La Gran Vía de noche
Llegamos a la gran avenida madrileña en plena efervescencia de viernes noche: marabunta de peatones y coches, jóvenes y viejos, neones y teatros, cines y quioscos, todo abierto de par en par, el gran espectáculo de la ciudad en vivo y en directo. Sana envidia de barceloneses, y lástima porque estas pléyades nocturnas no se puedan fotografiar.
Por casualidad, como se llega a los lugares más hermosos, descubrimos la humilde Latina, donde se hace verdad aquello de que Velázquez pinta el aire. Se diría que también por aquí pasó el ninfo sevillano, pintando ante nosotros el aire vivo y concreto, bullicioso y popular de esta barriada madrileña. Este Montmartre tiene su Sagrado Corazón: ahí se alza la mole de San Francisco el Grande, templo barroco de romana vistosidad, artificiero y engañador con su juego de cúpulas y fachadas...
Y vaya por dónde, también nos llevó el azar, por la vía de la Castellana, a la casa de un pintor valenciano y mediterráneo, Joaquín Sorolla. Quizá estaréis conmigo en que todas las casas-museo son rancios tinglados recaudatorios, pero no os dejéis perder esta: hallaréis aquí una morada repleta de arte de verdad, desde su piel de azulejos multicolores, en los jardines andalusíes, hasta los sensacionales lienzos marítimos que pueblan su interior, con esas sombras azules palpitantes, pintadas sobre la arena de la playa. Sí: al áspero solar de Madrid, también llegan las sales fragantes del mar, digan lo que digan Los Refrescos...
La fuente de Santa Cruz
Tras recorrer las grandes avenidas, se dirá que esta fuente no es lo más espectacular de Madrid. Ni lo más entrañable, ni a buen seguro lo más castizo. Pero la tarde doró este rincón junto a la Plaza Mayor para que viéramos, sin ínfulas cibelescas, cómo revoloteaban las palomas y cómo fluían las hebras de agua. Torneados por el sol, allí nos quedamos y merodeamos, mientras la torre herreriana, roja y azul, aguardaba severa...
Mientras desayunábamos en un bar de la calle San Bernardo, afuera florecía la nieve. Al salir vimos cómo los copos, largos y densos, moteaban el horizonte de la seseante avenida. Tras la nieve vino el agua, y luego, sin tregua, un largo día helado. Por la tarde el parque del Retiro, solitario, extendía sus llanuras borbónicas bajo el cielo gélido: caballos y leones miraban a la niebla y al cristal. Y camino al Prado llegaron las estepas de tremendos arbolones coliflóricos, donde uno imaginaría a Alicia departiendo con el gato parlante...
El Prado y los espíritus de la tarde
Oscurecía ya Madrid cuando entramos en el Museo del Prado, junto a una multitud que se agolpaba esperando la hora de la gratuidad. Junto a nosotros, un enorme rótulo de ecos carniceros: BACON, en letras fucsias, aguardaba su gran retrospectiva.
Una vez en el corazón del museo le llega a uno el gozo secreto de reencontrarse con los grandes árboles: el barroco español está muy bien, pero Velázquez vale por todos ellos. Cambio cien claroscuros por Las hilanderas, intimísima nube rosa donde una nuca femenina habla más que la más despampanante de las diosas. Doy cien cuadros mitológicos por Mercurio y Argos, dos hombres de carne y hueso que apaisan ellos solos, con sus veros trazos, la fábula griega. Y no me abruméis con galerías de nobles retratos, que yo aquí me quedo con el Bufón Calabacillas, agachado y estrábico, de mirada hueca pero maravillosamente real. Como el Botero de Zuloaga: "Si vieras qué filosofo!... ¡No dice nada!".
Levantemos acta también de que dos Cristos reinan en el Prado: uno es el metálico y rotundo, puro recorte sobre negro, del asceta Zurbarán. El otro, el volante y quieto Jesús de Velázquez, con su melena melancólica. Viendo a éste -eterno y silencioso, bello y espigado en su íntimo Gólgota- se cerciora uno de que está, como dice Unamuno, "siempre muriéndose".
Y pasados los siglos y las luces, aparecen en el confín del Prado, como demencia senil del óleo, los espectros de Goya. Ahí están las 14 pinturas negras, terrosas y siempre sin respuesta, como esa Visión fantástica o Asmodea, absurdos voladores flotando frente a los fusiles, o el pobre Perro semihundido, muriendo sin remedio en la nada de un cuadro abstracto...
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Postdata desde Chamartín: Madrid, eres fea y blanca, gigantona y castrense -¡cuánto más en esta noche industrial y ferroviaria!-, pero sin duda vale la pena descortezarte: tu pulpa es auténtica y llena de vida, henchida del aliento de las gentes, poblada de inolvidables enanos e hilanderas.
JOAN PAU INAREJOS
(viaje a Madrid del 30 de enero al 1 de febrero de 2008)
Más fotos de Madrid en Flickr
pero pau qué te han hecho???
ResponEliminaenvidia de barceloneses? pq nos describes la gran vía como si de times square de nueva york se tratase? qué es eso de que se equivocan con lo de aquí no hay playa??????
por qué, pau, por qué...
malgrat el que diu el sose, i passant dels detalls, els comentaris a les fotos i a les obres d'art.... son preciiiiioooooooooooosssoooooooosssssssssssssssss!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
ResponEliminaHola, gratamente sorprendida de la delicadeza en la descripción de las maravillas de Madrid que pese a quien le pese como todas las ciudades “las tiene” y me alegro. En lo de la playa bueno pase, me quedo con la nuestra, en los museos no hay color EL PRADO ES EL PRADO suelo ir de vez en cuando sólo por visitar sus exposiciones. Sobre la casa de Sorolla iré si puedo este puente, ya que exponen “Jardines de luz” que pienso tiene que ser soberbia dicha exposición. MUY BUENA ENTRADA.
ResponEliminaUn saludo desde Barcelona.