Joan Pau Inarejos
Hay una frase que decimos sin reparar en su sentido siniestro: “Cuando alguien ha hecho todo lo que tenía que hacer, ya se puede morir”. Eso, nos guste o no, es lo que ha hecho Philip Seymour Hoffman.
Siempre pareció mayor de lo que era, quizá por su proverbial pelo blanco; un aire de albinismo lo hacía a la vez misterioso y entrañable. Asexuado y sin edad. Único y muy raro, como el Copito de Nieve si se permite la irreverente comparación (también el gorila barcelonés parecía cobijar una inteligencia adelantada bajo su piel algodonosa).
En muchos sentidos, su físico era de anti-estrella, pero jamás un carácter ha hecho tanto por imponerse. Una furia sanguínea emergía cuando era preciso de sus blancas carnes anglosajonas. Ver a Seymour Hoffman iracundo es uno de los grandes placeres que nos ha reservado el cine del siglo XXI.
Siempre agradeceré haberlo descubierto a tiempo, en la sensacional ‘Antes que el diablo sepa que has muerto’ (2007), donde un ejecutivo heroinómano veía desmoronarse el plan inmoral de atracar la joyería de su propia familia. Corrupto con Sidney Lumet, escritor narcisista en 'Capote', o sacerdote en 'La duda' -cuyo duelo con Meryl Streep no es eléctrico, sino atómico-, siempre se movió en los grados de la excelencia. Qué gran Pingüino malogró la saga de Batman, si los rumores eran ciertos. Paradojas de la vida, en su última película, proféticamente llamada 'El último concierto', le atribulaba no haber sido nunca el número uno.
Se ha ido uno de los grandes: turbador como Jack Nicholson y propietario de tantos o más matices que Robert De Niro. Incluso los que apenas hemos visto cinco o seis de sus películas teníamos pocas dudas de su filiación superlativa. Se pueden contar con los dedos de la mano los actores de este tipo que produce cada generación. Sabíamos que estaba ahí y que su rostro era sinónimo de profesionalidad mineral. Por eso su muerte nos deja un incómodo sentimiento de culpa: lo sentimos por la persona, desde luego, pero mucho más, muchísimo más, por el actor que nos perderemos en el futuro. Es la primera vez que nos ha fallado.
Tengo el corazón roto; me encantaron tus palabras, como él, no habrá dos. JAMÁS.
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