Los ojos bellos son como las ventanas. En una mañana cualquiera, uno puede sentirse en la soledad del muro y del ladrillo, hasta que sube las persianas y el mundo entra en casa con su fragor de frescura y libertad. Dónde estará ese gorrión que va gorgoriteando; por qué sollozará ese niño en la lejanía; ya zumban las motos y los grandes éxitos de la radio chispean en algún monovolumen pasajero. El día está ahí, el mundo existe, otra vez.
Las ventanas hablan, igual que estos dos ojos abiertos. Hablan de lo que está más allá de ellos, del mundo que existe y que arrulla, y que vuelve a desperezarse a pesar de las lánguidas tristezas de medianoche. Ocurre que la ventana no se ve a sí misma, como tampoco la pupila sabe nada de su don confortante y multiplicador. Sin embargo, ambas son como las lámparas de Tagore: Dios las ama más que a sus grandes estrellas.
Joan Pau Inarejos 27/12/2009
m'ha encantat aquest text, Pau, es tan preciós !
ResponElimina