diumenge, 9 de juliol del 2006

El pastor alemán en Valencia

Rosario
en la Malvarrosa


ENRIC JULIANA, La Vanguardia, 8 julio 2006 7 de julio por la noche. Más de 200.000 personas se congregan en la playa de la Malvarrosa de Valencia para participar en el Rosario de las Familias en la vigilia de la visita del Papa.

Vicente Blasco Ibáñez ya no está para contarlo a sus amigos de Hollywood, pero anoche se rezó un rosario en la Playa de la Malvarrosa. La noche era opaca en Valencia: una quietud húmeda y dolorida, una espera; una premonición de tormenta. Los ora pro nobis navegaban por la orilla como sedantes barquitos de papel en busca de Joaquín Sorolla y sus luces. Virgo clemens!, rezaban los Xiquets de l’Altar de Sant Vicent, y la alabanza sonaba desafío en la playa carnal y arrocera; a manifiesto contracultural de la nueva acción católica. Los cirios, a miles, crepitaban.

Blasco Ibáñez, anticlerical impenitente, quizá habría soltado una sonora carcajada en su villa de la Malvarrosa, o se habría liado a tortas con los curas, como había hecho alguna vez de joven en las inmediaciones de la catedral de Valencia. Porque el rosario de la aurora fue suyo. Cuando alguien asegura que algo –el primer tripartito catalán, por ejemplo- “acabó peor que el rosario de la aurora”, se está refiriendo al autor de Cañas y barro y de Los cuatro jinetes del Apocalipsis, novela que en los años veinte tuvo en Estados Unidos más lectores que la Biblia. Armados con palos aserrados en las pértigas que se usan para navegar por la Albufera, el joven Blasco y sus amigos arremetían de madrugada contra la procesión de la Aurora, en nombre de Voltaire y la causa republicana. Había tumultos y alguna vez fueron presos.

Valencia es así. Es de una dialéctica radical y extreman que se hace difícil de juzgar, porque engaña. El Mercantil Valenciano (hoy diario Levante) que antaño combatía con ardor blasquista el frufrú de las sotanas, ayer regalaba a sus lectores un espléndido suplemento sobre la visita papal. En la primera página de la prensa local hay destellos de la enseña vaticana –blanca y amarilla- mientras en la sección de ofertas los numerosos anuncios de servicios sexuales desbordan todos los perímetros de la prensa española. Hay en esas páginas una reverberación hortofrutícola. Una exageración del deseo y el pecado. Valencia es así.

Valencia, como la parte sur de Italia, de la bahía de Nápoles para abajo, es templo de un catolicismo antiguo y genuino: rural, astuto, capaz de adaptarse a todo, generoso con el pecado y el exceso de lunes a sábado, pero con el confesionario bien abierto los domingos. Un catolicismo libre de cualquier brida luterana, que podría haber quedado reducido a mero folklore. Vivaz y útil, da forma a diversos tipos de vida, y así se adapta a estos nuevos tiempos líquidos. Tiempos que en Valencia transportan muchas ambiciones y generosas recalificaciones. “¡Viva el plan de acción integrada!”, cuentan que se grita en algunas bodas de Levante llegada la hora de los brindis. Y es que en las bodas valencianas de Cannán los campos de sandías y melones se transmutan en metros cuadrados edificables en primera y segunda línea de mar. “¡Viva el plan de acción integrada!”, exclaman los padrinos y no es difícil imaginar al párroco sentado en un ala de la mesa, sonriente ante la paella y el ubérrimo rendimiento de la huerta. Adiós, Voltaire; adiós, Blasco; adiós, Joan Fuster. Valencia es así.
"Ratzinger habla con la claridad
de un laico occidental"


ANDREA RICCARDI, fundador de la Comunidad de San Egidio, entrevistado por Arrigo Levi en La Vanguardia, 8 julio 2006

Entre el Papa Wojtyla y el Papa Ratzinger, ¿cambia algo en las relaciones con las otras confesiones cristianas?

No veo diferencia entre los dos papas, salvo quizá en la relación con la Iglesia ortodoxa. Para los ortodoxos rusos Wojtyla era, por encima de todo, polaco y por ello lo veían como un antagonista. Ratzinger es europeo occidental. En relación con el mundo protestante no veo diferencias. Wojtyla decía: “Con los ortodoxos estamos muy cercanos teológicamente, pero no psicológicamente; con los protestantes ocurre lo contrario”.

¿Y la relación con el judaísmo?

