Rosario
en la Malvarrosa
ENRIC JULIANA, La Vanguardia, 8 julio 2006 7 de julio por la noche. Más de 200.000 personas se congregan en la playa de la Malvarrosa de Valencia para participar en el Rosario de las Familias en la vigilia de la visita del Papa.
Vicente Blasco Ibáñez ya no está para contarlo a sus amigos de Hollywood, pero anoche se rezó un rosario en la Playa de la Malvarrosa. La noche era opaca en Valencia: una quietud húmeda y dolorida, una espera; una premonición de tormenta. Los ora pro nobis navegaban por la orilla como sedantes barquitos de papel en busca de Joaquín Sorolla y sus luces. Virgo clemens!, rezaban los Xiquets de l’Altar de Sant Vicent, y la alabanza sonaba desafío en la playa carnal y arrocera; a manifiesto contracultural de la nueva acción católica. Los cirios, a miles, crepitaban.
Blasco Ibáñez, anticlerical impenitente, quizá habría soltado una sonora carcajada en su villa de la Malvarrosa, o se habría liado a tortas con los curas, como había hecho alguna vez de joven en las inmediaciones de la catedral de Valencia. Porque el rosario de la aurora fue suyo. Cuando alguien asegura que algo –el primer tripartito catalán, por ejemplo- “acabó peor que el rosario de la aurora”, se está refiriendo al autor de Cañas y barro y de Los cuatro jinetes del Apocalipsis, novela que en los años veinte tuvo en Estados Unidos más lectores que la Biblia. Armados con palos aserrados en las pértigas que se usan para navegar por la Albufera, el joven Blasco y sus amigos arremetían de madrugada contra la procesión de la Aurora, en nombre de Voltaire y la causa republicana. Había tumultos y alguna vez fueron presos.
Valencia es así. Es de una dialéctica radical y extreman que se hace difícil de juzgar, porque engaña. El Mercantil Valenciano (hoy diario Levante) que antaño combatía con ardor blasquista el frufrú de las sotanas, ayer regalaba a sus lectores un espléndido suplemento sobre la visita papal. En la primera página de la prensa local hay destellos de la enseña vaticana –blanca y amarilla- mientras en la sección de ofertas los numerosos anuncios de servicios sexuales desbordan todos los perímetros de la prensa española. Hay en esas páginas una reverberación hortofrutícola. Una exageración del deseo y el pecado. Valencia es así.
Valencia, como la parte sur de Italia, de la bahía de Nápoles para abajo, es templo de un catolicismo antiguo y genuino: rural, astuto, capaz de adaptarse a todo, generoso con el pecado y el exceso de lunes a sábado, pero con el confesionario bien abierto los domingos. Un catolicismo libre de cualquier brida luterana, que podría haber quedado reducido a mero folklore. Vivaz y útil, da forma a diversos tipos de vida, y así se adapta a estos nuevos tiempos líquidos. Tiempos que en Valencia transportan muchas ambiciones y generosas recalificaciones. “¡Viva el plan de acción integrada!”, cuentan que se grita en algunas bodas de Levante llegada la hora de los brindis. Y es que en las bodas valencianas de Cannán los campos de sandías y melones se transmutan en metros cuadrados edificables en primera y segunda línea de mar. “¡Viva el plan de acción integrada!”, exclaman los padrinos y no es difícil imaginar al párroco sentado en un ala de la mesa, sonriente ante la paella y el ubérrimo rendimiento de la huerta. Adiós, Voltaire; adiós, Blasco; adiós, Joan Fuster. Valencia es así.
en la Malvarrosa
ENRIC JULIANA, La Vanguardia, 8 julio 2006 7 de julio por la noche. Más de 200.000 personas se congregan en la playa de la Malvarrosa de Valencia para participar en el Rosario de las Familias en la vigilia de la visita del Papa.
Vicente Blasco Ibáñez ya no está para contarlo a sus amigos de Hollywood, pero anoche se rezó un rosario en la Playa de la Malvarrosa. La noche era opaca en Valencia: una quietud húmeda y dolorida, una espera; una premonición de tormenta. Los ora pro nobis navegaban por la orilla como sedantes barquitos de papel en busca de Joaquín Sorolla y sus luces. Virgo clemens!, rezaban los Xiquets de l’Altar de Sant Vicent, y la alabanza sonaba desafío en la playa carnal y arrocera; a manifiesto contracultural de la nueva acción católica. Los cirios, a miles, crepitaban.
