por JOAN PAU INAREJOS
Vuelta a Sicilia 12-19 agosto 2008
Joan Pau Inarejos y Laura Solís
Vuelta a Sicilia 12-19 agosto 2008
Joan Pau Inarejos y Laura Solís
El 12 de agosto de 2008 aterrizamos en la capital de Sicilia, una ciudad caótica y monumental, mestiza y bella. Sólo entrar en el centro por el Corso Vittorio Emmanuele, metidos en el avispero de tráfico con nuestro ligero Smart de alquiler, nos dio la bienvenida la pintoresca puerta de Carlos V y, sobre todo, la fantástica catedral. Acostumbrados a los verticales templos europeos, la iglesia mayor de Palermo deslumbra por su horizontalidad almenada y su sabor árabe. El pórtico norte es un prodigio de piedra y esbeltez que evoca la Alhambra, y el ábside aparece como un juego alucinante de crucerías.
Anotemos otras dos cuadrículas inolvidables. Una es la Fontana Pretoria, un alegre festín renacentista vigilado por leones donde cuerpos marmóreos de toda especie -humanos y animales, sensuales y grotescos- rodean los surtidores de agua y observan la ciudad de día y noche. Y la otra es la plaza Bellini, desordenado solar que nos cautivó por albergar dos pequeñas gemas: el templete árabe-normando de San Cataldo -interior desnudo, coronado por tres 'bombonas' rojas- y la iglesia de La Martorana, con un corazón de vivaces pinturas bizantinas orladas de cielos estrellados.
DÍA 13. PALERMO Y MONREALE
Además de La Martorana, la zona palermitana guarda otros dos tesoros bizantinos. Uno es la Capella Palatina (ver vídeo), maravilla escondida en un recinto austero, cuajada de mosaicos dorados. Y el último nos esperaba a las afueras de Palermo, en un enclave elevado donde se alza la imponente catedral de Monreale. El templo intimida sin duda por el severo pantocrátor que habita la cuenca del ábside, mientras que en el exterior florece una nueva preciosa cabecera tallada con arcos cruzados.
Dejando atrás alucinantes paisajes rocosos y desérticos, al atardecer del día 13 llegamos a Agrigento. En la lejanía, en medio de una llanura, divisamos una columnata griega anaranjada por el crepúsculo. El Valle de los Templos, un itinerario de ruinas antiguas, es la redención estética de una ciudad más bien anodina. Lo mejor conservado es el compacto templo dórico de la Concordia, mientras que del templo de Zeus sólo queda un inquietante telamón -hombre-columna- tendido en el suelo. Perdidos en el recinto, atravesamos magnas extensiones de olivares, tierra espesa coronada por los amarillentos vestigios griegos, tristes y esplendorosas mortajas de la Hélade. Cerca de Agrigento, en la playa de San Leone, nos dimos el primer baño: el Mediterráneo.
El día 14 nos tenía reservada una preciosa sorpresa. De camino a Ragusa paramos en Castello di Falconara, una fortaleza del siglo XV encaramada en un acantilado sobre una bahía. Lugar ajardinado con flores y palmeras, privado pero sugestivamente abierto, fue una soleada joya del atardecer hasta que un coche de lujo vino lentamente sobre nuestros pasos. Una acicalada señora bajó la ventanilla, nos hizo saber que todo aquello era suyo y salimos del Edén.
Un largo y nocturno viaje nos condujo finalmente a Ragusa, cuya ciudad vieja -Ibla- es una pintoresca colina parda cuajada de arquitectura barroca. La catedral, típicamente siciliana, se alza como un pastel de vainilla sobre una enorme escalinata. Cerca de Ragusa nos esperaba otra fastuosa urbe barroca, Noto, ésta más fría y arrogante, donde nos sorprendió la via Corrado Nicolaci, avenida entre cortinas recorrida por balcones zoomórficos y mitológicos: sirenas, caballos y leones nos observaban mientras subíamos la pendiente.
Al atardecer llegamos a Siracusa, el arcaico puerto sureste de Sicilia, y nos dirigimos directamente al Teatro Griego. Las vastas gradas de piedra están construídas en un insólito paraje de grutas y cuevas con vistas al puerto de Ortigia. La mayor cavidad es La Oreja de Dioniso, una impresionante y altísima obertura natural en la roca donde la luz casi desaparece completamente. Pese al perfume mitológico del nombre, Dioniso era un tirano local que aprisonaba allí a sus reos.
Al salir del Teatro encontramos un pequeño gato abandonado; unos niños italianos intentaban sin éxito darle de beber. El felino quedó maullando, rechazó nuestros trozos de fruta y se metió en unos matorrales.
Nos hospedamos en el hotel del Santuario, situado junto a un inmenso templo cónico lleno de peregrinos, moderno y desconcertante, dedicado a las lágrimas de la Virgen. Anocheció y sólo quedaba la luz del pináculo extraterrestre.
Por la mañana visitamos el histórico puerto de Ortigia de Siracusa, situado en una isla, y recorrimos sus calles sinuosas. La entrada a la isla, con el rojizo palacio gótico, tiene un ligero aire veneciano, mientras que la ciudad marinera nos recordó al casco antiguo de nuestra Barcelona. Los vestigios antiguos están discretamente tejidos en la ciudad: las ruinas del grandioso templo de Apolo y las columnas del templo de Minerva dentro de la catedral barroca.
