divendres, 30 de gener del 2009

MIS 62 PINTURAS

por JOAN PAU INAREJOS


1. Maiestas Domini
De Sant Climent de Taüll. Siempre llevo presente a este Dios medieval de ojos almendrados y geométricos pliegues. Con él tengo algo personal, casi onírico. Allá donde voy llevo dibujadas sus cejas de trueno, sus enormes pupilas negras y su cancerbero brincador, el Agnus Dei.

2. Maiestas Mariae

De Santa Maria de Taüll. Tras la severa majestad, el reverso lírico llega con esta vecina epifanía: la maravillosa virgen azulada sale de su mandorla como Venus primitiva, flanqueada por magos, estrellas y vivas pedrerías.

3. Majestat Batlló
De la Garrotxa. Por alguna razón me conmueve este Cristo indolente y revestido en su trono del Gólgota. Es casi divertido ver al rey de madera, de perdida mirada arcaica, erguido en su túnica rojiazul, como ajeno a la cruz y al martirio.

4. Nativitat
De un lateral del frontal de Sant Andreu de Sagàs. Quiero rescatar esta pequeña joya, menudez de menudeces perdida en un frontal románico del Berguedà. Aquí el pintor ignora toda técnica y nos regala un nacimiento primitivo, casi rupestre, pura espontaneidad medieval.

5. Frontal de Santa Margarida
De Vila-Seca. Ved de cerca este frontal rizado, donde la vida de la santa está pintada en espirales ígneas de vivos colores. Como en un romance de Lorca, por aquí florecen y desfilan soldados, dragones y pechos cortados.

6. La Trinidad
Andrei Rublev. De pequeño me preguntaba quiénes eran estas tres personas iguales, y todavía hoy permanece el silencioso misterio de la cena angélica, que siempre está celebrándose en el ocre cubículo.

7. Nacimiento de Venus
Sandro Botticelli. Hay cuadros emblemáticos que se desvacen al verlos en el museo. En cambio, siempre recordaré el vivo impacto que me causó en Florencia la diosa renacentista por excelencia, puro lirismo marítimo de conchas, melenas enroscadas y ropajes voladores. En mi fuero interno prefiero con mucho esta Venus, de adolescente deformidad y excesivos cabellos, a las perfectas amazonas que los clásicos pintan y esculpen una y otra vez.

8. Alegoría cristiana
Giovanni Bellini. Los niños juegan y los mártires brindan sus cuerpos en una extraña terraza flotante. Prefiero no averiguar qué significa, porque un vulgar subtítulo arruinaría la maravillosa ambigüedad de esta diapositiva onírica, a la vez paisaje y escenario.

9. Concierto campestre
Giorgione. Mientras Rafael y compañía se ocupaban de cerrar sus figuras a cal y canto, los venecianos comprendían la hermandad cromática de todas las cosas. Mil matices de rojo, verde y carne se funden en este dulce veraneo de los dioses.

10. La tempestad
Giorgione. Giorgione nos sigue sorprendiendo con esta natividad a la intemperie, cuya historia desconocemos por completo. ¿Qué hacen dos pastores, con su hijo, a orillas de un pueblo italiano que amenaza tormenta? ¿Están serenos o desolados? ¿Y qué avatar los mantiene así separados? Solamente el misterio, paciendo al aire libre.

11. Juicio Final
Michelangelo. Desde luego nada tiene que ver con el Olimpo esta cosmología de fuerzas tormentosas que consagró Michelangelo en su célebre Capilla Sixtina. Dios pierde definitivamente la inocencia bizantina y se revela como un iracundo y rotundo hombre de carne y hueso castigando a su prole. Los ropajes medievales han desaparecido y ya sólo queda la lucha del cuerpo contra el cuerpo.


mis 62 pinturas

12. El lavatorio

Tintoretto. Los italianos siempre son teatrales, y no podría ser menos Tintoretto, montando aquí magníficos bastidores para el íntimo sacramento del lavatorio de pies. Juego magistral de primeros y segundos planos, hasta convertir la santa cena en un estático museo por donde uno puede pasear.

13. El mar de Galilea
Tintoretto. Casi anticipa el Romanticismo este Cristo contemplando de espaldas el oleaje. El evangelio, apenas esbozado en un mar de libres trazos verdiazules.

