo (…).

Este sentimiento fue general en el siglo primero de nuestra era y explica la indiferencia que mostraban los cristianos por las cuestiones puramente teológicas. Si la parusía estaba próxima, era a la fe ardiente más que a las obras o a los dogmas a la que había que consagrarlo todo. Pero (…) la parusía evangélica se alejó; vino san Pablo a construir el dogma. La Iglesia dio un cuerpo a aquella fe que no era más que una pura tensión hacia el reino venidero (…).

“La parusía evangélica se alejó y vino san Pablo a construir el dogma; un movimiento similar nació del fracaso de la parusía revolucionaria”

Un movimiento similar nació del fracaso de la parusía revolucionaria. Los textos de Marx ya citados dan una idea justa de la esperanza ardiente que era entonces la del espíritu revolucionario. A pesar de los fracasos parciales, aquella fe no dejó de crecer hasta el momento en que se halló, en 1917, ante sus sueños casi realizados. “Luchamos por las puertas del cielo”, había gritado Liebknecht [Karl Liebknecht, dirigente socialista alemán, 1871-1919]. En 1917, el mundo revolucionario creyó haber llegado realmente ante aquellas puertas (…).

Pero Spartakus [movimiento socialista alemán] fue aplastado, fracasó la huelga general francesa de 1920, el movimiento revolucionario italiano fue yugulado. Liebknecht reconoció entonces que la revolución no estaba madura (…).

Pero también, y comprendemos ahora cómo la derrota puede sobreexcitar la fe vencida hasta el éxtasis religioso: “Con el estruendo del derrumbamiento económico cuyo fragor suena ya próximo, las tropas dormidas de proletarios despertarán como con las trompetas del juicio final, y los cadáveres de los luchadores asesinados se pondrán en pie y pedirán cuentas a los que están cargados de maldiciones”.

“La nueva Iglesia se hallaba de nuevo ante Galileo: para conservar la fe, negaría el sol y humillaría al hombre libre”

Entre tanto, él mismo y Rosa Luxemburg fueron asesinados; Alemania se precipitaría a la servidumbre. La revolución rusa quedó sola, viva contra su propio sistema, lejos aún de las puertas celestiales, con un Apocalipsis por organizar (…). La nueva Iglesia se hallaba de nuevo ante Galileo: para conservar la fe, negaría el sol y humillaría al hombre libre.

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

El furor de la línea recta

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

Marx es a la vez un profeta burgués y un profeta revolucionario. El segundo es más conocido que el primero. Pero el primero explica muchas más cosas en el destino del segundo. Un mesianismo histórico y científico ha influido en su mesianismo revolucionario, salido de la ideología alemana y de las insurrecciones francesas.

“Aristóteles no se creía posterior a la guerra de Troya”

En oposición al mundo antiguo, la unidad del mundo cristiano y del mundo marxista es sorprendente. Ambas doctrinas tienen en común una visión del mundo que lo separa de la actitud griega. Jaspers lo define muy bien: “Es un pensamiento cristiano el considerar la historia de los hombres como estrictamente única”. Los cristianos fueron los primeros en considerar la vida humana, y la sucesión de acontecimientos, como una historia que se desarrolla a partir de un origen hacia un final, en el transcurso de la cual el hombre gana su salvación o merece un castigo.

La filosofía de la historia nació de una representación cristiana, sorprendente para una mente griega. La noción griega del devenir no tiene nada en común con nuestra idea de la evolución histórica. La diferencia entre ambas es la que separa un círculo de una línea recta. Los griegos se representaban el mundo como cíclico. Aristóteles, para dar un ejemplo preciso, no se creía posterior a la guerra de Troya.

“Para los cristianos, como para los marxistas, hay que dominar la naturaleza”

El cristianismo, para entenderse en el mundo mediterráneo, se vio obligado a helenizarse y su doctrina, por consiguiente, se flexibilizó. Pero su originalidad consistió en introducir en el mundo antiguo dos nociones nunca ligadas hasta entonces: las de historia y castigo. Por la idea de mediación, el cristianismo es griego. Por la noción de historicidad, es judaico y se encontrará también en la ideología alemana (…).

Para los cristianos, como para los marxistas, hay que dominar la naturaleza. Los griegos opinan que es mejor obedecerla. El amor antiguo al cosmos es ignorado por los primeros cristianos que, por lo demás, esperaban con impaciencia un fin del mundo inminente.

