por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 6,5
El cine pretende a veces cambiar el mundo y se olvida de una de sus funciones primordiales: la creación de microclimas. Estas pequeñas atmósferas, respirables o no, son vitales cuando hay una pantalla de por medio y necesitamos que el autor, los intérpretes y los espectadores inhalen el mismo aire. Ocurre algo parecido en la historia de la pintura. Un cuadro puede no ser muy ambicioso, pero sin embargo existe en él un brillo, un gesto, una textura, que nos traslada íntima y automáticamente al lugar de los hechos.
‘El cadáver de Ana Fritz’ es eso: una cuestión de piel. Un relato que nos acompaña al lugar de los hechos y nos hace sentir. Coordenadas low cost (cuatro actores, un solo escenario y apenas ochenta minutos) para resaltar lo verdaderamente importante: cosas que pasan, a quiénes les pasan y cómo reaccionan. Cosas que en un momento dado te pueden obligar a apartar la mirada, pero que no andan tan lejos de las zonas más cavernosas del telediario. ‘El cadáver de Ana Fritz’ es más cercana y verosímil de lo que sugiere su título, hábilmente gótico y novelesco.
El debutante Hèctor Hernández Vicens sólo necesita un par giros de guion, uno sobre la corporalidad y otro sobre la dialéctica vida-muerte –vamos a decirlo así, filosóficamente, para no herir susceptibilidades ni espoilear salvajemente como por cierto hace sin pudor el tráiler- para construir su pequeño episodio de Noche en la morgue. Hay imágenes radicalmente provocadoras y personajes que quedan atrapados en una madeja pesadillesca a la hitchcockiana manera, pero lo más valiente de la película, lo más original, es que no abandona la lógica realista, incluso cuando todo está perfectamente a tiro.
En el momento decisivo, Hernández se sirve astutamente de un señuelo clásico del terror, un guiño al tópico más tópico del género, para inmediatamente no obedecer esas reglas y proseguir con su exigencia de verosimilitud. Si querías ‘The Ring’, toma un thriller negro. Humilde y ponzoñoso como un pedazo de carbón. En vez de despeñarse por el susto fácil, permanece en la senda rectilínea y esforzada del ‘Que pasaría si…’, y en este punto queda para el espectador juzgar quién da más miedo, qué es lo normal y qué es lo inquietantemente anormal. Para estar muerta, hay que ver lo que da de sí Anna Fritz.
‘EL CADÁVER DE ANA FRITZ', DE HèCTOR HERNÁNDEZ VICENS
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