Tampoco en este aspecto existen grandes diferencias entre los dos. Si bien en la visión wojtyliana de los “hermanos mayores” judíos había algo del gran romanticismo polaco, algo de la memoria de la tragedia de los amigos judíos.

Pero también Ratzinger envió su saludo a los “hermanos del pueblo judío, con los que nos une un gran patrimonio espiritual común” y también las “irrevocables promesas de Dios”.

La continuidad es muy clara. Ratzinger posee una rica cultura bíblica, un gusto especial por la palabra de Dios, es un hombre que lleva la Biblia dentro, lleva la Biblia en la cabeza y el corazón. Se nota. Wojtyla era un hombre intuitivo, autodidacta, filósofo y viajero, lleno de curiosidad. Era un hombre del Evangelio. Juntos, los dos últimos papas constituyen la demostración de que el intento, que va desde Maurras hasta el nazismo, de arrancar al cristianismo de sus raíces judías, es una operación maldita que acabó en fracaso. Los dos últimos papas confirman una relación fundamental para el cristianismo. Es lo que decía Pío XI: “Nosotros somos espiritualmente semitas”.

¿Pesa más la opinión del cardenal Ratzinger o la del Papa Benedicto?

Yo no opondría al cardenal Ratzinger y al Papa Benedicto, ni al revés. Tampoco opondría al Papa Wojtyla con su sucesor. El problema es que Ratzinger habla con la claridad de un laico occidental cuando dice que nota la debilidad de un pensamiento moderno relativista, y puede parecerle más desagradable que un Wojtyla, que pensaba lo mismo pero lo decía de una manera distinta y quizá menos orgánica. Recuerde, por lo demás, que en los primeros años de su papado Wojtyla fue un personaje más bien impopular, eran muchos quienes mostraban su nostalgia por las “dudas” de Pablo VI contra las certezas graníticas del Papa polaco. Cuando se hablaba del “Papa polaco” no se indicaba la nacionalidad: se lo señalaba con el dedo como a un Papa medieval. Hemos olvidado esa parte de la historia. ¿Y luego qué ocurrió? El Papa conmovió al mundo, incluso a quienes no compartían su parecer. Más tarde, en 1989, con la caída del Muro de Berlín y el comunismo, Wojtyla ganó. En la historia de la Europa del siglo XX son muy pocos los líderes que han ganado.


El papel del pecado
en la época sin Dios


VICENTE VERDÚ, El País, 6 julio 2006
Los culpables del accidente de Valencia, los culpables del despilfarro del agua, los responsables de la destrucción del planeta, los criminales del tráfico, los infames que incendian los bosques y agrandan el agujero de ozono.
Continuamente, el suceso, por casual que parezca, debe abrir paso a una investigación en busca y captura del culpable. El accidente como accidente es ya inadmisible o inasumible. El azar por el azar no interesa al sueño racional que requiere explicar las tragedias en términos de error humano y no de fatum, a través de circunstancias combatibles y no por destinos ineluctables. De esta regla se deriva la imputación constante a uno u otro técnico, profesional médico, bebedor de cervezas, campista en el bosque, ama de casa que no separa los residuos, conductor con 200 o más caballos. La culpa opera como una emoción certera para perjudicar la felicidad y de cuyo fruto se desprende una lasitud que el poder consume como extraordinaria golosina.
EL TREMENDO ACCIDENTE de Valencia proviene de otro accidente o grupo de accidentes que podrían haber sido evitados en origen. Pero, ¿qué caracteriza al accidente sino su brusca originalidad? Podemos interpretar correctamente todo proceso tras conocer su desenlace pero el desenlace es precisamente la pieza que falta. Para llenar este vacío, tan insoportable como inútil, la sociedad productiva (y del conocimiento) recurre a los implantes de culpa.
La culpa es altamente eficaz. En la búsqueda y conocimiento de los culpables la investigación oficial cobra pleno sentido. De un lado cumple con el deber protocolario del Estado policial pero, de otro extiende sobre la población la idea maldita de que cualquier mal procede de un malvado. No habrá un Absurdo, un punto ciego sin capacidad de investigación sino que en cualquier tesitura será posible localizar al abyecto; la irresponsabilidad, la negligencia, el delito.
Así actúa la actual Dirección General de Tráfico cuando afirma: "No podemos conducir por ti". La DGT lo avisa: la culpa del siniestro será siempre tuya. No cuenta el estado de las carreteras cuyas deficiencias correlacionan directamente con los siniestros. El culpable está en ti.
Y ya no importa de qué sevicia se trate. El consumo urbano de agua en España representa apenas un 8% del consumo total mientras en la agricultura se llega a más del 80%. Ahorrar parte del agua doméstica a través de actos neuróticos como introducir un ladrillo en la cisterna, lavarse compulsivamente o cerrar el grifo a la primera no sirven para nada pero forman parte de las conminaciones culpabilizadoras del ministerio.

