La niebla
Ya lo veis: el manto blanco nos sorpendió en el primer día de viaje a la capital de Holanda. Las torres de Sint Nicolaas
Se fue la niebla y se quedó el hielo. Y es que, en el enero neerlandés, el agua se congela para todos: incluso para las pobres aves, que hacían deslizantes acrobacias para alcanzar la comida. Ved la majestuosidad plumosa del cuello largo, burlada entre miríadas de gaviotas, cómo se tambalea y se tropieza, convirtiendo el lago de los cisnes en una comedia de cine mudo.
Cada casa, un alma
Acostumbrados a los caserones ibéricos, hechiza la capital holandesa por la infinita retahíla de estrechas viviendas, concretas y casi livianas con sus dilatados ventanales blancos. Ved la sucesión fluvial de individualidades, donde cada alma burguesa se pinta de su color y se corona con su hastial.
Al llegar al canal Oudezijds, se siente uno como dentro de una broma surrealista. El sol ruboriza las viejas casas y rompe las aguas en mil destellos mientras, a un lado y otro del canal, jóvenes y viejas prostitutas blanden sus encantos al transeúnte. Peatón que acaso se pregunta qué hacer ante los maniquíes vivos: ¿reír, mirar, ser voyeur o displicente, o simplemente dejar que vayan floreciendo los senos mudos tras las vitrinas?
El ajedrez
Tuvimos que ir a Amsterdam para descubrir, en un acogedor pub irlandés, el poder evasor de los peones y los alfiles. Con el ánimo puesto en las cuadrículas blancas y negras, todo lo demás desaparecía. Como en la íntima y absorta Lechera de Vermeer. Mátame y yo te mataré, reina.
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