Escena de la Creación, de Michelangelo (1508-1512) |
Un cristiano, un sabio portugués, disertando sobre la narrativa y la necesidad de la ficción. Enamorados de la palabra, creyentes o no, leedlo.
Gabriel Magalhâes
‘Los caminos de la literatura hacia Dios. Sobre el valor de la ficción narrativa y del artificio retórico para la fe cristiana’. Lección inaugural del curso 2015-2016 del Iscreb, Institut Superior de Ciències Religioses de Barcelona. 28/10/2015
mentiras para decir la verdad
las ficciones tienen también una cuarta y curiosa finalidad: sirven para decir la verdad en un mundo que nos impone sus mentiras. Cada época existe bajo el peso, bajo las sombras de las falsedades que toca respetar en ese tiempo (…). Lo mismo pasa con el Quijote: en una sociedad de heroísmos oficiales, la novela de Cervantes nos permite reírnos un poco de esa heroicidad (…). La ficción es la verdad que se puede decir, declarándola de entrada como mentira, de manera que sea tolerable para los poderes fácticos de las grandes burlas sociales. Podríamos decir que los novelistas son un poco como los juglares, a los que se permiten cosas intolerables cuando son perpetradas por otras personas. En la ficción se incuba, en un sistema social, el proceso de llegada a la conciencia de la verdad.
“mentiras viajando rumbo a la verdad”
Nos falta, todavía, una función más (…); las historias (…) son algo más que mentiras viajando rumbo a la verdad; porque, en efecto, los textos narrativos también constituyen una de las mejores maneras de introducir el debate.
“oficiosa falsedad” vs “verdad oficial”
El modo como el autor de las ‘Novelas ejemplares’ [Cervantes] se permite dudar de la realidad del sueño heroico constituye algo que sólo se puede hacer porque se realiza en las páginas de una obra de ficción. De nuevo comprobamos que lo narrativo, con su oficiosa falsedad, nos permite cuestionar las verdades oficiales. Y de este modo llegar a una visión más verídica de las cosas.
la narrativa nos despierta de la hipnosis
leer o escuchar un relato siempre implica pensar, también, un poco, en nuestro propio recorrido. De esta forma, a través de una narrativa, despertamos de la hipnosis, del sonambulismo de los quehaceres cotidianos. Y así tenemos de nuevo, delante de nosotros, el horizonte de ser personas. Este estado de enajenación se describe muy bien, en los Evangelios, en la historia del hijo perdido (…) su vida se transforma en un delirio de instantes, en un centelleo de placeres, en una borachera de goces caóticos. Nos dice Lucas que “desperdició sus bienes viviendo perdidamente”. El adverbio “perdidamente” es aquí esencial: este muchacho ya no sabe hacia dónde va.
la ficción como ensayo de la vida
Las parábolas pretenden, precisamente, que nos acordemos de que somos humanos (…) también para entrever, para columbrar el sentido del mundo (…). Los niños, por ejemplo, aprenden la textura de la realidad ensayando el teatro de la vida con los cuentos que se cuentan a sí mismos.
en defensa de la retórica
Un lenguaje sin retórica funciona sencillamente como un conjunto de etiquetas, de códigos de barras del mundo. Por consiguiente, el artificio verbal no es una cosa mala, una moneda falsa de los idiomas, sino todo lo contrario: una manera de que el lenguaje se pueda zambullir en el misterio del mundo. Estamos, pues, equivocados cuando censuramos la palabra en estado de figura: negar esta posibilidad de los vocablos equivale a cortarles a las palabras sus posibles vuelos (…). Le faltaría a cada vocablo el cielo que nace de su uso creativo, lírico (…). Por consiguiente, la retórica no es un lujo, del cual debamos prescindir, sino todo lo contrario: la llave que abre las habitaciones más misteriosas de la casa de nuestro espíritu (…). No se nos ocurriría quitarle brillo a las estrellas, considerándolo un lujo: no cercenemos, pues, el centelleo de las voces. Hagamos lo contrario: aprovechemos ese relumbrón para aclarar nuestra vida, nuestra alma.
la delicadeza de las parábolas
(…) ocurre con la espantosa parábola de los ladrones homicidas: de nuevo en clave de fantasía, Jesús escanea la mente de sus enemigos, diciendo, fantásticamente, lo que en ella existe realmente. No es que Jesús actuara así por miedo: sencillamente a veces hay cosas tan insoportables que sólo de esa manera ficcional se pueden decir (…). Servirse de lo posible en vez de machacar con lo rea, revela una vez más la infinita delicadeza del Salvador.
el génesis y dulcinea
los cristianos a veces nos empeñamos en afirmar que todo es, literalmente, cierto. Cuando, al contrario, debemos considerar que, si el Salvador se sirvió de la ficción en su trabajo de evangelización, resulta natural que en el corpus veterotestamentario nos encontremos con secciones que sean también de tipo ficcional (…). Inútil, pues, discutir si Dios efectivamente creó el mundo en siete días. es tan baladí como discutir si Dulcinea era o no natural del Toboso.. El Génesis, en mi modesta opinión, funciona como una ficción inspirada, en la cual, a través del velo de la imaginación, nos surge el resplandor de la verdad.
la ficción es “otra mejilla” del rostro de la verdad
Dejo a los especialistas la determinación de qué apartados bíblicos deben ser leídos en clave ficcional. Vuelvo a recordarles que es sencillamente otra mejilla del rostro de la verdad (…). No debemos tenerle miedo a la ficción como parte de la verdad, porque el mismo Jesús (…) tampoco lo tuvo.