LOS ECOLOGISTAS Y SUS PLATAFORMAS son maestros en este arte de la culpabilización y de ellos han aprendido diversas instituciones. Para los ecologistas echar al suelo una pila constituye un gran pecado y no se diga si se lanza a un río. El cambio climático ha logrado la naturaleza de un ser herido o clamante y lo mismo cabe pensar de los polos, del río Tajo y enclaves por el estilo. Todos martirizados por gentes sin escrúpulos (especuladores aparte) y a las que se infunde reiterados sentimientos de culpabilidad. La civilización nos hizo más libres pero su anverso ha sido convertirnos en reos. Pecadores crónicos de una segunda religión. Porque la Religión, ciertamente, nunca desaparece sino que se transforma. Como los hechiceros jamás abandonan su quehacer, sólo cambian sus disfraces.
Acariciábamos la idea de que habiéndose apagado el tronar divino, la vida se aligeraba de remordimientos pero el remordimiento también se recicla y reaparece en forma de una culpabilidad convertida en la pasta básica de una dialéctica social. Una sustancia básica y altamente pegajosa que, como en el caso del accidente valenciano, se transmuta en el núcleo primordial de la noticia, en la reiterada materia de los editoriales o las tertulias y en la psicopatía de la información. Siendo, en consecuencia, olvidado el formidable dolor de las familias, el cruel embate de la muerte súbita y, con todo ello, eludido de nuevo el obligado aprendizaje de la fatalidad.

dijous, 15 de juny del 2006

Avance: muere un loro en Londres*


La televisión es maestra en prospectiva, en profecías auto-cumplidas. Bajo su influencia cambiamos los hechos consumados por el placer de la anticipación: constantemente nos anuncia posibilidades, hechos que prometen grandeza, aunque luego no sucedan. Algo que también ocurre al informar sobre la gripe aviar, epidemia posmoderna por excelencia: ni siquiera el Sida, mucho más eficaz en su labor de arcángel mortífero, gozó de tanta anticipación noticiosa. La epidemia ocurre y no ocurre, se nos insinúa pero no llega; es como una media naranja perfecta: sabemos que existe, la soñamos… pero no nos duele, no nos mortifica.

De igual modo, la gripe aviar se ha hecho un lugar en los medios al servicio de nuestro afán inocuo de emociones y miedos en una sociedad que vive cada vez con mayor confort y necesita terrores sofisticados que amenacen su bienestar para apreciarlo. Apocalípticos de toda condición hacen sus cábalas en los informativos para determinar cuándo comenzará la masacre, en una muestra fehaciente de cómo los medios han tomado el relevo a la religión en el relato del Fin del Mundo.

Y es que la religión catódica se ha demostrado capaz de improvisar una narración escatológica más objetiva y cientifista que la cristiana, cuya lectura del signo de los tiempos ha fracasado sucesivamente en manos de San Juan, los Adventistas o los Testigos de Jehová.

Frente a los agoreros tradicionales, el relato aséptico non-stop de la CNN resulta imbatible, pues “la gran mayoría de interpretaciones del Apocalipsis presuponen que el fin está bastante próximo” y, en consecuencia, la información minuto a minuto es una gran ventaja, pues “es necesario revisar constantemente la alegoría histórica, por cuanto el tiempo le resta credibilidad” (Frank Kermode). Necesitamos un desenlace: somos seres narrativos.

Vivimos bajo el influjo de la religión cristiana, que “es la más ansiosa, la que ha colocado un mayor énfasis en el miedo a la muerte”. Y el relato televisado de la gripe aviar es una excelente catarsis. Las imágenes de entierros masivos de gallinas nos hacen presagiar el momento en que las aves serán sustituídas por hombres.

