por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7,5
En marzo de 2011 un violento tsunami sacudía la central de Fukushima. La pesadilla nuclear, que parecía enterrada con la guerra fría, regresaba con violentas embestidas. El eterno retorno de la nube fungiforme.
Si el Godzilla de los años cincuenta remitía al pánico de la bomba atómica, la nueva versión de Gareth Edwards condensa otros temores, más actuales. El descontrol de la tecnología. El colapso de las sociedades avanzadas. La teoría del caos. Ahora los riesgos bélicos dan paso a un pesimismo oscuro y sin rostro: algo hemos hecho mal, no sabemos el qué.
¿Demasiada filosofía para una de monstruos? Lo cierto es que este Godzilla piensa y siente mucho más que otros. Pongamos que hablo de la cinta de Roland Emmerich, allá por 1998, cuya historia era deudora rutinaria de los dinosaurios de 'Jurassic Park' y carecía de esa carga alegórica-mítica que dieron los japoneses a su criatura marina, mezcla de gorila y ballena.
No, el Leviatán del siglo XXI no se limita a machacar rascacielos, ni la película se conforma con la pirotecnia destructiva, que la hay y a borbollones. En realidad, el monstruo es el resultado paciente y apoteósico de una serie de sucesos históricos y familiares que Edwards va narrando con una insólita combinación de emoción y suspense.
En este sentido, el prólogo debería considerarse una brillante operación de distracción. Creíamos que estábamos viendo una de monstruos y de pronto nos hallamos envueltos en uno de los momentos dramáticos más tremendos que se han rodado en el cine comercial de los últimos años. Sí, no exagero. Juliette Binoche sabe algo de esto.
Edwards despierta nuestra atención amarrando el punto de vista del film en una familia concreta, cuyos traumas y hallazgos revisten, como iremos comprobando, un misterioso carácter universal. Además, la vedette gigantesca no se presenta a las primeras de cambio, sólo cuando las explicaciones cósmico-científicas justifican su aparición triunfal, y después de una larga —quizá demasiado— operación militar de caza y captura.
Como ya hiciera con la interesante 'Monsters' (2011), el director dota a sus criaturas de elegantes lecturas simbólicas, esta vez con un mensaje profundamente ecologista que conviene no desvelar. Por fin el monstruo es un verdadero personaje, y no un mero telón de fondo o pretexto para virguerías épicas y apocalípticas, por cierto excelentemente filmadas. Aunque va de más a menos, y aunque quizá nunca esté a la altura de su gran arranque emocional, aceptamos a Su Alteza Escamosa como dignísimo animal de compañía.
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