dimarts, 11 de març del 2014

'Frozen': congelados Walt Disney

por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 5,5

La leyenda dice que Walt Disney está criogenizado, pero lo que verdaderamente yace bajo el hielo es su legado. Sus bellas durmientes, como los dinosaurios de ‘Jurassic Park’, están siempre preparadas para resucitar cuando es preciso, como si el tiempo no hubiera pasado por ellas. Descongelar y servir.

Tiana-Enredados-Brave-Frozen: las princesas han vuelto. Da igual si la acción se desarrolla en el Nueva Orleans de los años 20, en la Escocia medieval o en un momento anacrónico de la Noruega mítica. El caso es que las monarquías disneyanas están en fase restauracionista tras la gran crisis de legitimidad que supuso la animación por ordenador, especialmente los experimentos librepensadores de la Pixar.

¿Que los códigos princesiles cada vez están más alejados, o incluso en abierta contradicción con los valores sociales en boga? No problem. Haremos una princesa negra ('Tiana y el sapo'), o una adolescente rebelde (Rapunzel) y si es necesario prescindiremos de algo tan sagrado como el príncipe azul ('Brave', o cómo Pixar se dejó hacer el abrazo del oso por Disney). Reformas, reformas.

El nuevo giro lampedusiano ("que todo cambie para que nada cambie") parece aún más osado: en 'Frozen' incluso el amor romántico queda en entredicho. No necesitamos a ningún hombre si tenemos a nuestra hermana. Nadie entiende mejor a una mujer que otra mujer. Cualquiera diría que está gestando una revolución feminista en la carroza de la Cenicienta.

En realidad, lo que se ofrece es algo mucho más modesto: un digno espectáculo infantil con magia, con mucho color, con canciones pegadizas, con buena dosis de cursilería y con ese talento para los secundarios cómicos que es marca de la casa (el muñeco de nieve Olaf se lleva la palma, con su chifladura desmontable, sin olvidar el magnífico diseño de los trolls). Es decir, lo de toda la vida, pero con más rapidez en los diálogos, con lo último de la tecnología digital -brillante- y con unas gotas de incorrección política. Puesto al día.

Lo mismo de antes, pero cada vez menos encantador. Esas princesas hiperpixeladas no tienen ni tendrán nunca el hechizo ingenuo de 'La Bella durmiente', ni siquiera de los grandes clásicos de los años 90 que también pretenden emular, como 'La Bella y la Bestia'. Simplemente porque corresponden a épocas mentales distintas. Y a la vez, resulta imposible competir con la originalidad de las nuevas historias que nos brinda la era digital, éstas sí,  libres de ataduras dinásticas y sin remordimientos progresistas resoplando por las costuras. Disney puede seguir reciclando hasta la extenuación, desde luego, pero me temo que quedará -artística y discursivamente- en tierra de nadie.

Alguien dirá que los niños/as están encantados. Sin embargo, culparles a ellos es como culpar a los espectadores de la telebasura. ¿Cómo no van a gozar los pequeños con un brillante espectáculo que les hace reír, asustarse y fantasear? Es responsabilidad de los creadores que todo esto se consiga con menús nuevos o bien descongelando una y otra vez el mismo plato de siempre.

‘FROZEN: EL REINO DEL HIELO’, DE CHRIS BUCK Y JENNIFER LEE
LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LABUTACA

dissabte, 8 de març del 2014

Preguntar es pescar

José Antonio Marina
Suplemento ‘Es’, La Vanguardia, 8/3/2014

"La pregunta señala lo que deseo conocer, le hace hueco, me permite agarrarlo, es decir, prenderlo, o sea, comprenderlo. Incluso el signo gráfico de la interrogación tiene aspecto de anzuelo. En efecto, pesca conocimientos".


divendres, 7 de març del 2014

Pasta de dientes

Joan Pau Inarejos

Hay pocos sabores tan hogareños como el de la pasta de dientes. Ungirse la boca con este aseo mentolado es el ritual previo y necesario para salir al exterior. A veces cohabita con la amargura de un café recién bebido, o con la sequedad de una noche de insomnio. Pero su aroma, impregnado en la lengua, siempre es una especie de recordatorio de nuestra casa.