DAVID BARBA
, Culturas, La Vanguardia, 15/6/2006
* El 24 de octubre de 2005 el Reino Unido confirma la muerte de un loro infectado por virus HC51, episodio que desata la alarma por la gripe aviar.

divendres, 9 de juny del 2006

Los 10.000 mandamientos

VIKTOR FRANKL

Es bien conocida la distinción que ha establecido Maslow entre las necesidades inferiores y superiores. Según él, la satisfacción de las necesidades inferiores es ‘conditione sine quan non’ para poder satisfacer las superiores. Entre estas necesidades superiores enumera también la voluntad de sentido y llega tan lejos que la califica de “motivación primaria del hombre”. Maslow cree que las cosas ocurren de modo que el hombre sólo da a conocer su exigencia de su sentido de la vida cuando todo le va bien (“primero la comida, después la moral”, o, según el adagio latino, “primum vivere, deinde philosophare”).
Pero contra esta opinión, ocurre que nosotros (y no en último lugar nosotros los psiquiatras) tenemos ocasión de observar una y otra vez que la necesidad y la pregunta de un sentido de la vida llamea precisamente cuando todo va de mal en peor. Y así lo confirman tanto nuestros pacientes en su lecho de muerte como los supervivientes de los campos de concentración y de prisioneros de guerra.

En todo momento el ser humano apunta, por encima de sí mismo, hacia algo que no es él mismo, hacia algo o hacia un sentido que hay que cumplir, o hacia otro ser humano, a cuyo encuentro vamos con amor. Así pues, propiamente hablando, sólo puede realizarse a sí mismo en la medida que se pasa por alto a sí mismo.
¿No ocurre lo mismo con el ojo, cuya capacidad visiva depende de que no se ve a sí mismo? ¿Cuándo ve el ojo algo de sí? Sólo cuando está enfermo. Cuando padezco glaucoma veo una nube y entonces es cuando advierto la opacidad del cristalino. Cuando tengo un glaucoma veo un halo de colores del arco iris en torno a las fuentes luminosas. Pero en esta misma medida disminuye la capacidad de mi ojo para percibir el entorno.

Odio y amor son fenómenos humanos porque son intencionales, porque el hombre tiene siempre motivos para odiar algo y par amar a alguien. Mientras la investigación de la paz se limite a interpretar la agresividad como fenómeno subhumano y no extienda su análisis al fenómeno humano del “odio”, estará condenada a la esterilidad. El hombre no dejará de odiar sólo porque se le explique y se le convenza de que está dominado por impulsos y mecanismos. Este fatalismo ignora por completo que, cuando soy agresivo, no cuentan los mecanismos y los impulsos que hay en mí, que pueda haber en mi “ello”, sino que soy yo el que odio y que para esto no hay disculpas, sino responsabilidad.

En unos tiempos en que los diez mandamientos han perdido, al parecer, su vigencia para tantas personas, el hombre tiene que estar capacitado para percibir los 10.000 mandamientos encerrados en 10.000 situaciones con las que le confronta su vida. Y esto no sólo hace que la vida le parezca de nuevo plena de sentido, sino que él mismo se inmuniza contra el conformismo y el totalitarismo, estas dos secuelas del vacío existencial. Y es que sólo una conciencia despierta da al hombre capacidad de resistencia.

Sentido es, por tanto, el sentido concreto en una situación determinada. Es siempre “el requerimiento del momento”.

VIKTOR FRANKL, Ante el vacío existencial. Hacia una humanización de la psicoterapia, 1977

dijous, 8 de juny del 2006

La voluntad de sentido


“Un hombre consciente de su responsabilidad conoce el ‘porqué’ de su existencia y será capaz de soportar casi cualquier ‘cómo’”

En Auschwitz, dos prisioneros habían manifestado sus intenciones de suicidarse. Ambos aducían el típico argumento del campo: ya no esperaban nada de la vida. La terapia consistía en hacerles comprender que la vida sí esperaba algo de ellos. A uno de ellos le esperaba en el extranjero su hijo, un hijo al que adoraba. En el otro caso no se trataba de una persona sino de una cosa: ¡su obra! Era un científico que había iniciado la publicación de una colección de libros aún por concluir. Nadie más que él podía acabar ese trabajo, igual que nadie podía reemplazar al padre en el cariño a su hijo.


Esta unicidad y singularidad que diferencian a cada individuo y confieren un sentido a su existencia, se fundamenta en su trabajo creador y en su capacidad de amar. Cuando se acepta la persona como un ser irrepetible, insustituible, entonces surge en toda su trascendencia la responsabilidad que el hombre asume ante el sentido de su existencia. Un hombre consciente de su responsabilidad ante otro ser humano que lo aguarda con todo su corazón, o ante una obra inconclusa, jamás podrá tirar su vida por la borda. Conoce el ‘porqué’ de su existencia y será capaz de soportar casi cualquier ‘cómo’.


