Nunca se reprocha a las minorías religiosas, étnicas o nacionales su diferencia propia, se les reprocha que no difieran como es debido, y, en última instancia, que no difieran en nada. Los extranjeros son incapaces de respetar las ‘auténticas’ diferencias. Carecen de modales o de gusto, según los casos. No captan lo realmente diferencial. No es bárbaro quien habla otra lengua sino quien confunde las únicas distinciones realmente significativas: las de la lengua griega.
Incluso en las culturas más cerradas, los hombres se creen libres y abiertos a lo universal. Su carácter diferencial hace que se vivan desde dentro como inagotables los campos culturales más estrechos. Todo lo que compromete esta ilusión nos aterroriza y despierta en nosotros la tendencia inmemorial a la persecución. Esta tendencia adopta siempre los mismos caminos, la concretan siempre los mismos estereotipos, responde siempre a la misma amenaza. Contrariamente a lo que se repite a nuestro alrededor, nunca es la diferencia lo que obsesiona a los perseguidores y siempre es su inefable contrario, la indiferenciación.
Los estereotipos de la persecución son indisociables y resulta un hecho notable que la mayoría de las lenguas no los disocien. Crisis, crimen, criterio, crítica, provienen todos de la misma raíz, del mismo verbo griego, ‘krino’, que no sólo significa juzgar, distinguir, diferenciar, sino también acusar y condenar a una víctima.
René Girard, ‘El chivo expiatorio’, 34
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