Es bien conocida la distinción que ha establecido Maslow entre las necesidades inferiores y superiores. Según él, la satisfacción de las necesidades inferiores es ‘conditione sine quan non’ para poder satisfacer las superiores. Entre estas necesidades superiores enumera también la voluntad de sentido y llega tan lejos que la califica de “motivación primaria del hombre”. Maslow cree que las cosas ocurren de modo que el hombre sólo da a conocer su exigencia de su sentido de la vida cuando todo le va bien (“primero la comida, después la moral”, o, según el adagio latino, “primum vivere, deinde philosophare”).
Pero contra esta opinión, ocurre que nosotros (y no en último lugar nosotros los psiquiatras) tenemos ocasión de observar una y otra vez que la necesidad y la pregunta de un sentido de la vida llamea precisamente cuando todo va de mal en peor. Y así lo confirman tanto nuestros pacientes en su lecho de muerte como los supervivientes de los campos de concentración y de prisioneros de guerra.
En todo momento el ser humano apunta, por encima de sí mismo, hacia algo que no es él mismo, hacia algo o hacia un sentido que hay que cumplir, o hacia otro ser humano, a cuyo encuentro vamos con amor. Así pues, propiamente hablando, sólo puede realizarse a sí mismo en la medida que se pasa por alto a sí mismo. ¿No ocurre lo mismo con el ojo, cuya capacidad visiva depende de que no se ve a sí mismo? ¿Cuándo ve el ojo algo de sí? Sólo cuando está enfermo. Cuando padezco glaucoma veo una nube y entonces es cuando advierto la opacidad del cristalino. Cuando tengo un glaucoma veo un halo de colores del arco iris en torno a las fuentes luminosas. Pero en esta misma medida disminuye la capacidad de mi ojo para percibir el entorno.
Odio y amor son fenómenos humanos porque son intencionales, porque el hombre tiene siempre motivos para odiar algo y par amar a alguien. Mientras la investigación de la paz se limite a interpretar la agresividad como fenómeno subhumano y no extienda su análisis al fenómeno humano del “odio”, estará condenada a la esterilidad. El hombre no dejará de odiar sólo porque se le explique y se le convenza de que está dominado por impulsos y mecanismos. Este fatalismo ignora por completo que, cuando soy agresivo, no cuentan los mecanismos y los impulsos que hay en mí, que pueda haber en mi “ello”, sino que soy yo el que odio y que para esto no hay disculpas, sino responsabilidad.
En unos tiempos en que los diez mandamientos han perdido, al parecer, su vigencia para tantas personas, el hombre tiene que estar capacitado para percibir los 10.000 mandamientos encerrados en 10.000 situaciones con las que le confronta su vida. Y esto no sólo hace que la vida le parezca de nuevo plena de sentido, sino que él mismo se inmuniza contra el conformismo y el totalitarismo, estas dos secuelas del vacío existencial. Y es que sólo una conciencia despierta da al hombre capacidad de resistencia.
Sentido es, por tanto, el sentido concreto en una situación determinada. Es siempre “el requerimiento del momento”.
VIKTOR FRANKL, Ante el vacío existencial. Hacia una humanización de la psicoterapia, 1977
En todo momento el ser humano apunta, por encima de sí mismo, hacia algo que no es él mismo, hacia algo o hacia un sentido que hay que cumplir, o hacia otro ser humano, a cuyo encuentro vamos con amor. Así pues, propiamente hablando, sólo puede realizarse a sí mismo en la medida que se pasa por alto a sí mismo. ¿No ocurre lo mismo con el ojo, cuya capacidad visiva depende de que no se ve a sí mismo? ¿Cuándo ve el ojo algo de sí? Sólo cuando está enfermo. Cuando padezco glaucoma veo una nube y entonces es cuando advierto la opacidad del cristalino. Cuando tengo un glaucoma veo un halo de colores del arco iris en torno a las fuentes luminosas. Pero en esta misma medida disminuye la capacidad de mi ojo para percibir el entorno.
Odio y amor son fenómenos humanos porque son intencionales, porque el hombre tiene siempre motivos para odiar algo y par amar a alguien. Mientras la investigación de la paz se limite a interpretar la agresividad como fenómeno subhumano y no extienda su análisis al fenómeno humano del “odio”, estará condenada a la esterilidad. El hombre no dejará de odiar sólo porque se le explique y se le convenza de que está dominado por impulsos y mecanismos. Este fatalismo ignora por completo que, cuando soy agresivo, no cuentan los mecanismos y los impulsos que hay en mí, que pueda haber en mi “ello”, sino que soy yo el que odio y que para esto no hay disculpas, sino responsabilidad.
En unos tiempos en que los diez mandamientos han perdido, al parecer, su vigencia para tantas personas, el hombre tiene que estar capacitado para percibir los 10.000 mandamientos encerrados en 10.000 situaciones con las que le confronta su vida. Y esto no sólo hace que la vida le parezca de nuevo plena de sentido, sino que él mismo se inmuniza contra el conformismo y el totalitarismo, estas dos secuelas del vacío existencial. Y es que sólo una conciencia despierta da al hombre capacidad de resistencia.
Sentido es, por tanto, el sentido concreto en una situación determinada. Es siempre “el requerimiento del momento”.
VIKTOR FRANKL, Ante el vacío existencial. Hacia una humanización de la psicoterapia, 1977
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