La frontera que separa el bien del mal, y que imaginariamente atraviesa a todo ser humano, fondea en las honduras del alma y hasta allí penetró el bisel de los sufrimientos soportados. La Historia nos brindó la oportunidad de conocer al hombre quizá mejor que ninguna otra generación. ¿Quién es, en realidad, el hombre? Es el ser que siempre ‘decide’ lo que es. Es el ser que inventó las cámaras de gas, pero también es el ser que entró en ellas con paso firme y musitando una oración.


Recuerdo a un colega norteamericano que un día me preguntó en mi consulta de Viena: “¿Dígame, doctor, es usted psicoanalista?”, a lo que yo respondí: “No exactamente; más bien soy psicoterapeuta”. Entonces siguió preguntándome: “¿A qué escuela pertenece?”. “Sigo mi propia teoría; se llama ‘psicoterapia’”. “¿Puede describirme, en pocas palabras, qué quiere decir con este término?”. “Sí”, le dije, “pero antes de contestarle, ¿podría usted definirme en una frase la esencia del psicoanálisis?”. Ésta fue su respuesta: “En el psicoanálisis, los pacientes deben recostarse en un diván y contar cosas que, a veces, resultan muy desagradables de decir”. Le respondí con una rápida improvisación: “Pues bien, en la logoterapia, el paciente permanece sentado, bien derecho, pero tiene que oír cosas que, a veces, son muy desagradables de escuchar”.

“Considero una concepción errónea y peligrosa dar por supuesto que el hombre precisa ante todo equilibrio interior; lo que necesita es esforzarse y luchar por una meta que le merezca la pena”


Los principios morales no impulsan al hombre, no le ‘empujan’: más bien ‘tiran de él’. Diré, en un tono coloquial, que esa diferencia la recordaba continuamente al traspasar las puertas de los hoteles de Norteamérica: hay que tirar de una y empujar otra. Conviene aclarar con rotundidad que en el hombre no cabe hablar de eso que se acostumbra a denominar ‘impulso moral’ o ‘impulso religioso’, interpretándolo igual a cuando se afirma que el hombre se encuentra determinado por sus instintos básicos.


Nunca el hombre se siente impulsado a responder con una preestablecida conducta moral: en cada situación concreta decide actuar de una forma determinada. Y además el hombre no actúa para satisfacer su impulso moral, y silenciar así los reproches de la conciencia: lo hace por conquistar un objetivo o una meta con la que se identifica. Si obrara con el fin de acallar su conciencia se convertiría en un fariseo, y, en ese instante, ya no sería una persona verdaderamente moral. Cierto es que, como reza el dicho alemán, “la mejor almohada es una buena conciencia”, pero la moralidad es mucho más que un somnífero.


Considero una concepción errónea y peligrosa para la psicohigiene dar por supuesto que el hombre precisa ante todo equilibrio interior, o, como se denomina en biología, “homeostasis”: un estado sin tensiones, en equilibrio biológico interno. El hombre no necesita realmente vivir sin tensiones, sino esforzarse y luchar por una meta o una misión que le merezca la pena. Vivir sin tensiones a cualquier precio no resulta un procedimiento psicohigiénico. Es más beneficioso sentir la urgencia de una misión por cumplir o el apremio del cumplimiento del deber.


Releguemos la “homeostasis” y situemos en primer lugar la “noodinámica”: la dinámica espiritual dentro de un campo de tensión bipolar, en el cual un polo representa el sentido a consumar y el otro polo corresponde al hombre que debe cumplirlo. Y si la noodinámica significa un proceder válido para las condiciones normales del psiquismo, todavía se presenta más necesario en el caso de individuos neuróticos.

“El hombre no debería cuestionarse sobre el sentido de la vida, sino comprender que la vida le interroga a él”


Cuando los arquitectos pretenden apuntalar un arco con riesgo de hundirse, ‘aumentan’ la carga en la clave, para que así sus piezas se unan con mayor fuerza. De la misma forma, si los terapeutas procuran fortalecer la salud mental de sus pacientes, no deben tener miedo a aumentar la tensión interior, si con ello le conducen a reorientar o encontrar el sentido de sus vidas.

En última instancia, el hombre no debería cuestionarse sobre el sentido de la vida, sino comprender que la vida le interroga a él. En otras palabras, la vida pregunta por el hombre, cuestiona al hombre, y éste contesta de una única manera: ‘respondiendo’ de su propia vida y con su propia vida. Únicamente desde la responsabilidad personal se puede contestar a la vida.