El dentífrico, como el chicle o el jengibre de los restaurantes japoneses, se ha ganado un estatuto propio en el mundo organoléptico: debe ser saboreado, pero nunca ingerido. Esta sofisticación es muy propia de nuestra especie. Según Desmond Morris (‘El mono desnudo’), la pura degustación, el saboreamiento per se, es una herencia de nuestros padres simios. Y va más allá: tal predisposición nos ha impedido derivar en carnívoros salvajes. El depredador, sin el amortiguador del placer gustativo, busca su recompensa en la persecución del alimento: mata por matar. Nosotros, más que cazadores, somos catadores.

Por eso, hacer burbujas de chicle o entretenerse puntillosamente con el cepillo en la boca, con su aliciente saporífero, deberían ser consideradas conductas altamente civilizadas: en ellas, establecemos un hiato ilustrado entre boca y estómago, una separación entre placer y vida, entre higiene y necesidad. La pasta de dientes es un refinamiento efímero que devolvemos con un escupitajo, igual que los sumilleres cuando han evaluado sus caldos. Sus delicados diseños cromáticos no resisten la alquimia de las fauces y regresan al exterior como una mezcolanza terrosa y deslavazada que nos apresuramos en hacer desaparecer.

Las hay espesas y untuosas como la pintura al óleo, o leves y transparentes como una ráfaga que sólo pretende refrescar. Hay cepillados que nos sacan del letargo insípido y otros que borran el regusto campestre de un fin de semana. Y su propiedad más metafísica: nunca se acaba del todo. Pareciera que uno siempre puede estrujar el tubo en busca de un último sorbo. El dentífrico es una llamada diaria a no darlo todo por perdido.

dimarts, 4 de març del 2014

'Her': t'estimo, software

por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 8

No diem res que no esbombi el tràiler i la promoció: el millor guió original dels Oscar és una història d’amor entre un home (Joaquin Phoenix) i el seu sistema operatiu (veu de Scarlett Johansson). Així de simple i de trencador. Així de reptador per al setè art.

Rere la càmera, un expert en somnis melancòlics de colors pastel, l’adaptador d’aquella trista fugida infantil que es deia ‘Allà on viuen els monstres’ (2009). Spike Jonze ens col·loca en un futur proper, en què tots anirem enganxats a unes orelleres que ens diran com es presenta el dia i què hem de sentir. He dit futur?

En aquest país de l’avenir, els solitaris estaran de sort: ja no hauran de trucar al telèfon de l’esperança per ser escoltats. Ja no hauran de contractar recursos humans de pagament si volen ser consolats. La intel·ligència artificial crearà els perfils que calgui. Hi haurà perfils personalitzats: la màquina et coneixerà més que ta mare –i no et donarà la tabarra.

Amb aquest plantejament brillant, Jonze es fica a la butxaca un públic que ja comença a percebre –per bé o per mal– la capacitat esparveradora de la tecnologia de crear una nova intimitat. Un espai singularitzat i a mida de cadascú, sense interferències humanes. Sense l’Altre. Sense cremar-se amb les guspires de l’infern de Sartre. Un lloc real? Tant li fa.

A més, ‘Her’ explica aquesta faula futurista amb una extrema delicadesa i suavitat, amb un disseny de producció que traspua bon gust a cada fotograma i amb aquesta fusió actor-personatge que el Cèsar de ‘Gladiator’ sempre eleva a la categoria de memorable. Com la recent i injustament oblidada ‘Robot and Frank’, la pel·lícula té el sa atreviment de mesclar gèneres tan aparentment allunyats com la ciència ficció i el drama-comèdia. Sense escarafalls, sense jugades amb efecte: tot discorre amb una agradable naturalitat d’estar per casa,  on hi caben moments antològics d'humor.

Però la càmera de Jonze no es deté en les flors i violes. ‘Her’ aborda la incapacitat d’afrontar relacions humanes (la mirada de Rooney Mara, tan reveladora), i parla de la línia tan fina que separa l’amor platònic de l’egocentrisme, si no directament l’onanisme (els nous Narcisos es contemplen a la pantalla de l'Iphone). Proposa una superba metàfora sobre el costat femení que habita dins els homes a parer de certs psicòlegs i filòsofs (Jung en deia l’anima, correlat de l’animus o nucli masculí de la dona).