14. Laocoonte
El Greco. El sacerdote y sus hijos se retuercen como nubes tormentosas en lucha con la serpiente. De nuevo El Greco asombra con su brutal modernidad, apenas balbuciendo estos ángeles sufrientes y pálidos con su pincel flamígero.

15. Vista de Toledo
El Greco. El genio griego pintó el primer paisaje expresionista cuando la palabra ni estaba ni se la esperaba. La urbe castellana se presenta fantasmal, sobre el monte húmedo y a los pies de la tormenta. Alucinación mística con todos los honores.

16. San Sebastián cuidado por Santa Irene
Georges De la Tour. Parece mentira que esta limpia penumbra, casi surrealista, pertenezca al siglo XVII, pero así es. De la Tour lleva el íntimo rescate del mártir, asaetado sin sangre, a la categoría del sueño y el enigma nocturno.

17. La visita de San Hugo...
Francisco de Zurbarán. Si De la Tour es la limpidez nocturna, Zurbarán sin duda pasa como el maestro de la blancura diurna. Vedlo en esta nívea escena de manteles y túnicas, donde el misticismo más hondo carece de todo fulgor teatral.

18. El triunfo de Baco
Velázquez. Dicen que Velázquez pinta el aire, pero no sólo el atmosférico: pinta también el aire social, el aire de las gentes y los grupos, como en este manojo de borrachos donde se masca el ambiente ebrio y tabernario. Que esta camarilla de bebedores parodie el mito y se llame El triunfo de Baco sabe sin duda a chiste genial.

19. Las hilanderas
Velázquez. Lejos de las hieráticas Meninas, Velázquez nos regala aquí el precioso fragor de las hilanderas, tejiendo y destejiendo en una nube fresca y rosácea donde una nuca femenina habla más que la más despampanante de las diosas barrocas.

20. Marte
Velázquez. Ecce homo, podríamos decir a propósito de esta obra, donde, como en el jucio a Cristo, se muestra la desnuda humanidad del dios. Nunca agradeceremos lo suficiente a Velázquez que haya bajado los ídolos del pedestal -como Cervantes hizo con la caballería medieval- para enseñarnos sus arrugas y su tendido aburrimiento.

21. Mercurio y Argos
Velázquez. Se diría que Velázquez pone una cámara oculta al mito y deja que la historia se muestre tal cual ocurrió, sin florituras épicas. De modo que el gigante de cien ojos se convierte en un bruto durmiente y Mercurio, en un joven avispado de bello escorzo.


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22. La caza del hipopótamo
Peter Paul Rubens. Jamás veríamos esta jauría junta en la realidad, pero la ambición barroca lo hace posible: perros, hipopótamos, cocodrilos, caballos erizados y jinetes con turbante batallan en esta guerra viva que convoca todas las fuerzas y líneas compositivas. Artificio y espectáculo sin complejos.

23. El hijo pródigo
Rembrandt. Como en un teatro, Rembrandt hace salir sus personajes bíblicos de la penumbra rojiza. Miradas huecas, secundarios impasibles asistiendo al momento de la ternura, al padre ciego que asiente y abraza.

24. La encajera de bolillos
Jan Vermeer. Esta costurera quizá no está novelescamente absorta en amores y romanzas. Quizá está simplemente, maravillosamente, esmerada en lo concreto de su tarea. Y eso, con el pincel íntimo de Vermeer, pacifica tanto el alma como ver a alguien dormir.

25. La lechera
Jan Vermeer. Sólo mide 45 x 41 cm, pero esta humilde lechera consigue detener el tiempo con su gesto abnegado. Con medios pictóricos mínimos, Vermeer hace fascinante una simple cocina holandesa.

26. Vista de Delft
Jan Vermeer. Sólo es un paisaje. Sólo es una plácida ciudad holandesa. Poned la lupa, y apenas veréis un amasijo de puntos de luz. Y mientras nos preguntamos por qué aun así es fascinante, Delft sigue imperturbable.

27. El arte de la pintura
Jan Vermeer. He aquí, en efecto, el arte de la pintura según el gran Vermeer: despojarla de sí misma, de todos sus rastros matéricos, y dejar el puro espejo, como este gran tablero de ajedrez, sobrenaturalmente real, donde todo se espera y todo se adivina.