Blasco Ibáñez, anticlerical impenitente, quizá habría soltado una sonora carcajada en su villa de la Malvarrosa, o se habría liado a tortas con los curas, como había hecho alguna vez de joven en las inmediaciones de la catedral de Valencia. Porque el rosario de la aurora fue suyo. Cuando alguien asegura que algo –el primer tripartito catalán, por ejemplo- “acabó peor que el rosario de la aurora”, se está refiriendo al autor de Cañas y barro y de Los cuatro jinetes del Apocalipsis, novela que en los años veinte tuvo en Estados Unidos más lectores que la Biblia. Armados con palos aserrados en las pértigas que se usan para navegar por la Albufera, el joven Blasco y sus amigos arremetían de madrugada contra la procesión de la Aurora, en nombre de Voltaire y la causa republicana. Había tumultos y alguna vez fueron presos.
Valencia es así. Es de una dialéctica radical y extreman que se hace difícil de juzgar, porque engaña. El Mercantil Valenciano (hoy diario Levante) que antaño combatía con ardor blasquista el frufrú de las sotanas, ayer regalaba a sus lectores un espléndido suplemento sobre la visita papal. En la primera página de la prensa local hay destellos de la enseña vaticana –blanca y amarilla- mientras en la sección de ofertas los numerosos anuncios de servicios sexuales desbordan todos los perímetros de la prensa española. Hay en esas páginas una reverberación hortofrutícola. Una exageración del deseo y el pecado. Valencia es así.
Valencia, como la parte sur de Italia, de la bahía de Nápoles para abajo, es templo de un catolicismo antiguo y genuino: rural, astuto, capaz de adaptarse a todo, generoso con el pecado y el exceso de lunes a sábado, pero con el confesionario bien abierto los domingos. Un catolicismo libre de cualquier brida luterana, que podría haber quedado reducido a mero folklore. Vivaz y útil, da forma a diversos tipos de vida, y así se adapta a estos nuevos tiempos líquidos. Tiempos que en Valencia transportan muchas ambiciones y generosas recalificaciones. “¡Viva el plan de acción integrada!”, cuentan que se grita en algunas bodas de Levante llegada la hora de los brindis. Y es que en las bodas valencianas de Cannán los campos de sandías y melones se transmutan en metros cuadrados edificables en primera y segunda línea de mar. “¡Viva el plan de acción integrada!”, exclaman los padrinos y no es difícil imaginar al párroco sentado en un ala de la mesa, sonriente ante la paella y el ubérrimo rendimiento de la huerta. Adiós, Voltaire; adiós, Blasco; adiós, Joan Fuster. Valencia es así.
"Ratzinger habla con la claridad
de un laico occidental"
ANDREA RICCARDI, fundador de la Comunidad de San Egidio, entrevistado por Arrigo Levi en La Vanguardia, 8 julio 2006
Entre el Papa Wojtyla y el Papa Ratzinger, ¿cambia algo en las relaciones con las otras confesiones cristianas?
No veo diferencia entre los dos papas, salvo quizá en la relación con la Iglesia ortodoxa. Para los ortodoxos rusos Wojtyla era, por encima de todo, polaco y por ello lo veían como un antagonista. Ratzinger es europeo occidental. En relación con el mundo protestante no veo diferencias. Wojtyla decía: “Con los ortodoxos estamos muy cercanos teológicamente, pero no psicológicamente; con los protestantes ocurre lo contrario”.
¿Y la relación con el judaísmo?
Tampoco en este aspecto existen grandes diferencias entre los dos. Si bien en la visión wojtyliana de los “hermanos mayores” judíos había algo del gran romanticismo polaco, algo de la memoria de la tragedia de los amigos judíos.
Pero también Ratzinger envió su saludo a los “hermanos del pueblo judío, con los que nos une un gran patrimonio espiritual común” y también las “irrevocables promesas de Dios”.
La continuidad es muy clara. Ratzinger posee una rica cultura bíblica, un gusto especial por la palabra de Dios, es un hombre que lleva la Biblia dentro, lleva la Biblia en la cabeza y el corazón. Se nota. Wojtyla era un hombre intuitivo, autodidacta, filósofo y viajero, lleno de curiosidad. Era un hombre del Evangelio. Juntos, los dos últimos papas constituyen la demostración de que el intento, que va desde Maurras hasta el nazismo, de arrancar al cristianismo de sus raíces judías, es una operación maldita que acabó en fracaso. Los dos últimos papas confirman una relación fundamental para el cristianismo. Es lo que decía Pío XI: “Nosotros somos espiritualmente semitas”.
