Olsen en 'Marta Marcy May Marlene', Stone en 'Birdman' y Lawrence en 'Birdman' |
Joan Pau Inarejos
La película soñada reuniría a Elizabeth Olsen, Emma Stone y Jennifer Lawrence, y, en el mejor de los casos, todas estarían para encerrar. Locas, traumatizadas o alteradas por sustancias, eso nos da igual. Estamos quizá ante las tres actrices jóvenes con más brillante porvenir en Hollywood; las tres son, año arriba, año abajo, de la generación de 1990 –sí, hay gente que ha nacido después de la caída del muro- y las tres nos han cautivado con personajes que no estaban muy en sus cabales. Huelga decir que el plural mayestático sólo representa la opinión, parcial pero insobornable, de este humilde bloguero.
Las tres han logrado vencer el peligroso cliché de Barbies del celuloide, aunque bien es cierto que en sus rostros está el bello arte de la imperfección. Emma Stone tiene unos anormales ojos saltones –Woody Allen le dijo, por boca de Colin Firth, que sólo estaba guapa a las ocho y media bajo la luz de la luna–, en Elizabeth Olsen asoma la sonrisa reptil de sus hermanas, las estomagantes gemelas Olsen, y Jennifer tiene esas facciones hinchables que pueden recordar a una muñeca de funciones espurias, o peor, a Brenda de Sensación de vivir. Son a la vez raras y telegénicas, porque a ver, ¿quién se quedaría mirando noventa minutos a la Venus de Milo?
Alguna extraña chispa, cierta melancolía, une a estas tres mujeres que podían haber sido polvo de estrellas pero que hoy brillan con luz propia. Jennifer Lawrence despuntó en el drama gélido ‘Winter’s bone’ y puso carisma en la trivial ‘Los Juegos del Hambre’, pero donde nos convenció definitivamente fue en ‘Silver Linnings Playbook’ (‘El lado bueno de las cosas’, 2012), una comedia romántica protagonizada por desequilibrados mentales. Tiffany es una viuda deslenguada con fama de ninfómana que hace todo lo posible por seducir y a la vez sacar de sus casillas a un Bradley Cooper no menos ido que ella. Intuimos que en la Jennifer real hay algo de esa eterna adolescente, huraña y eruptiva, quizá demasiado precoz o en guerra con el mundo, que vive latente en todos sus personajes (aunque ahora pretenda engañarnos con esas poses de Cenicienta moderna tropezando en las escaleras de los Oscar).
Elizabeth Olsen es la prueba darwinista de que la genética puede dar sorpresas esperanzadoras y mejorar los modelos anteriores. Si las gemelas Ashley y Mary-Kate se cuentan entre las peores plagas que han asolado el mundo de la televisión, la pequeña Elizabeth dio la sorpresa con ‘Martha Marcy May Marlene’ (2011), un drama ambientado en el mundo de las sectas. La benjamina de las Olsen se desembaraza del recuerdo frívolo y empalagoso de su saga familiar para interpretar a una joven atrapada entre una hermandad alienadora y un hogar que tampoco siente suyo. La triste peripecia de Martha, sufriente y convincente, obliga a revisar aquella máxima popularizada por ‘El mago de Oz’ de que se está mejor en casa que en ningún sitio. Martha Marcy May Marlene, con su intrincada concatenación onomástica, fue el bautizo de fuego de una actriz.
Y así llegamos hasta ‘Birdman’ (2014), la aclamada fantasía cómica de Alejandro González Iñárritu, que no sería lo mismo sin su elenco de actores magníficamente alineados y dirigidos. Mucho se ha dicho de la meritoria autoparodia del ex Batman Michael Keaton, o de la hilarante sobreactuación de Edward Norton, pero por aquí preferimos el contrapunto de Sam, la hija descarriada del dramaturgo, encarnada con una parquedad pasota por Emma Stone. La de Arizona no parece seguir ningún método, y ahí está su raro encanto: actúa con aparente espontaneidad, al dictado de nadie, con un aire entre naif y colocado, high all the time, como si siemprese hubiera fumado un porro en el camerino (y se fuma unos cuantos en 'Birdman'). Como si sus ojos a punto de salir de las órbitas pudieran ver cosas volando en el cielo. Con sus trucos juveniles le dio vidilla a todo un señor como Woody Allen en 'Magic in the moonlight', aquella película donde las señales de tres golpes anunciaban cosas prodigiosas. Como ellas.