28. Saturno devorando a un hijo
Francisco de Goya. Como Velázquez, Goya humaniza los mitos, y aquí terriblemente, convirtiendo el noble dios del tiempo en un viejo loco de mirada torva y fauces ensangrentadas. Sin metáforas, sin remilgos narrativos: puro canibalismo.

29. Duelo a garrotazos
Francisco de Goya. La violencia desnuda, el hermano contra el hermano, brutalidad en el descampado que huele a colores terrrosos, a guerra civil y a hostilidades del Antiguo Testamento. También esto es el hombre.

30. Las espigadorasJean-François Millet. Esta sola pintura dignifica más las gentes del campo que todas las proclamas decimonónicas juntas. Las campesinas, anécdotas del paisaje, se convierten sin quererlo en majestuosas sibilas del atardecer.

31. El Angelus Jean-François Millet. Algo de extraño, de onírico debe tener este rezo campestre bañado de luz vespertina que obsesionó a creadores tan poco serenos como Van Gogh o Dalí. Quizá es mejor orillar toda interpretación y dejar que los campesinos sigan orando.

32. Abadía en un bosque Caspar David Friedrich. Había que dar una réplica a la sempiterna estética del mediodía clásico, y el pintor de Dresde dio con ella en este bosque, consagrando la belleza de la ruina y del gótico agonizante con sus mortajas de hiedra.

33. Viajero frente al mar de nieblaCaspar David Friedrich. Friedrich no descubre ninguna técnica, ni ningún estilo, sino un nuevo dios: la tremebunda naturaleza estallando en gritos de espuma, luz y niebla. Turner será más moderno, pero el alemán habla al espíritu y por eso sus iconos son inmortales.

34. Dos hombres contemplando la lunaCaspar David Friedrich. Mientras los héroes de la pintura francesa comandan la revolución o emulan las gestas clásicas, los alemanes están literalmente en la luna, deleitándose con el brillo del astro en un anochecer cualquiera.

35. La Place de l'Europe en París...
Gustave Caillebotte. Quizá el mejor suelo mojado de la historia del arte lo hallamos en esta vívida escena urbana. Agradezcamos a los impresionistas que se despojasen de ínfulas palaciegas para meternos en el fragor callejero de París, donde olemos las creppes y nos estremecemos en una tarde húmeda.


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36. ¿De dónde venimos?...
Paul Gauguin. Uno no puede reprimir la nostalgia por no hallarse en este Edén austral de pulpas, musgos y desnudeces palpitantes. Gauguin estuvo allí y pintó el Génesis de venéreos colores.

37. Noche estrelladaVincent Van Gogh. Este es el cielo que nunca nos enseñará un telescopio: el firmamento ardiente, biológico y exultante con su miríada de astros hipertrofiados y multicolores. Esta es la noche del alma, de la locura que abre flores.

38. Trigal con cuervos
Vincent Van Gogh. Van Gogh demostró que sin necesidad de perspectiva alguna se puede evocar la tremenda lejanía de un paisaje. Sólo con colores se divisa este campo encendido, desde las rejas de la angustia, inalcanzable y roto por los graznidos.

39. La isla de los muertos
Arnold Böcklin. Sobrecogedora escena del inframundo, donde un blanco Caronte se adentra en la vasta tiniebla insular. Cipreses y arquitecturas inertes para este perfecto paisaje de la muerte.

40. Júpiter y Sémele
Gustave Moreau. ¿Os imagináis un Júpiter índico y gigantesco, abrasando a su amante con una rotunda teofanía? Aquí lo tenéis, de la mano del febroso visual Gustave Moreau.

41. El arte (las caricias, la esfinge)
Fernand Khnopff. Al contemplar esta escena mitológica uno no puede evitar un repelús incestuoso, un escalofrío profundo que remite a las pesadillas oscuras de la carne y la identidad. Y un rabo de pantera enroscado entre las piernas...

42. Dánae
Gustav Klimt. Aún me admira como el austríaco pudo pintar en 1907 este moderno prodigio de muslamen. Esto es erotismo de verdad, y no las mojigatas blancuras de los clásicos.