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

El surrealismo o "la restauración de lo sagrado"

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

La verdadera destrucción del lenguaje, que el surrealismo ha deseado con tanta obstinación, no reside en la incoherencia o el automatismo. Reside en la consigna. Aragon empezó en vano con una denuncia de la “deshonrosa actitud pragmática”, en ella ha acabado por encontrar la liberación total de la moral, aunque esta liberación haya coincidido con otra esclavitud.

Aquel de los surrealistas que pensaba más profundamente entonces en este problema, Pierre Naville, buscando el denominador común a la acción revolucionaria y a la acción surrealista, lo localizaba, con profundidad, en el pesimismo, o sea en “el proyecto de acompañar al hombre a su pérdida y de no descuidar nada para que esta perdición sea útil”. Esta mezcla de agustinismo y maquiavelismo define, en efecto, la revolución del siglo XX; no se puede dar expresión más audaz al nihilismo del tiempo (…).

“Los surrealistas eran más diferentes de Marx que de los reaccionarios”

Si André Breton y algunos más rompieron finalmente con el marxismo, fue porque había en ellos algo más que el nihilismo, una segunda fidelidad a lo más puro que había en los orígenes de la rebeldía: no querían morir (…).

Lo maravilloso ocupa en Breton el lugar que ocupa lo racional en Hegel. No cabe imaginar, pues, oposición más completa al marxismo (…). Los surrealistas eran más diferentes de Marx que reaccionarios como Joseph de Maestre, por ejemplo. Éstos utilizan la tragedia de la existencia para rechazar la revolución, o sea para mantener una situación histórica (…). La ruptura definitiva se explica finalmente si se piensa que el marxismo pedía la sumisión de lo irracional, mientras que los surrealistas se habían levantado para defender lo irracional hasta la muerte. El marxismo tendía a la conquista de la totalidad y el surrealismo, como toda experiencia espiritual, a la unidad (…).

“Es conocida la solución surrealista: la irracionalidad concreta, el azar objetivo”

Breton demostró que el surrealismo no era acción, sino ascesis y experiencia espiritual. Puso de nuevo en primer plano lo que constituía la originalidad profunda de su movimiento, aquello por lo cual resulta tan valioso para una reflexión sobre la rebeldía: la restauración de lo sagrado y la conquista de la unidad. Cuanto más ahondó en esta originalidad, más irremediablemente se separó de sus compañeros políticos (…).

André Breton no cambió, en efecto, nunca en su reivindicación de lo superreal, fusión del sueño y la realidad, sublimación de la vieja contradicción entre lo ideal y lo real. Es conocida la solución surrealista: la irracionalidad concreta, el azar objetivo. La poesía es una conquista y la única posible, del “punto supremo” (…). ¿Qué es, pues, este punto supremo que debe marcar “el aborto colosal” del sistema hegeliano? Es la búsqueda de la cumbre-abismo, familiar a los místicos. En realidad se trata de un misticismo sin Dios que aplaca e ilustra la sed de absoluto del rebelde (…).

“El surrealismo hace retornar la Grecia de la sombra, la de los misterios y de los dioses negros”

El pensamiento de Breton ofrece además el curioso espectáculo de un pensamiento occidental en que el principio de analogía es favorecido incesantemente en detrimento de los principios de identidad y de contradicción. Precisamente, se trata de fundir las contradicciones bajo el fuego del deseo y del amor, y de hacer desplomarse los muros de la muerte. La magia, las civilizaciones primitivas o cándidas, la alquimia, la retórica de las flores de fuego o de las noches blancas, son otras tantas etapas maravillosas en el camino de la unidad y de la piedra filosofal.

El surrealismo, si no ha cambiado el mundo, lo ha provisto de algunos mitos extraños que justifican en parte a Nietzsche cuando anunciaba el retorno de los griegos. En parte sólo, pues se trata de la Grecia de la sombra, la de los misterios y de los dioses negros. Finalmente, como la experiencia de Nietzsche se coronaba en la aceptación del mediodía, la del surrealismo culmina con la exaltación de la medianoche, el culto obstinado y angustiado de la tormenta.

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

¿Gracia? ¿Justicia? ¡Frenesí!

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

Cómo vivir sin la gracia es la cuestión que domina el siglo XIX. “Por la justicia”, respondieron todos aquellos que no querían aceptar el nihilismo absoluto. A los pueblos que no tenían esperanza en el reino de los cielos prometieron el reino del hombre. La predicación de la ciudad humana se aceleró hasta finales del siglo XIX, cuando se volvió francamente visionaria y puso las certezas de la ciencia al servicio de la utopía.