Las tres han logrado vencer el peligroso cliché de Barbies del celuloide, aunque bien es cierto que en sus rostros está el bello arte de la imperfección. Emma Stone tiene unos anormales ojos saltones –Woody Allen le dijo, por boca de Colin Firth, que sólo estaba guapa a las ocho y media bajo la luz de la luna–, en Elizabeth Olsen asoma la sonrisa reptil de sus hermanas, las estomagantes gemelas Olsen, y Jennifer tiene esas facciones hinchables que pueden recordar a una muñeca de funciones espurias, o peor, a Brenda de Sensación de vivir. Son a la vez raras y telegénicas, porque a ver, ¿quién se quedaría mirando noventa minutos a la Venus de Milo?
Alguna extraña chispa, cierta melancolía, une a estas tres mujeres que podían haber sido polvo de estrellas pero que hoy brillan con luz propia. Jennifer Lawrence despuntó en el drama gélido ‘Winter’s bone’ y puso carisma en la trivial ‘Los Juegos del Hambre’, pero donde nos convenció definitivamente fue en ‘Silver Linnings Playbook’ (‘El lado bueno de las cosas’, 2012), una comedia romántica protagonizada por desequilibrados mentales. Tiffany es una viuda deslenguada con fama de ninfómana que hace todo lo posible por seducir y a la vez sacar de sus casillas a un Bradley Cooper no menos ido que ella. Intuimos que en la Jennifer real hay algo de esa eterna adolescente, huraña y eruptiva, quizá demasiado precoz o en guerra con el mundo, que vive latente en todos sus personajes (aunque ahora pretenda engañarnos con esas poses de Cenicienta moderna tropezando en las escaleras de los Oscar).
Elizabeth Olsen es la prueba darwinista de que la genética puede dar sorpresas esperanzadoras y mejorar los modelos anteriores. Si las gemelas Ashley y Mary-Kate se cuentan entre las peores plagas que han asolado el mundo de la televisión, la pequeña Elizabeth dio la sorpresa con ‘Martha Marcy May Marlene’ (2011), un drama ambientado en el mundo de las sectas. La benjamina de las Olsen se desembaraza del recuerdo frívolo y empalagoso de su saga familiar para interpretar a una joven atrapada entre una hermandad alienadora y un hogar que tampoco siente suyo. La triste peripecia de Martha, sufriente y convincente, obliga a revisar aquella máxima popularizada por ‘El mago de Oz’ de que se está mejor en casa que en ningún sitio. Martha Marcy May Marlene, con su intrincada concatenación onomástica, fue el bautizo de fuego de una actriz.
Y así llegamos hasta ‘Birdman’ (2014), la aclamada fantasía cómica de Alejandro González Iñárritu, que no sería lo mismo sin su elenco de actores magníficamente alineados y dirigidos. Mucho se ha dicho de la meritoria autoparodia del ex Batman Michael Keaton, o de la hilarante sobreactuación de Edward Norton, pero por aquí preferimos el contrapunto de Sam, la hija descarriada del dramaturgo, encarnada con una parquedad pasota por Emma Stone. La de Arizona no parece seguir ningún método, y ahí está su raro encanto: actúa con aparente espontaneidad, al dictado de nadie, con un aire entre naif y colocado, high all the time, como si siemprese hubiera fumado un porro en el camerino (y se fuma unos cuantos en 'Birdman'). Como si sus ojos a punto de salir de las órbitas pudieran ver cosas volando en el cielo. Con sus trucos juveniles le dio vidilla a todo un señor como Woody Allen en 'Magic in the moonlight', aquella película donde las señales de tres golpes anunciaban cosas prodigiosas. Como ellas.
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