I encara més: Jonze es pregunta sense embuts, com l’’Artificial Intelligence’ de Kubrick-Spielberg, si les personalitats virtuals poden tenir també una ànima, al cap i a la fi. Un programari immaterial que es fa preguntes i que ho vol “absorbir tot” (!) ens interpel·la novament sobre els confins metafísics del lliure arbitri, de la mateixa manera que ho feien abans els robots i els autòmats metàl·lics del cinema. Fins i tot s'esbossa una certa mística wi-fi...

Moltes lectures possibles conflueixen en aquesta love story tan desafiadora i contemporània –res tan contemporani com el futur que tem o s’imagina una societat–, on el protagonista, per acabar d’arrodonir el joc de paradoxes, treballa com a redactor de sentiments autèntics a domicili (dissenya cartes a mà, un luxe vintage!).

Conceptualment potser és el més suggestiu i original que ha produït Hollywood en molt de temps. La seva frescor, per buscar una comparació, recorda les innovacions narratives de Pixar (Wall-E i companyia). Tanmateix, sembla que 'Her' també pretén emocionar, i això sempre és una fita més difícil. En aquest intent, segons la modesta opinió del bloguer que us escriu, la faula de Jonze no passa de ser el millor fons d'escriptori: preciós en la superfície, pletòric en els detalls. Impossible de traspassar. Difícil de creure.


‘HER’, DE SPIKE JONZE
LA PEL·LÍCULA AL MILLOR WEB DE CINEMA: LABUTACA

dilluns, 3 de març del 2014

'La Venus de las pieles': el divertimento de lujo de Roman Polanski


por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7,5

...y Polanski hizo lo que le dio la gana. Así podríamos definir la última película del director polaco, y no sólo porque venga protagonizada por su esposa (una desenvuelta Emmanuelle Seigner) sino porque el autor de 'El pianista' parece burlarse a placer de cualquier concesión y convención. Como Umbral, ha venido a hablar de su cine.

Para empezar, toda la película está rodada en un teatro. Pongamos que el teatro ni siquiera tiene público y que, además, el texto es una gran disertación sobre el sadomasoquismos sin ir más allá de dos personajes. ¿Ya le han dado stop? No lo hagan. Los maestros son los únicos que pueden convertir en oro sus neuras de bajo presupuesto.

Polanski, que no está precisamente libre de sospechas sobre su vida sexual, consigue que este pequeño y raro artefacto sea una exploración gozosa y casi hilarante sobre la dominación erótica que enfrenta a hombre y  mujer desde tiempos inmemoriales. Él: un dramaturgo feo y bajito, perdido en su crisis de inspiración. Ella: una mujer de la calle, atractiva pero vulgar. Una actriz de pacotilla que llega tarde al casting y que, sin embargo, parece saber mucho más de lo que dice su dicción de chicle. 

Polanski saca todo el partido posible a este encontronazo de personalidades, primero cómico, luego sexual, y siempre literario. Aprovechando el telón de fondo que le brinda el padre artístico del masoquismo, el escritor austriaco Leopold con Sacher-Masoch (1870), el director nos propone un juego ingenioso entre realidad y ficción, una guerra de sexos que (casi) nunca aburre y de la que salen abundantes chispas y alguna quemazón. Hechizante, libérrima, segura de sí misma, la película se beneficia de dos actores sin ningún reparo para meterse en camisas de once varas.

Plagado de ironía, demostrando que no necesita esta película pero que la hace porque le apetece, el labrador de 'La semilla del diablo' no duda en autorretratarse en ese plumilla narcisista y pusilánime (para que nadie lo dude, el actor Mathieu Amalric es casi su clon físico) frente a esa mujer repleta de carácter, una diosa disfrazada de cuarentona dicharachera capaz de poner patas arriba su menudo microcosmos.

Frente al hombre creador, la musa-arpía... ¿Tufo misógino? Ya estamos haciendo lo que tanto detesta Polanski y su alter ego: buscar en el arte cosas que son del César. Él sólo pretende pasárselo bien confundiendo el escenario con las bambalinas, o viceversa.