¿Pesa más la opinión del cardenal Ratzinger o la del Papa Benedicto?
Yo no opondría al cardenal Ratzinger y al Papa Benedicto, ni al revés. Tampoco opondría al Papa Wojtyla con su sucesor. El problema es que Ratzinger habla con la claridad de un laico occidental cuando dice que nota la debilidad de un pensamiento moderno relativista, y puede parecerle más desagradable que un Wojtyla, que pensaba lo mismo pero lo decía de una manera distinta y quizá menos orgánica. Recuerde, por lo demás, que en los primeros años de su papado Wojtyla fue un personaje más bien impopular, eran muchos quienes mostraban su nostalgia por las “dudas” de Pablo VI contra las certezas graníticas del Papa polaco. Cuando se hablaba del “Papa polaco” no se indicaba la nacionalidad: se lo señalaba con el dedo como a un Papa medieval. Hemos olvidado esa parte de la historia. ¿Y luego qué ocurrió? El Papa conmovió al mundo, incluso a quienes no compartían su parecer. Más tarde, en 1989, con la caída del Muro de Berlín y el comunismo, Wojtyla ganó. En la historia de la Europa del siglo XX son muy pocos los líderes que han ganado.
de un laico occidental"
ANDREA RICCARDI, fundador de la Comunidad de San Egidio, entrevistado por Arrigo Levi en La Vanguardia, 8 julio 2006
Entre el Papa Wojtyla y el Papa Ratzinger, ¿cambia algo en las relaciones con las otras confesiones cristianas?
No veo diferencia entre los dos papas, salvo quizá en la relación con la Iglesia ortodoxa. Para los ortodoxos rusos Wojtyla era, por encima de todo, polaco y por ello lo veían como un antagonista. Ratzinger es europeo occidental. En relación con el mundo protestante no veo diferencias. Wojtyla decía: “Con los ortodoxos estamos muy cercanos teológicamente, pero no psicológicamente; con los protestantes ocurre lo contrario”.
¿Y la relación con el judaísmo?
Tampoco en este aspecto existen grandes diferencias entre los dos. Si bien en la visión wojtyliana de los “hermanos mayores” judíos había algo del gran romanticismo polaco, algo de la memoria de la tragedia de los amigos judíos.
Pero también Ratzinger envió su saludo a los “hermanos del pueblo judío, con los que nos une un gran patrimonio espiritual común” y también las “irrevocables promesas de Dios”.
La continuidad es muy clara. Ratzinger posee una rica cultura bíblica, un gusto especial por la palabra de Dios, es un hombre que lleva la Biblia dentro, lleva la Biblia en la cabeza y el corazón. Se nota. Wojtyla era un hombre intuitivo, autodidacta, filósofo y viajero, lleno de curiosidad. Era un hombre del Evangelio. Juntos, los dos últimos papas constituyen la demostración de que el intento, que va desde Maurras hasta el nazismo, de arrancar al cristianismo de sus raíces judías, es una operación maldita que acabó en fracaso. Los dos últimos papas confirman una relación fundamental para el cristianismo. Es lo que decía Pío XI: “Nosotros somos espiritualmente semitas”.
¿Pesa más la opinión del cardenal Ratzinger o la del Papa Benedicto?
Yo no opondría al cardenal Ratzinger y al Papa Benedicto, ni al revés. Tampoco opondría al Papa Wojtyla con su sucesor. El problema es que Ratzinger habla con la claridad de un laico occidental cuando dice que nota la debilidad de un pensamiento moderno relativista, y puede parecerle más desagradable que un Wojtyla, que pensaba lo mismo pero lo decía de una manera distinta y quizá menos orgánica. Recuerde, por lo demás, que en los primeros años de su papado Wojtyla fue un personaje más bien impopular, eran muchos quienes mostraban su nostalgia por las “dudas” de Pablo VI contra las certezas graníticas del Papa polaco. Cuando se hablaba del “Papa polaco” no se indicaba la nacionalidad: se lo señalaba con el dedo como a un Papa medieval. Hemos olvidado esa parte de la historia. ¿Y luego qué ocurrió? El Papa conmovió al mundo, incluso a quienes no compartían su parecer. Más tarde, en 1989, con la caída del Muro de Berlín y el comunismo, Wojtyla ganó. En la historia de la Europa del siglo XX son muy pocos los líderes que han ganado.
