por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 8
Estos días circula por Internet la foto de una supuesta manifestación caninacontra la pirotecnia, ahora que las fechas verbeneras y sus estruendos vuelven a poner a prueba la sensibilidad del mejor amigo del hombre. La imagen, viralizada por las redes sociales, nos resulta cómica y chocante, porque jamás imaginaríamos a nuestras mascotas en esta pose de jauría desafiante.
Como el cine nunca dice jamás (antes bien se ocupa de hacer realidad los conceptos más paradójicos, y a veces hasta de filmarlos maravillosamente), llega a nuestras pantallas lo más parecido a una revuelta espartaquista de la población perruna; y no, cualquier paralelismo con la saga de ‘El planeta de los simios’ quizá no sea pura coincidencia. El director húngaro Kornél Mundruzcó brinda una alegoría sobre la dominación y la desigualdad mediante humanos y bestias, y además lo hace con una puesta en escena impecable y apabullante.
La factura de la película, su calidad técnica puesta al servicio de la historia, es a buen seguro lo mejor y más descollante de ‘White god’: el prólogo de la ciudad desierta, las increíbles secuencias de las hordas animales jadeantes, los oportunos planos cenitales, la escena atronadora de la discoteca, incluso detalles como el de la vaca desollada, son pedazos de gran cine sensorial que poco tienen que envidiar a las producciones millonarias. La dirección de los actores animales, por decirlo así, está prodigiosamente milimetrada y ejecutada. Hitchcock repudiaba rodar con niños y con animales, a todos nos abochorna el recuerdo de Lassie o Beethoven, pero es ver desenvolverse al perro Hagen y se nos quitan todas las manías.
Porque esta es una película de perros, física y aullante, de pocas palabras, una película que, a diferencia de la saga simiesca, apenas necesita el pretexto fantástico o de ciencia-ficción para contar su parábola rotunda sobre el choque entre parias y dominadores. Contundente, simplista y hasta previsible parábola, pero narrada con una fuerza vibrante y desbocada que deja boquiaberto al más pintado. Con un resultado de conjunto que escapa a las calificaciones: algo así como una película independiente europea vestida de espectáculo blockbuster, con zurcidos de drama familiar y hasta de cine de terror (ciertos ataques en cadena parecen una parodia de ‘Jurassic Park’ y otras monster movies).
La amalgama de géneros hace de ‘White god’ un artefacto ciertamente original, y a la vez es su principal debilidad: no siempre tenemos claro lo que estamos viendo. Sus intenciones se tornan confusas, el tono cimbrea y el mensaje palidece ante un aparato formal tan potente y estentóreo. Se intuye una fábula política con ecos de la ‘Rebelión en la granja’ de Orwell, quién sabe si una vindicación radical de la vida vegana, pero también una apología humanista y conciliadora del amansamiento de las fieras (con un hermoso correlato visual: para dialogar con ellos, pongámonos a su altura). ¿Hay que llorar, hay que levantar el puño, hay que fruncir el ceño sesudamente? Sólo hay una cosa clara: hay que aplaudir, a rabiar y hasta que enrojezcan las palmas, a una joven bípeda llamada Zsófia Psotta. Porque hay debuts y debuts. Guau.
‘feher isten’, de Kornél mundruzcó
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