Quizá lo más sorprendente y desconocido de Siracusa llegó al final: la antigua basílica de Santa Lucía, edificada sobre unas catacumbas paleocristianas. Allí pudimos ver tumbas agujereadas, donde se daba de beber a los muertos vino, leche y miel para consolarlos (rito de la 'refrigeratio') o bellas pinturas primitivas, como el jardín florecido del paraíso donde Cristo recibe al alma.
Nos pusimos rumbo a Catania y enseguida apareció la silueta gigantesca del volcán Etna, que dejaba una larguísima y horizontal estela de humo. La ciudad, grandiosa y de amplias avenidas, tiene una marcada identidad negra, puesto que muchos edificios y plazas monumentales están construidos con lava. Así, un icono tan singular como un elefante negro preside la original Piazza del Duomo, donde puede contemplarse la elegante piel oscura y marmórea de la catedral.
Sólo unas calles más allá de la señorial via Ennea se abre otro mundo: nos metimos en el meollo del mercado de Catania, donde un bullicio multirracial de comerciantes ofrece al aire libre pescado fresco, ropa, juguetes, relojes y falsas marcas, todo lleno de cartones y desperdicios, bajo la égida de un templo barroco ruborizado por el sol.
La suerte quiso que conociéramos Catania durante las deslumbrantes fiestas patronales de Sant'Agata (ver vídeo). Nos introdujimos en una procesión popular, encabezada por clérigos católicos y ortodoxos, que llevaban una reliquia vertical y bendecían ingenuas imágenes religiosas. Terminamos la noche en un pub irlandés, en medio de una animada plaza.
DÍA 17. CATANIA, ACICASTELLO Y CEFALÚ
Recorrimos de nuevo Catania, a plena luz, y nos fuimos al cercano pueblo pescador de Acicastello. Nos bañamos por segunda vez, esta ocasión en una playa volcánica del mar Jónico, de brillantes y preciosas aguas turquesas. La cala, abrupta y bordeada por roca negra, queda bajo el castillo de lava de Roger de Llúria. Es ésta una fortaleza tosca y oscura, frente a la silueta más disneyana de Falconara, que habíamos dejado atrás en el Mediterráneo. Desde lo alto del fortín de Acicastello se divisan las Isole dei Ciclopi: se formaron, según el mito, cuando Polifemo lanzó rocas al mar para detener al avispado Ulises.
Dejamos ya la tierra del volcán y ya nos disponíamos a cruzar Sicilia en diagonal para regresar a la costa tirrena. La primera visión del pueblo marinero de Cefalú es impactante: la soberbia catedral normanda asoma sobre la manada de casas, recortada bajo un inmenso acantilado. Las playas estaban verdaderamente abarrotadas. Subimos a la catedral, que luce una austera portada medieval vestida con arcos ciegos y bellas tracerías sobre la piedra. En el interior, de imponente altura y sobriedad, aguarda el pantocrátor más suave de Sicilia, sonriendo como vigía del Tirreno. Recorremos las callejuelas descendentes de Cefalú y tomamos el tercer baño en el tercer mar.
DÍA 18. TERMINI IMERESE, CEFALÚ Y PALERMO
Sorprendente visita al pueblo de Termini Imerese, ubicado entre Palermo y Cefalú, donde teníamos nuestro penúltimo hotel. La localidad, de aspecto inicialmente mediocre, se reveló acomo un magnífico mirador al Tirreno. En el casco antiguo, un anciano herrero nos prestó la llave para abrir una insólita iglesia en ruinas del siglo XVII, con un pesebre esculpido en su interior. Regresamos a Cefalú. En el Museo Mandralisca nos cautivó un pequeño retrato de hombre, de irónica sonrisa, pintado por el siciliano Antonello da Messina. El sol se ocultaba tras la playa de Cefalú.
Volvimos a Palermo, nuestro punto de partida, para hospedarnos en un hotel de las afueras. Cenamos en el centro de la vieja ciudad, en la entrañable plaza Bellini, frente a La Martorana y San Cataldo. La sinuosa catedral estaba iluminada. Nuestro viaje había terminado.
DÍA 19. DE VUELTA
Dejamos nuestro Smart de alquiler en el aeropuerto de Palermo y tomamos el avión de vuelta a Barcelona. La vuelta a Sicilia en 7 días, cumplida como una apuesta novelesca.
Ciao, bella isola.
Ciao, bella isola.
Pau, qué labia que tienes. me encanta como has narrado todo vuestro viaje a Sicilia, así da ganas viajar... ;)
ResponEliminaBel
Fantástico post que me ha traído muy buenos recuerdos. Me he permitido incluir una recomendación para que lleguen a vuestro artículo desde un post que jhe publicado acerca de 10 rutas que hacer en coche, espero que os parezca bien. Genial el mapa de vuestra ruta. Bon viatge!!
ResponEliminaFantástico post que me ha traído muy buenos recuerdos. Me he permitido incluir una recomendación para que lleguen a vuestro artículo desde un post que jhe publicado acerca de 10 rutas que hacer en coche, espero que os parezca bien. Genial el mapa de vuestra ruta. Bon viatge!!
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