dilluns, 24 d’agost del 2009

'Mapa de los sonidos de Tokio': pijada insustancial


LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LA BUTACA
¿y tú qué opinas? ¿qué películas te han gustado últimamente?

por JOAN PAU INAREJOS

Nota: 3

Lo pésimo. Lo peor no es una película mala. Saw 5, pongamos por caso, sabe que es pura caspa, y gracias a este reconocimiento previo, podemos pasar un buen rato viendo a pobres diablos a quienes les succionan las tripas o les aplastan entre paredes. No. Lo peor nunca es una película mala, sino una película que se cree buena, un largometraje que aspira a refundar el séptimo arte y que acaba chapoteando en el ridículo.

Mapa de los sonidos de Tokio, de Isabel Coixet, pretende bucear en la complejidad real de la megalópolis japonesa, y ahí comete su primer pecado. No hay un atisbo de verdad social y urbana, de pálpito colectivo ni de fresco al aire libre, sino todo lo contrario: un submundo bellísimo, muy bien filmado y editado, de aires publicitarios y videocliperos, para el puro consumo de pijos conectados al Ipod. Este catálogo Viajar de mochis de fresa, hoteles guays y jardines coloridos tiene de "homenaje a Tokio" lo que yo de monja tibetana.

Pero resulta que, no contenta con cartografiar las fantasías pijas sobre Japón, la Coixet ambiciona también relatar un thriller amoroso, presuntamente desgarrado y salvaje, protagonizado por un vendedor de vinos catalán -Sergi López, qué te han hecho- y una intrigante pescadera -Rinko Kikuchi-. El problema es que este choque (sexual) de civilizaciones carece de cualquier emoción, de cualquier intensidad, y más aún: de cualquier credibilidad.

Los dos actores sudan la gota gorda para salvar los muebles de un guión absurdo y risible, 0% espontáneo, donde, ¡quién lo diría!, las tan cacareadas escenas de sexo -mira qué atrevimiento, mira qué rupturista, sí, sí-, por artificiales y ultra-subrayadas, acaban conduciendo a la somnolencia hormonal o directamente a la carcajada. Lo cual permite constatar que la sola imagen, la sola estética, por muy sofisticada y elaborada que sea, es incapaz de tocar las fibras sensibles si no hay algo parecido a un alma narrativa.

Y esta en definitiva es la miopía del Mapa de las pijadas de Tokio: creer que la estética lo podrá todo, que caeremos rendidos a los pies de una infrahistoria sobreescenificada, sólo porque nos deslumbren con pirotécnicas posmodernidades.

Lo salvable. Afortunadamente, Rinko Kikuchi hace un gran trabajo y consigue salvar de la quema a su personaje de mujer fatal nipona. Tampoco este Mapa carece de sus lugares aisladamente bellos y poéticos, empezando por el malogrado título y pasando por la extraña visita a ese cementerio diurno y colorido, cuyo sonido de chicharras aparece luego como banda sonora de la megalópolis, el gran solar de los muertos de espíritu.

Pero, como una flor no fa estiu, el Mapa de Coixet se queda en el museo de las frialdades pretenciosas.


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