De las múltiples posibilidades presentes en cada instante, es el hombre quien condena a algunas a no ser y rescata a otras para el ser. ¿De esas diversas posibilidades, cuál se convertirá, por la elección del hombre, en una acción imperecedera, en una “huella inmortal en la arena del tiempo”? En todo momento el hombre debe decidir, para bien o para mal, cuál será el monumento de su existencia.


La libertad es una parte de la historia y la mitad de la verdad. La libertad es la cara negativa de cualquier fenómeno humano, cuya cara positiva es la responsabilidad. De hecho la libertad se encuentra en peligro de degenerar en mera arbitrariedad salvo si se ejerce en términos de responsabilidad. Por eso yo aconsejo que la estatua de la Libertad en la costa este de los Estados Unidos se complemente con la estatua de la Responsabilidad en la costa oeste.

Al declarar al hombre un ser responsable y capaz de descubrir el sentido concreto de su existencia, quiero acentuar que el sentido de la vida ha de buscarse en el mundo y no dentro del ser humano o de su propia ‘psique’, como si se tratara de un sistema cerrado. La misma argumentación permite afirmar que la auténtica meta de la existencia humana no se cifra en la denominada ‘autorrealización’.

“La verdadera autorrealización sólo es el efecto profundo del cumplimiento acabado del sentido de la vida”


La autorrealización por sí misma no puede situarse como meta. No debe considerarse el mundo como simple expresión de uno mismo, ni tampoco como mero instrumento, o como un medio para conseguir la ansiada autorrealización. En ambos casos la visión del mundo o ‘Weltanschaung’, se convierte en ‘Weltentwertung’, es decir, menosprecio del mundo.


Cuanto más se olvida uno de sí mismo –al entregarse a una causa o a una persona amada- más humano se vuelve y más perfecciona sus capacidades. En efecto, cuanto más se afana el hombre por conseguir la autorrealización, más se le escapa de las manos, pues la verdadera autorrealización sólo es el efecto profundo del cumplimiento acabado del sentido de la vida.


El amor es el único camino para arribar a lo más profundo de la personalidad de un hombre. Nadie es conocedor de la esencia de otro ser humano si no lo ama. Por el acto espiritual del amor se es capaz de contemplar los rasgos y trazos esenciales de la persona amada. Hasta contemplar también lo que aún es potencialidad, lo que aún está por desvelarse y por mostrarse.


Todavía hay más: mediante el amor, la persona que ama posibilita al amado la actualización de sus potencialidades ocultas. El que ama ve más allá y le urge al otro a consumar sus inadvertidas capacidades personales. En logoterapia el amor no se interpreta como un mero epifenómeno de los impulsos e instintos sexuales, según el proceder del mecanismo llamado sublimación. El amor es un fenómeno tan primario como el sexo.

Jamás el ensimismamiento del neurótico por sí mismo, ya sea en forma de autocompasión o de desprecio, es capaz de romper el círculo vicioso. La clave de la curación se encuentra en la autotrascendencia, en la trascendencia de uno mismo.



VIKTOR FRANKL, “El hombre en busca de sentido”, 1946-1962

dijous, 25 de maig del 2006

No labran ni hilan


La alegría de Dios consiste en vestir a los lirios con mayor magnificencia que a Salomón, pero si pudiéramos hablar de comprensión, el lirio se encontraría en una penosa ilusión si, al contemplar sus nobles ropajes, pensara que las vestiduras son el motivo de ser amado. Ahora está contento en el prado jugueteando con el viento, tan despreocupado como su soplo. En cambio, conocer todo aquello lo ajaría y no tendría confianza para levantar la cabeza. Esa sería la pena de Dios, pues el brote del lirio es tierno y pronto se troncha.

Mira, ahí está él –Dios-. ¿Dónde? Allí, ¿no lo ves? Es Dios y no tiene donde apoyar su cabeza, y no se atreve a apoyarla en hombre alguno para que no se escandalice. Es Dios y su paso es más cauteloso que si lo llevaran los ángeles, no para que su pie no tropiece, sino para no hundir a los hombres en el polvo escandalizándose de él. Es Dios y sus ojos reposan inquietos sobre el género humano, porque el tierno brote del individuo puede troncharse tan rápidamente como la hierba.