“La cuestión por la que murieron los terroristas de 1905 se ha ido precisando poco a poco”

Pero el reino se alejó, guerras prodigiosas arrasaron la más antigua de las tierras, la sangre de los rebeldes cubrió los muros de las ciudades, y la justicia total no se acercó. La cuestión del siglo XX, por la que murieron los terroristas de 1905 y que desgarra el mundo contemporáneo, se ha ido precisando poco a poco: ¿cómo vivir sin gracia y sin justicia?

A la pregunta sólo contestó el nihilismo, y no la revuelta. Hasta ahora sólo ha hablado él, repitiendo la fórmula de los rebeldes románticos: “Frenesí”. El frenesí histórico se llama poderío. La voluntad de poder vino a relevar la voluntad de justicia.

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

Los revolucionarios, en liza contra el arte

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

Se observará la hostilidad al arte que han mostrado todos los reformadores revolucionarios. La Reforma [protestante] elige la moral y expulsa la belleza. Rousseau denuncia en el arte una corrupción añadida por la sociedad a la naturaleza.

“La Revolución Francesa guillotina al único poeta de su tiempo”

Saint-Just echa pestes contra los espectáculos (…) y quiere que la Razón sea personificada por una persona “virtuosa antes que bella”. La Revolución francesa no engendra a ningún artista, sino únicamente a un gran periodista, Desmoulins, y a un escritor clandestino, Sade. Al único poeta de su tiempo lo guillotina. El único gran prosista se exilia en Londres y aboga por el cristianismo y la legitimidad. Un poco más tarde los sansimonianos exigirán un arte “socialmente útil” (…).

“A aquellos mármoles de Venus y Apolo, en Rusia se les acabó dando la espalda”

Ese tono también es el de los nihilistas rusos. Pisarev proclama la caída de los valores estéticos en provecho de los valores pragmáticos. “Preferiría ser un zapatero ruso antes que un Rafael ruso”. Para él, un par de botas es más útil que Shakespeare. El nihilista Nekrásov, gran y doloroso poeta, afirma sin embargo que prefiere un trozo de queso a todo Pushkin.

Es conocida, por última, la excomunión del arte pronunciada por Tólstoi. A aquellos mármoles de Venus y Apolo, dorados aún por el sol de Italia, que Pedro el Grande había hecho llevar a su jardín de verano, en San Petersburgo, en la Rusia revolucionaria se les acabó volviendo la espalda. A veces la miseria se aparta de las dolorosas imágenes de la felicidad.

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

Los mundos cerrados del arte

La rebeldía (…) es fabricante de universos. Esto define también el arte. La exigencia de la rebeldía, a decir verdad, es también una exigencia estética.

“Las murallas en Lucrecio, los conventos de Sade, las cimas de Nietzsche, los castillos en los surrealistas…”

Todos los pensamientos en rebeldía, lo hemos visto, se ilustran en una retórica o un universo cerrado. La retórica de las murallas en Lucrecio, los conventos y los castillos herméticos de Sade, la isla o el peñasco romántico, las cimas solitarias de Nietzsche, el océano elemental de Lautréamont, los parapetos de Rimbaud, los castillos horrorosos que renacen, azotados por una tormenta de flores, en los surrealistas, la prisión, la nación parapetada, el campo de concentración, el imperio de los libres esclavos, ilustran a su manera la misma necesidad de coherencia y de unidad. Sobre estos mundos cerrados el hombre puede reinar y conocer por fin.

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951) / FOTO: LA 'CASA JUNTO AL RAÍL' (1925), DE EDWARD HOPPER INSPIRÓ A ALFRED HITCHCOCK PARA COMPONER LA SINIESTRA MANSIÓN VICTORIANA DE NORMAN BATES EN 'PSICOSIS' (1960)

"Quién miraba las manos del verdugo?"

Lo que busca [el arte] en sus grandes épocas es el gesto, la expresión o la mirada vacía que resumirán todos los gestos y todas las miradas del mundo. Su propósito no es imitar, sino estilizar y aprisionar en una expresión significativa el furor pasajero de los cuerpos o el torbellino infinito de las actitudes (…). ¿Quién miraba las manos del verdugo durante la flagelación, los olivos en el vía crucis? Pero helos aquí representados, arrebatados al movimiento incesante de la Pasión, y el dolor de Cristo, aprisionado en estas imágenes de violencia y belleza, grita de nuevo todos los días entre las salas frías de los museos.

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)