LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LA BUTACA
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 6
Más que un propósito, el debut cinematográfico de Emilio Aragón tiene una necesidad: la necesidad acuciante, en todo momento subrayada, de emocionarnos, de tocarnos las fibras sensibles. Desde el minuto cero, 'Pájaros de papel' se lanza a excitar los lagrimales de platea, y ya se sabe que eso no es algo que se pueda menear demasiado sin provocar cierta irritación.
Los diálogos, los primeros planos, la banda sonora -hermosa hasta el almíbar-: todo en este homenaje a los proletarios de la farándula busca nuestra respuesta emotiva, empezando por ese Imanol Arias convertido en un santo laico de la España televisiva y del progresismo de sofá.
El eterno Antonio Alcántara ('Cuéntame') es un pedazo de actor, intenso y humanísimo, y lo vuelve a demostrar con creces; es un valor seguro, y Emilio Aragón -hábil conocedor del público- no lo desaprovecha. Le acompaña otro intérprete en estado de gracia: Lluís Homar convence hasta el tuétano con su personaje de cómico homosexual, tímido y cobarde, cariñoso y entrañablemente corriente.
Entre estos dos hombres, que se abrazan, duermen juntos y se añoran en un infrecuente homenaje a la amistad masculina, revolotea un pequeño genio: Roger Príncep ('El orfanato') nos hace olvidar a tantos niños repelentes del celuloide y eclipsa a muchos adultos con su veraz interpretación de un huérfano travieso y parlanchín.
Jorge, Enrique y Miguel son los auténticos pilares de 'Pájaros de papel', y son ellos los que más y más eficazmente elevan la temperatura emocional de una película, que, por lo demás, parece renunciar a toda originalidad en favor de un desfile de clichés: una Guerra Civil maniqueista y complaciente (mil veces vista en el cine español), un hombre viudo y otoñal que se encariña con un niño, una historia de artistas perseguidos por el régimen (casi con ecos de 'Sonrisas y lágrimas'), unos malos malísimos que infiltran a uno de los suyos, una visión de la guerra a través de los ojos infantiles y circenses (¿resonancia ibérica de 'La vita e bella' de Benigni?)... suma y sigue.
A 'Pájaros de papel' no la faltan sus momentos de truculencia gratuita y de sensacionalismo dramático: véanse los cuerpos mutilados por las bombas o determinadas muertes filmadas a bombo y platillo, como quien escribe "TRAGEDIA" en letras mayúsculas y chirriando sobre la pizarra.
Entre tanto regodeo, la película acaba acusando un metraje a todas luces excesivo, típico de los autores que sólo tienen una cosa que decir y se dedican a enfatizarla una y otra vez en una apoteosis del cuento lineal y previsible.
Suerte que en una escena final -que no desvelaremos- 'Pájaros de papel' hace un acto de honestidad y pone las cartas boca arriba. "No; -parece decirnos el director- no he querido innovar ni entrar en la historia del cine, sino simplemente homenajear a los míos, levantar un monumento a los que han hecho feliz a tanta gente. Por ello, y por haber facturado una película pese a todo disfrutable, humana y bellamente mimada en su competente puesta en escena, Milikito tiene los papeles en regla.
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