‘LA VENUS DE LAS PIELES', DE ROMAN POLANSKI
LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LABUTACA

'Mindscape' Cuando cinco minutos salvan los otros 95

por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 5,5

John Washington (Mark Strong) es un psicólogo muy especial: trabaja introduciéndose en los recuerdos de sus pacientes. Ahora le toca desentrañar el comportamiento de Anna (Taissa Farmiga), una adolescente que se niega a comer. ¿Les suena? Sí: lo que hacían los hackers de ‘Origen’ en el mundo del subconsciente lo hacen los detectives de ‘Mindscape’ en los terrenos no menos vidriosos de la memoria. 

Sueño y recuerdo. Ni el uno ni el otro son entes asibles y cristalinos: hoy sabemos que la memoria cambia y agrega elementos del pasado cada vez que vuelve a él, como una formidable máquina de edición que nunca descansa. Todo lo contrario a una foto inocente. Y qué decir del sueño, ese mundo tan huidizo, a la vez abstracto y figurativo, que se desmorona con el primer bostezo de la razón.

Sin embargo, la ciencia ficción tiene una querencia especial por viajar a estos mundos como si fueran cerrados y habitables. Observables. La fantasía de meterse en los recuerdos ajenos es demasiado golosa, y demasiado contemporánea ahora que la telaraña digital parece estrechar la intimidad de los ciudadanos entre sus hilos arteros.

A esa fantasía se lanzan de cabeza el director Jorge Dorado y el productor Jaume Collet-Serra, echándole mucha pimienta hollywoodiense y ese toque Orfanato que de un tiempo a esta parte sazona todos los thrillers de factura catalana: look aséptico e internacional, colores grisáceos, mucho niño/a dando yuyu, banda sonora cañera-hitchcockiana y guiones más alambicados que interesantes.

'Mindscape' se conforma siendo un grandes-éxitos del género, un guiño constante a títulos perfectamente reconocibles del thriller de terror ('El sexto sentido', 'El silencio de los corderos', 'El exorcista') o de la ciencia ficción futurista y psicológica ('Minority Report', la ya mencionada 'Origen'). La relación entre John y Anna incluso da para excursiones algo gratuitas al mundo Lolita e incluso para un tratamiento de la pedofilia molesto y superficial. 

Hay pocas sorpresas en este viaje videoclipero a la mente, aunque sí muchos giros como manda la casa (y no todos muy comprensibles). Un consejo: pese a todo, no dejen de ver los cinco primeros minutos. Disfrutarán de una sensacional inmersión sin palabras. Una bañera llena de recuerdos. La película que podía haber sido. ¿Podríamos tomar aquel proverbio árabe y pedir a los directores: "si lo que vas a rodar no es más bello que tu prólogo, mejor no lo ruedes"?


‘MINDSCAPE', DE JORGE DORADO
LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LABUTACA

dissabte, 1 de març del 2014

'Los Juegos del Hambre: en llamas'

por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 5

Se enciende el pebetero y los Juegos del Hambre vuelven a desprender ese aroma entre cutre y grandilocuente. Porque de eso va la saga: una mezcla accidentada entre fábula política y tebeo adolescente, entre mitología y Gran Hermano, entre la antigua Roma y Candy Crush.

La abanderada de estas olimpiadas con mensaje vuelve a ser Jennifer Lawrence, Diana posmoderna que dispara flechas y mira a los hombres con desprecio para mayor regocijo del feminismo con acné. Recuerden: la joven mártir debe participar en un sádico juego televisado en el que sólo puede quedar uno si quiere salvar a su familia. Los gladiadores son extraídos cada año de los distritos del suburbio como divertimento para los opulentos espectadores del Capitolio, según el interesante punto de partida futurista de la escritora Suzanne Collins.

Cambia el director (Gary Ross por Francis Lawrence) pero la partitura es la misma: un raro cóctel de referencias con defectuoso sentido del ritmo, un artefacto que no sabemos si se toma en serio a si mismo o más bien se burla de nosotros. Su seña de identidad es la irregularidad, la disparidad. Las escenas largas y soporíferas se alternan con cápsulas de acción vibrantes, como el ataque de los monos (¡la película dura dos horas y media y la historia empieza casi al final!). La estética telefílmica –casi siempre– se trenza con los momentos de destello –a veces–, y la mediocridad general se coteja con el carisma intenso y taciturno de Jennifer Lawrence, esa actriz de físico equívoco que se podría antojar una Barbie olvidable pero que a veces parece la nueva Liz Taylor.