¡Quién entiende esta contradicción del dolor: no revelarse es la muerte del amante, revelarse es la muerte del amado! ¡Oh!, la mente de los humanos suspira a menudo por el poder y la fuerza, y su pensamiento lo busca de continuo como si, alcanzándolos, lo aclarara todo, sin sospechar que en el cielo no sólo hay alegría, sino también pena: ¡qué duro es tener que rehusar al discípulo que se desea con todo el alma y tener que rehusarlo porque es el amado!

Cuando se planta una bellota en un tiesto de barro, éste se rompe; cuando se echa vino nuevo en odres viejos, éstos revientan, ¿qué sucederá cuando Dios se implante dentro de la debilidad del hombre, si éste no se hace hombre nuevo y nuevo vaso? ¡Qué difícil es ese devenir, qué penoso y parecido a un duro alumbramiento!

SÖREN KIERKEGAARD, Migajas filosóficas, 45 / foto: jardins de les esglésies de Terrassa, maig 2006

dimarts, 2 de maig del 2006

Dues esglésies





A dalt, dues visions de Santa Maria del Mar. A baix, dues visions de la Basílica de la Mercè. Barcelona, primavera 2006.

Salm des del laberint


Tant de bo haguessis nascut en un estable entre el bou i la mula, i els angelots poblessin la fosca lila de la nit, i ens miressis i et complaguessis com un pare jove que mira un nou fill plorant desconsolat. Res no em faria més feliç: que tot es pogués treure fora i tot es pogués convertir en el més senzill i brillant ou de Pasqua. Tant de bo la veritat fos una, insondable i misteriosa, però una.
Però quan alço la mirada apareix tota una altra cosa. Un filòsof pèl-roig m’observa amb un rostre de cent ulls, i es mofa de la meva humanitat i la meva petitesa. Només hi ha ulls, i plecs, i trenes entortolligades. És el déu de l’angoixa: és un i són molts, l’eixam dels sofistes de mil llengües i mil agullons.
La febre m’assalta i m’enfonso en el remolí infinit. Per totes bandes volen posseir-me. No sé qui són, però sé que em despedaçaran, perquè ja noto els budells i els sucs del cos com fan guerra i es rebel·len. Vull creure que sóc innocent, que no tenen raó, però, podria allunyar-los? Tu ets omnipotent, jo només un home.
Jo un home que en el malson àcid, en la solitud d’aquest autobús, en els nervis a flor de ventre de bon matí, en el laberint monstruós dels textos i textos et pregunta: Senyor, on ets?
 
JOAN PAU INAREJOS, DESEMBRE 2003



dijous, 27 d’abril del 2006

Viena, drogada y mórbida


La verdadera capital del formalismo fue la Viena imperial, hasta 1918. Th. W. Adorno ha dicho que la juventud intelectual de entonces era formalista por falta de realidad disponible. Como los empleos estaban sólo en Alemania y las casas eran muy pequeñas, tenían que refugiarse en el café y jugar al ajedrez, intercambiar versos o cultivar la lógica. Pero de ahí saldrá la mejor escuela de historia del arte, basada en la capacidad de ver los sistemas de formas –incluso soñando con una “historia del arte sin nombres”, como pura evolución del sentido del espacio.

SE HA TARDADO mucho en reconocer todo el valor que para la “historia del espíritu” –si cabe emplear aquí ese término alemán- tiene la Viena del cambio de siglo, “el fin del imperio”. Era inevitable que quedara en penumbra en comparación con París –“la capital del siglo XIX, como la llamó Walter Benjamin, aun cuando la aventajara ya en poder real Londres, poco dada a una política de difusión cultural como parte de la expansión imperialista-. Pero es que también ocurría algo de lo mismo respecto a Berlín, que, no sólo en lo militar, lo económico, lo industrial y lo técnico, sino en ciertos aspectos culturales, representó para Viena, quizá injustamente, el motivo de un “complejo de inferioridad” –término vienés, por cierto-.

Y es que los propios vieneses de entonces no sabían que eran tan importantes como ahora resultan ser en nuestra visión del pasado inmediato de la cultura. Todo ello con un elegante desánimo, en parte íntimo, pero en parte debido a la conciencia de que el país –el Imperio- no tenía por delante verdaderas posibilidades de grandeza a la moderna. Todo ese período fue un “alegre apocalipsis” como diría retrospectivamente uno de ellos, Hermann Broch, para caracterizar el estado de ánimo vienés desde el momento en que empieza nuestra rememoración más admirativa: el “vacío de valores” por el que Viena podía considerarse “centro del vacío de valores europeo”.

