Joan Pau Inarejos
Si creyéramos en la morfopsicología, la ciencia que estudia el carácter a través de las facciones, podríamos extraer algunas conclusiones sobre las nuevas dueñas de las varas de mando municipal en Barcelona y Madrid. Por ejemplo, Manuela Carmena es asimétrica, pero no como Esperanza Aguirre; no es una asimetría sospechosa y taimada, sino benevolente y hasta maternal. Almodovariana de bolso en mano, y a la vez con aires de dama de letras, simultáneamente desgarbada y elegante, la cabeza de lista de Ahora Madrid vendría a ser, y usaré un plural mayestático deliberadamente abusivo, como esas profesoras de latín que muchos tuvimos en el instituto: progres de físico cubista y corazón tierno. Todo pelo y gafas, con coqueto pañuelo al cuello y encía al aire. Quizá inaugura un nuevo casticismo, pero no de chulaponas, sino de alegres travestis y multitudes hedonistas. Incluso hay quien quiere auparla a reina madre de una segunda movida madrileña, y a los hits de Kika Lorace me remito (“Madrid ya tiene su abuela, y es Manuela”).
Muy distintos son los modos y la prosodia de Ada Colau, en Barcelona. Su efigie, clara y meridiana, recuerda más a la estética republicana de las mujeres de rostro limpio y sin adorno, de puño cerrado y ligero perfume andrógino. Un físico sin distracciones. En ella parece revivir el ideal austero del noucentisme o incluso de la estatuaria clásica (¿no hay algo griego en su fisonomía chata y bien dibujada?), con ecos de heroína trágica (ya lo fue, incluso con antifaz, cuando comandaba V de Vivienda y sobrevolava las tragedias inmobiliarias; por cierto, ¡qué malogrado y rupturista eslógan hubiera sido V de Varcelona!).
Si Manuela patrocina la izquierda del arco iris, ese Madrid desprejuiciado que abraza lo hortera y lo pop, Ada tiene las hechuras rectilíneas de la Barcelona del disseny, que no diseni, bauhausiana y hasta cierto punto racionalista. No oiréis en ella esos timbres un poco chillones de su colega madrileña, sino una voz suave y voluntariosa, ordenada y muy temerosa. Una timidez que se defiende con contundencia gramatical, un mundo discursivo donde el contenido, granítico e iterativo, se mide con un continente flexible y coloquial, un catalán felizmente natural y sin esa maldita autocensura que nos ha asolado durante años (cuando se creía que hablar bien en catalán consistía en decir assolir, tasca o tots plegats a costa de acribillar eses sonoras y os abiertas). Una izquierda que dice buenu como lo diría nuestra tía y que apostilla buscando la aprobación constante: ¿no?
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