La dureza del planteamiento todos contra todos, matar al otro para vivir le viene muy grande a este show adolescente que, en realidad, jamás se atreve a mirar de frente su propio argumento. Más bien se pierde en un circo dilatorio sin rumbo ni concierto, un metraje exageradamente largo que se pasea por decorados soviéticos o incluso bíblicos véase la gratuita flagelación de Cristo que sufre cierto galán de ojos azules y otros cercanos a Ben-Hur especialmente convincentes el desfile de los carros por el circo futurista vuelve a ser brillante, igual que ese vestido en llamas de la joven vestal televisiva sin alcanzar nunca la más mínima profundidad.

Si salvamos de la quema estos Juegos kitsch es por la gran Jennifer Lawrence, por esas notas de Horn of Plenty que nos levantan de la butaca, porque de tan mala es casi original, y sobre todo porque en medio de esta fiesta de fin de curso seudorrevolucionaria están por última vez la cara y la voz de Philip Seymour Hoffman. No sabemos muy bien qué hace aquí, pero nos iríamos con él adonde fuera necesario para comandar la Revolución.


‘LOS JUEGOS DEL HAMBRE: EN LLAMAS', DE FRANCIS LAWRENCE
LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LABUTACA


dimecres, 26 de febrer del 2014

Notarios de nuestra existencia

"Esa obsesión por congelar cualquier instante antes de vivirlo, como si lo que más importara fuera exhibirlo, evidencia la imperiosa necesidad de contar con notarios de nuestra existencia a fin de que nuestros actos y elecciones tengan sentido". 

Joana Bonet, La Vanguardia, 26/2/2014

diumenge, 2 de febrer del 2014

Cabeza plateada y mortal sonrisa

Joan Pau Inarejos
Hay una frase que decimos sin reparar en su sentido siniestro: “Cuando alguien ha hecho todo lo que tenía que hacer, ya se puede morir”. Eso, nos guste o no, es lo que ha hecho Philip Seymour Hoffman.

Siempre pareció mayor de lo que era, quizá por su proverbial pelo blanco; un aire de albinismo lo hacía a la vez misterioso y entrañable. Asexuado y sin edad. Único y muy raro, como el Copito de Nieve si se permite la irreverente comparación (también el gorila barcelonés parecía cobijar una inteligencia adelantada bajo su piel algodonosa).

En muchos sentidos, su físico era de anti-estrella, pero jamás un carácter ha hecho tanto por imponerse. Una furia sanguínea emergía cuando era preciso de sus blancas carnes anglosajonas. Ver a Seymour Hoffman iracundo es uno de los grandes placeres que nos ha reservado el cine del siglo XXI.

Siempre agradeceré haberlo descubierto a tiempo, en la sensacional ‘Antes que el diablo sepa que has muerto’ (2007), donde un ejecutivo heroinómano veía desmoronarse el plan inmoral de atracar la joyería de su propia familia. Corrupto con Sidney Lumet, escritor narcisista en 'Capote', o sacerdote en 'La duda' -cuyo duelo con Meryl Streep no es eléctrico, sino atómico-, siempre se movió en los grados de la excelencia. Qué gran Pingüino malogró la saga de Batman, si los rumores eran ciertos. Paradojas de la vida, en su última película, proféticamente llamada 'El último concierto', le atribulaba no haber sido nunca el número uno.

Se ha ido uno de los grandes: turbador como Jack Nicholson y propietario de tantos o más matices que Robert De Niro. Incluso los que apenas hemos visto cinco o seis de sus películas teníamos pocas dudas de su filiación superlativa. Se pueden contar con los dedos de la mano los actores de este tipo que produce cada generación. Sabíamos que estaba ahí y que su rostro era sinónimo de profesionalidad mineral. Por eso su muerte nos deja un incómodo sentimiento de culpa: lo sentimos por la persona, desde luego, pero mucho más, muchísimo más, por el actor que nos perderemos en el futuro. Es la primera vez que nos ha fallado.

dissabte, 1 de febrer del 2014

Llucifer

UN RELAT DE Joan Pau Inarejos
Recordeu la nit que vau veure un gran estel caient del cel? Aquella trencadissa de color, davallant com focs d’artifici, era jo. 