Cuando esa guerra que se empezó creyendo que los soldados austrohúngaros, tras dar un escarmiento a Servia, estarían de vuelta en casa para celebrar las Navidades de 1914, fue encaminándose a su fatal catástrofe como Primera Guerra Mundial, algunos incorregibles bromistas vieneses dijeron que, mientras el Estado Mayor alemán había afirmado “La situación es seria, pero no es desesperada”, el Estado Mayor austrohúngaro habría dicho en otra parte: “La situación es desesperada, pero no es seria”.

En efecto en esa “época de oro” vienesa era difícil tomar nada en serio, no sólo porque los valses y las polkas consolaran de los desastres, sino también porque los pensadores más rigurosos y los literatos más sugestivos eran los primeros en señalar que, al fin y al cabo, todo es cuestión de palabras.

José María VALVERDE, Viena, fin del imperio, en Historia de las mentalidades, Obras Completas / foto: Dánae, de Gustav KLIMT

dijous, 23 de març del 2006

Las neuras de Amory

Mientras caía la llovizna, Amory pensaba fútilmente en la corriente de su vida: momentos resplandecientes y sucios estancamientos. Para empezar seguía teniendo miedo, no un miedo físico sino miedo a la gente, a los prejuicios, a la miseria y a la monotonía. Cuando a menudo se acusaba de ser un ególatra, algo replicaba ultrajado: “¡No, genio!”. Era otra manifestación de miedo, aquella voz que le susurraba que no podía ser al mismo tiempo bueno y grande, porque el genio era la exacta combinación de aquellos inexplicables surcos y pliegues de su cerebro que una disciplina cualquiera moldearía para la mediocridad.

Probablemente, más que cualquier otro vicio o fallo, Amory despreciaba su propia personalidad. Le repugnaba saber que mañana y los mil días siguientes se inclinaría pomposamente ante el primer halago y se enojaría ante la primera censura, como cualquier músico de tercera o cualquier actor de primera. Le avergonzaba el hecho de que casi toda la gente simple y honesta desconfiara habitualmente de él. Y el haber sido cruel, a menudo, con las personas que habían sacrificado su personalidad por la de él… varias mujeres y un compañero de colegio aquí y otro allá. Y haber sido una mala influencia para mucha gente que le había seguido en sus aventuras mentales, de las cuales sólo él había salido indemne.

De repente sintió un invencible deseo de irse al diablo. Y no violentamente, como se iría un caballero, sino desaparecer tranquila y sensualmente. Se imaginaba a sí mismo en una casa de adobes en México reclinado sobre una manta, sus dedos finos y artísticos sosteniendo un cigarrillo, mientras escuchaba las guitarras, que tañían melancólicamente una antigua endecha de Castilla, y una joven aceitunada, con labios de carmín, acariciaba su pelo. Allí podría vivir una extraña letanía, liberado del bien y del mal, a resguardo de todos los sabuesos del cielo y de todo dios (excepto de ese exótico dios mexicano ya de por sí bastante relajado y adicto a los aromas orientales), liberado de todo éxito y esperanza y pobreza para caer en esa indulgencia que, después de todo, conducía al lago artificial de la muerte.

Francis Scott FITZGERALD, A este lado del paraíso, p 280 / foto: Park Güell

dissabte, 4 de març del 2006

La voz de mi amado


¡La voz de mi amado! Miradlo aquí llega, saltando por montes, brincando por lomas.


Es mi amado una gacela, parecido a un cervatillo. Mirad cómo se para, oculto tras la cerca, mira por las ventanas, atisba por las rejas.

Habla mi amado y me dice: «Levántate, amor mío, hermosa mía, y vente.

Mira, ha pasado el invierno, las lluvias cesaron, se han ido.

La tierra se cubre de flores, llega la estación de las canciones, ya se oye el arrullo de la tórtola por toda nuestra tierra.

Despuntan yemas en la higuera, las viñas en cierne perfumean. ¡Anímate, amor mío, hermosa mía, y ven!

Paloma mía, escondida en las grietas de la roca, en los huecos escarpados, déjame ver tu figura, deja que escuche tu voz; porque es muy dulce tu voz y atractiva tu figura».

Cazadnos las raposas, las pequeñas raposas que devastan las viñas, porque nuestras viñas están en flor.
Mi amado es mío y yo de mi amado,que pasta entre azucenas.

Antes que sople la brisa,antes de que huyan las sombras, vuelve, amado mío, imita a una gacela o a un joven cervatillo por los montes de Béter.

Cantar de los Cantares 2, 8-17