Jesús el Narrador
(…) La Encarnación (…) no puede ser vista nada más como un fenómeno físico (…). Jesús encarna también en el útero más vasto de todo lo humano (…). Encarna, pues, también en el lenguaje, y en sus diversos usos, entre ellos uno capital: el de contar historias (…). Su bajada del cielo no se reduce a un hecho orgánico, biológico, también conlleva la adopción de una serie de comportamientos antropológicos típicamente humanos.
la concisión de Dios
(…) no obstante, debo afirmar que, en las parábolas de Jesús, existe un sello divino, que las demás historias creadas por los hombres no tienen, y que consiste en lo siguiente: sus parábolas no tienen el más mínimo miligramo de intencionalidad literaria, centrándose sólo en el viaje a la verdad que representan. Son, pues, piezas de una pureza, de una sobriedad casi absolutas (…) el arte de Dios es así: absolutamente sin arte (…). El arte de los seres humanos, por muy bueno que sea, siempre resulta excesivamente artístico: en él se reflejan miedos que ya no debíamos tener y ambiciones que debiéramos haber desechado. La literatura se escribe aún de este lado de la vida, con todo lo que tiene de sombra de una luz que todavía no conocemos plenamente (…). A los cuadros de un amanecer siempre les falta ese exceso de estilo que flota en los ambiciosos pinceles humanos. Por ello, una madrugada siempre es tan sin pretensiones, y tan hermosa (…) sus historias [del Salvador] parten hacia la verdad con una capacidad de propulsión, una naturalidad de estrellas fugaces, que no poseen los pretensiosos cohetes de nuestras novelas.
el clasicismo, un cristianismo imperfecto
(…) El lenguaje de Cristo recuerda la simplicidad de un amanecer (…), esa limpidez que el llamado arte clásico ha buscado incesantemente, sin lograr jamás la pureza del pincel, de pluma divina. Porque el clasicismo suele derivar hacia un formalismo que está a una gran distancia de las palabras de nuestro Salvador.
la paradoja, expresión literaria del amor
Són abundantes [en Jesús] planteamientos paradójicos (…). Casi me atrevería a decir que la paradoja es lo que resulta del pensamiento tocado, alumbrado por el resplandor de amar. El lenguaje deja de ser una regla de medir el mundo, transformándose en la fusión apasionada de cosas que, en un principio, eran irreconciliables (…). La escritora de Ávila nos demuestra que la paradoja no es un capricho retórico de la santidad, sino, al contrario, la única manera de decir lo indecible (…): “Siempre querría el alma –como he dicho– estar muriendo de este mal”.
la metáfora, un tropo maleducado
sabiendo nosotros que una metáfora es una comparación que se comporta mal, porque se le olvida ese gesto de buena educación que es la partícula ‘como’.
“expoliados del dulce misterio de sí mismos”
Si el lenguaje, con todo su vuelo retórico, no existiera (…) correríamos el riesgo de creernas “huecas en lo interior” [Santa Teresa de Ávila]. Hoy en día, ¿cuántas personas hay (…) que están siendo ahuecados por la sociedad de la imagen, expoliados del dulce misterio de sí mismos? Muchos, como sabemos: las antiguas represiones se ejercen ahora de nuevos modos, pero con una misma intensidad antigua.
el divorcio literatura-espíritu
Se trata de organizar un gran festín que nos consuela del descubrimiento de que no hemos sido invitados al banquete de eternidad. Algo así como la parábola de la fiesta de bodas del Evangelio, pero sin boda: una fiesta que sea sólo eso, fiesta, tristeza disfrazada de alegría hipnótica (…). Ya no nos interesa hacia dónde viaja el tren de las palabras, sino sencillamente cuántas personas se han montado en los coches. El resultado es este gran alud de vacíos que nos contempla desde los escaparates de las librerías. Viajes sin viaje, podríamos decir. Palabras sin Palabra. En el fondo, alucinaciones, sin visión, sin contemplación. El propio autor se ha transformado en una imagen entre imágenes: un espejismo más.
pessoa y el poeta fingidor
De Pessoa me permitiría citar un texto (…) que plantea todo esto con meridiana claridad (…):
Autopsicografía
El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
que llega a fingir que es dolor
el dolor que de veras siente.
Y los que leen lo que escribe,
en el dolor leído sienten bien,
no los dos que él tuvo
mas sólo el que ellos no tienen.
(…) o sea, que a través del poema quien lee descubre en sí mismo, como personal, un sentimiento que antes no había tenido. Que, en el fondo, no es suyo (…). Se ha llegado aquí a través de dos fases: en la primera de ellas, la ausencia de lo divino era otra manera de recordar a esa divinidad. Lo dijo Pessoa de un modo expresivo: “no haber dios es un Dios también”.
el cristianismo y la “sublime moción de censura a la realidad”
Lo que pasaba en Roma, en el circo romano, hoy pasa en Siria, en Pakistán, en Nigeria (…). No es una visión pesimista, al contrario (…). Cuando uno escribe que perpetuamente ha habido y habrá mártires, que la creencia que profesamos funcionará en todas las épocas como una crítica y una crisis, parece que le ha tocado ser el aguafiestas de la fe. Porque, exactamente como Pedro y los apóstoles, lo que en el fondo nos gustaría tiene mucho que ver con una nueva sociedad aquí y ahora, donde triunfe el bien y la justicia. Esa restauración de Israel (…). De hecho, el bien y la justicia tienen que ir triunfando pero, aquí y ahora, nunca triunfarán completamente. Esa es la imperfección vital del cristianismo y, al mismo tiempo, su infinita lucidez: una lucidez que se puede comprobar oteando los panoramas de la historia. Porque el reino de Dios se asemeja a una sublime moción de censura a la realidad que sólo triunfará del otro lado de esta vida: en la vida plena de la eternidad.
* El título de la entrada y los títulos que encabezan los fragmentos son del autor del blog
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