43. La virgen
Gustav Klimt. Con este torbellino de algas y anémonas, Klimt desdeña toda forma, clásica o moderna, y se entrega a la pura ensoñación filamentosa.

44. El grito
Evard Munch. La calavera aterrada parece estar siempre resonando en los paisajes crepusculares del expresionismo. Simple y certero, Munch plasma cómo desaparece todo lo demás cuando aparece la angustia.

45. La masia
Joan Miró. Antes de entregarse a sus trazos coloristas, Miró pintó galerías de miniaturas como esta, donde la tierra palpita con toda su vida microscópica.

46. Dona i ocell
Joan Miró. Entre su infinita pléyade de constelaciones mironianas se cuenta esta diosa de enredaderas negras, rotunda y viva, donde se engarzan pupilas y mejillas multicolores.


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47. L'espectre del seappeal
Salvador Dalí. En plena fiebre surrealista, Dalí monta este gigante carnal de pechos roídos, a la vista de un pobre niño marinero.

48. Construcció tova amb mongetes bullides
Salvador Dalí. Este quizá es el 'Gernika' de Dalí, y donde allí era multiplicidad vibrante, aquí es un solo cuerpo dislocado, la carne contra la carne, devorándose y apretándose a si mismo en su orografía del dolor.

49. Espectre de Vermeer
Salvador Dalí. El genio de Figueres resucita el fantasma holandés y lo saca a pasear por su ciudadela ibera: el misterio de espaldas, tendido en el paisaje.

50. La pesca de la tonyina
Salvador Dalí. Dalí nos regala aquí un sabrosísimo festín de pop barroco, donde la espuma y la sangre multicolor conviven con los ojos de mármol y el Pop Art.

51. Cristo de san Juan de la Cruz
Salvador Dalí. Crucifixión alucinante, de perspectiva imposible, que sobrevuela el mar ampurdanés en una tranquila tarde del fin del mundo.

52. El torero al·lucinògen
Salvador Dalí. La Venus de Milo va sacando su fondo de armario en esta plaza surreapop, cuajada de ejércitos de moscas. Manolete cascándose un tripi.

53. La violación
René Magritte. Feministas, rásguense las vestiduras: el belga lleva hasta las últimas consecuencias la idea de la mujer como entero lienzo erógeno y la plasma en esta amoral fantasía masculina.

54. Gato atrapando a un pájaro
Picasso. La crueldad condensada en esta ordinaria escena animal, pequeña joya expresionista.

55. Gernika
Picasso. Inmortal la fuerza visual e iconográfica de esta guerra en blanco y negro, donde el toro, el caballo y el niño muerto acaso componen un trágico pesebre moderno.

56. El beso
Picasso. Beso brutal, furtivo, incestuoso, entre el viejo y la joven. Amor forzoso y sin alma, con los enormes ojos almendrados como pidiendo auxilio...

57. Tríptico de la crucifixión
Francis Bacon. Las carnes de Bacon se retuercen y se miran al espejo como en nuestras peores pesadillas modernas. Aquí están la soledad, la resaca y el remordimiento, enróscandose y haciéndose a l'ast.


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58. Mediodía
Edward Hopper. La muchacha se asoma en este blanco paisaje del sinsentido. No se oye la brisa ni los pájaros, sino el rumor de la propia soledad. Hopper, americano y cinematográfico, borda la modernidad sin un ápice de abstracción.

59. Bañera núm. 3
Tom Wesselmann. Aquí está el interior del siglo XX: el baño convertido en un vulgar festín de colores, baldosas y plástico brillante.

60. M-Maybe
Roy Liechtenstein. Lichtenstein puso el zoom sobre el cómic y apareció esta apresurada rubia, princesa del arte por un día y vestida con topos de imprenta.

61. Salpicón de espuma
David Hockney. Alguen se ha zambullido en la piscina de un soleado chalet californiano y Hockney estaba allí para dibujar su efímera ausencia.

y 62. Cos de matèria i taques de color taronja

Antoni Tàpies. Esta sólo es una de las muchas materias que Tàpies amasó, troceó y arrugó, para regocijo del niño que llevamos dentro, el que jamás ha dejado de jugar con el barro y la plastelina.