Potser no em creureu, però abans, fa molt de temps, jo era un llumener del firmament: el més brillant. Déu m’anomenava “l’àngel paó”, perquè les meves ales eren plenes de sanefes irisades com raïms de pupil·les. Us ho podeu imaginar? No us hi escarrasseu: és impossible.

Fins i tot a mi em costa recordar ben bé com era. Hi ha incomptables detalls de mi mateix que he oblidat. Però us puc prometre que hi ha una bellesa que supera tot el concebible. Cap camp de nenúfars, puresa nevada o immensitat de corall es pot comparar amb els paratges on jo vivia. Els vostres jardins es poden admirar fins que el sol s’amaga; els nostres són pura llum. Amb prou feines els intuïu quan es fa de nit, i proveu d’abastar-los amb mapes i constel·lacions. Un cansament inútil.

En la meva caiguda mil·lenària ho he presenciat tot. Jo vaig veure el gran meteorit que es va precipitar sobre la Terra i va matar els antics dracs. He estat company de llampecs, m’he adormit entre aurores boreals i he vist planar els primers avions. Mentre vosaltres us enfilàveu a l’espai amb naus de metall, jo no parava de caure, allunyant-me irreversiblement de casa meva. Ningú podia detenir el meu descens inexorable. Que potser podríeu detenir el pas del temps, o capgirar l’ordre de les estacions?

“L’àngel paó: deixeu-lo volar”. Si haguéssiu vist les meves ales! Déu les observava cada matí com un orfebre orgullós. Apartava els núvols per albirar la meva trajectòria. Li agradava veure’m fent giragonses entre l’arc de Sant Martí, deixant l’aire ple de fragàncies. Unes noies feien dringar els seus cabells d’arpa cada cop que em veien passar. Les ànimes dels difunts sentien la música tan bon punt arribaven i es preguntaven el per què de tanta gatzara. Tot el cel era una exultació per les meves acrobàcies de llum i alegria.

De vegades les creacions superen el seu creador. I les flors més magnífiques poden creure que no necessiten el jardiner. Un dia em vaig trobar sol i em va posseir aquesta negra temptació. En una nit fosca, quan tot ja estava encalmat i sense que ningú em sentís, vaig emprendre el vol de l’escapada. Però el Senyor es va despertar.

“On vas?”. Dempeus, majestàtic, em mirava fixament. Ell sap tot el que diràs abans que ho diguis. Els nostres pensaments són una peixera sense secrets per a la seva mirada escrutadora.

Li vaig dir que ja m’havia fet gran i que volia buscar altres horitzons. Volar més enllà. Qui sap si fundar un cel nou.

“Insensat”. La seva veu va retrunyir, pregona i categòrica com si vingués de tot arreu o com un llamp que impactés damunt el mar i penetrés a les seves profunditats. “Encara no has entès que no hi ha res fora d'allò que he creat? No saps que totes les estrelles són obra meva?”.

De cop em vaig sentir atrapat. Reclús d'una immensa presó de vidre. Els colors superbs del meu plomatge empal·lidien. Em sentia diminut en la seva presència. I alhora, una ràbia destructiva m’inflamava la sang.

“Tanmateix, vols marxar?”. Encegat, li vaig dir que sí, i a l’instant es va sentir un estrèpit de tempesta. Un gran remolí de núvols es va formar sobtadament sota els meus peus. Intentava volar, però l’espiral d’aire em xuclava amb una força invencible.

Jehovà s’allunyava pel seu jardí. Aterrit, no podia comprendre que no es tombés per mirar-me, que no mostrés cap compassió. Ni tan sols cap paraula per alleujar l’aflicció que m’esperava. Els fonaments del cel es van obrir, una tristesa de precipici em va travessar el ventre i en aquest punt va començar la meva caiguda llegendària.

La nit que vaig tocar a terra, silenciosament, em vaig posar a plorar. Tenia tants segles de llàgrimes retingudes que el plor em va banyar de dalt a baix, com una font torrencial, i poc a poc va apagar el meu cos en flames. Unes desferres carbonitzades era tot el que quedava de la meva antiga esplendor. Hauria volgut almenys salvar les meves ales mortes i dissecar-les, perquè algun artista les contemplés, o perquè algun infant jugués amb unes mortalles tan precioses.