El papel del pecado
en la época sin Dios
VICENTE VERDÚ, El País, 6 julio 2006
Los culpables del accidente de Valencia, los culpables del despilfarro del agua, los responsables de la destrucción del planeta, los criminales del tráfico, los infames que incendian los bosques y agrandan el agujero de ozono.
Continuamente, el suceso, por casual que parezca, debe abrir paso a una investigación en busca y captura del culpable. El accidente como accidente es ya inadmisible o inasumible. El azar por el azar no interesa al sueño racional que requiere explicar las tragedias en términos de error humano y no de fatum, a través de circunstancias combatibles y no por destinos ineluctables. De esta regla se deriva la imputación constante a uno u otro técnico, profesional médico, bebedor de cervezas, campista en el bosque, ama de casa que no separa los residuos, conductor con 200 o más caballos. La culpa opera como una emoción certera para perjudicar la felicidad y de cuyo fruto se desprende una lasitud que el poder consume como extraordinaria golosina.
EL TREMENDO ACCIDENTE de Valencia proviene de otro accidente o grupo de accidentes que podrían haber sido evitados en origen. Pero, ¿qué caracteriza al accidente sino su brusca originalidad? Podemos interpretar correctamente todo proceso tras conocer su desenlace pero el desenlace es precisamente la pieza que falta. Para llenar este vacío, tan insoportable como inútil, la sociedad productiva (y del conocimiento) recurre a los implantes de culpa.
La culpa es altamente eficaz. En la búsqueda y conocimiento de los culpables la investigación oficial cobra pleno sentido. De un lado cumple con el deber protocolario del Estado policial pero, de otro extiende sobre la población la idea maldita de que cualquier mal procede de un malvado. No habrá un Absurdo, un punto ciego sin capacidad de investigación sino que en cualquier tesitura será posible localizar al abyecto; la irresponsabilidad, la negligencia, el delito.
Así actúa la actual Dirección General de Tráfico cuando afirma: "No podemos conducir por ti". La DGT lo avisa: la culpa del siniestro será siempre tuya. No cuenta el estado de las carreteras cuyas deficiencias correlacionan directamente con los siniestros. El culpable está en ti.
Y ya no importa de qué sevicia se trate. El consumo urbano de agua en España representa apenas un 8% del consumo total mientras en la agricultura se llega a más del 80%. Ahorrar parte del agua doméstica a través de actos neuróticos como introducir un ladrillo en la cisterna, lavarse compulsivamente o cerrar el grifo a la primera no sirven para nada pero forman parte de las conminaciones culpabilizadoras del ministerio.
Y ya no importa de qué sevicia se trate. El consumo urbano de agua en España representa apenas un 8% del consumo total mientras en la agricultura se llega a más del 80%. Ahorrar parte del agua doméstica a través de actos neuróticos como introducir un ladrillo en la cisterna, lavarse compulsivamente o cerrar el grifo a la primera no sirven para nada pero forman parte de las conminaciones culpabilizadoras del ministerio.
LOS ECOLOGISTAS Y SUS PLATAFORMAS son maestros en este arte de la culpabilización y de ellos han aprendido diversas instituciones. Para los ecologistas echar al suelo una pila constituye un gran pecado y no se diga si se lanza a un río. El cambio climático ha logrado la naturaleza de un ser herido o clamante y lo mismo cabe pensar de los polos, del río Tajo y enclaves por el estilo. Todos martirizados por gentes sin escrúpulos (especuladores aparte) y a las que se infunde reiterados sentimientos de culpabilidad. La civilización nos hizo más libres pero su anverso ha sido convertirnos en reos. Pecadores crónicos de una segunda religión. Porque la Religión, ciertamente, nunca desaparece sino que se transforma. Como los hechiceros jamás abandonan su quehacer, sólo cambian sus disfraces.
Acariciábamos la idea de que habiéndose apagado el tronar divino, la vida se aligeraba de remordimientos pero el remordimiento también se recicla y reaparece en forma de una culpabilidad convertida en la pasta básica de una dialéctica social. Una sustancia básica y altamente pegajosa que, como en el caso del accidente valenciano, se transmuta en el núcleo primordial de la noticia, en la reiterada materia de los editoriales o las tertulias y en la psicopatía de la información. Siendo, en consecuencia, olvidado el formidable dolor de las familias, el cruel embate de la muerte súbita y, con todo ello, eludido de nuevo el obligado aprendizaje de la fatalidad.
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