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dijous, 31 de desembre del 2015

Lo mejor leído en 2015

por JOAN PAU INAREJOS
Entiendo que el Quijote se volviera loco leyendo, porque a veces los libros dicen cosas contradictorias y se quedan tan anchos. Y todos nos fascinan. He querido introducir mis mejores lecturas del año con algún hilo conductor, insuflarles cierta música que las haga bailar al mismo son. Pero son incorregibles. Steiner proclama que el lenguaje es enemigo de la verdad, mientras que Gabriel Magalhâes dice que la ficción y el artificio literario son la luz que puede aclarar nuestra vida. Italo Calvino rinde honores al amor platónico para el que se ha vivido toda una vida, mientras que Benedetti nos presenta un enamoramiento episódico y sin sentido como una tregua. Seguro que Marta Rojals resolvería este embrollo con dos frases breves e ingeniosas. Yo os dejo con la chapa.

1 El barón rampante
Italo Calvino
Nunca hubiera imaginado que bajo este título rígido y disuasorio se escondía la encantadora odisea de liberación de Cosimo de Rondò, el muchacho que trepaba por los árboles. Gracias al amigo Lluís Mata, herido por la música y la lírica filial, emprendí la lectura de este clásico italiano que pergeña toda una fábula política en los frondosos follajes de Ombrosa, reino imaginario del siglo XVIII. Merced a su travesura improvisada, Cosimo consigue convertirse en una especie de libertador de las alturas, y hasta Voltaire y Napoleón quieren departir con él. Pero lo mejor es el humor y la ternura con la que Calvino hace que su historia se deslice, de rama en rama, por peripecias y romances hasta llegar al fruto maduro del amor. El casanova de los árboles suspira: “¿De qué sirve haber arriesgado la vida, cuando de la vida aún no conoces el sabor?”. Y entonces llega la verdadera prueba del héroe, su mayor y más difícil trance, el entrenamiento del corazón, una esgrima sin armas donde afloran con toda intensidad el dolor y la dicha inherentes al acto de querer. Si en la vida hay silencios largos y amarguras, Calvino hace que sus personajes hablen constantemente de lo que les ocurre, como si fueran filósofos parlanchines de su propio acontecer. ¿No es éste el poder sanador de la literatura? Revivir en palabras lo que se había podrido sin ellas. LEER RESEÑA

2 La tregua
Mario Benedetti
Benedetti nos regaló una novela mínima, tierna, desnuda, sobre los pequeños milagros que pueden acaecer cuando menos te lo esperas; cuando, por ejemplo, la jubilación y el desencanto de todas las cosas están a la vuelta de la esquina. Con un estilo de dietario, el protagonista explica las paradojas de su viudedad: no puede recordar a quien fue su mujer, pero sí es capaz de sentirla entre sus dedos; la memoria se vuelve ciega y táctil (“¿Por qué las palmas de mis manos tienen una memoria más fiel que mi memoria?”). Es un “triste con vocación de alegre”, un padre coraje indigno de este nombre (“todo fue siempre demasiado obligatorio como para que pudiera sentirme feliz”). Hasta que llega lo imprevisto. Un romance atípico incluso en el nombre de la amada, que, desafiando toda la tradición de la literatura romántica, es interpelada por su apellido en vez de por su nombre de pila. La Laura de Petrarca pasa a ser Avellaneda, lo sublime del amor se amarra y se concreta, lo íntimo se cuenta a media luz, a ritmo de jazz y sin borrar arrugas. “Todo estuvo tan bien, que no vale la pena escribirlo”. (Pero sí leerlo, así que gracias a la recomendación de Sònia Aguilera). LEER FRAGMENTOS

3 10 (posibles) razones para la tristeza del pensamiento
George Steiner
¿Imagináis un mundo donde las autoridades controlasen por ley el derroche del pensamiento? ¿Sería posible una idea completamente nueva en la cabeza de alguien, una iluminación repentina de la mente hacia lo nunca pensado? Los guionistas de la ciencia ficción deberían tomar buena nota de este breve ensayo de 2007, que, además de inspirar utopías y distopías, ofrece una de las descripciones más profundas de la mente humana que se recuerdan. Lejos de la euforia de la Ilustración, Steiner admite que “el pensamiento vela tanto como revela, incluso más”, y llega a afirmar que el lenguaje es “enemigo” de la verdad, porque deserta de toda pretensión de transparencia, univocidad y universalidad y en cambio “está saturado de ambigüedad y simultaneidades polifónicas”. Se insinúa una belleza de lo “no dicho”, un misticismo de lo “no pensado”, una estética del residuo valioso en los millones de “esporas” de pensamiento desechado en el éter. Y se constata una de las razones más demoledoras para la tristeza del pensamiento: el cogito bulle sin cesar pero en realidad no progresa: estamos cada día más cerca de las estrellas pero igual de lejos de esclarecer, por ejemplo, si la muerte es el final, o si Dios existe o es una de nuestras ambigüedades poéticas. LEER FRAGMENTOS LEER RELATO BREVE INSPIRADO EN ESTE LIBRO

4 L’altra
Marta Rojals
Dotada de un estilo rápido e incisivo, Marta Rojals es capaz de masacrar la hipocresía de la era digital con unos pocos párrafos. No hay situación social de la que uno no se pueda zafar con un “somriure polivalent”. Anna, Annona o Nona -según para quién tenga que rendir cuentas profesionales o sentimentales-, es una diseñadora gráfica que sobrelleva el tránsito de los treinta a los cuarenta dejando que sean los demás quienes manden, se mojen, decidan y discurseen encendidamente. Ella aspira a una vida sin riesgos, a ser “pilot d’un simulador de vols”. Seria y circunspecta, víctima de una inteligencia que no sabe canalizar, encuentra su mejor antítesis en su jefa Cati, todo vitalidad y descaro, quizá el verdadero personaje para el que se ha escrito esta novela. Crisis económica, crisis personal y crisis de pareja se anudan en una tormenta perfecta para la protagonista, que intenta parapetarse en las redes sociales (“El Facebook li permet descansar del galimaties del llenguatge no verbal”, “delegar l’empatia en un clic és una de les poques feines que li agrada delegar”) y trata de resolver sus emociones y contradicciones a base de píxeles, porcentajes, paletas de color Pantone y finalmente culto ansioso a la mensajería instantánea. Rojals ha titulado L’altra, lo que paradójicamente, es un pedazo de nosotros. LEER FRAGMENTOS

5 Los caminos de la literatura hacia Dios
Gabriel Magalhâes

Que un cristiano defienda el valor de la ficción, e incluso su necesidad para el espíritu, es algo que puede llamarnos la atención. Si además afirma que la ficción es intrínseca a los Evangelios -palabra directa de Dios- entonces aparentemente roza lo sacrílego. Aparentemente. Todos los enamorados de la palabra, creyentes o no, deberían leer este brevísimo texto de Gabriel Magalhâes, profesor de literatura y “centauro ibérico” para quien las ficciones, las narrativas, tienen una función reveladora y desenmascaradora: son “mentiras para decir la verdad”. En épocas de censuras externas, o de verdades oficiales que somos incapaces de cuestionar, sólo la narrativa, con su "modo delicado de decir", recurriendo al como si, tiene la prerrogativa de anunciar y denunciar, como Jesús con sus parábolas, o como Cervantes con su mofa velada del heroísmo, y a la postre, incluso pueden poner la semilla para transformar a lo largo plazo ese statu quo: “en la ficción se incuba el proceso de llegada a la conciencia de la verdad”. Ajeno a la melancolía de los pensadores contemporáneos, que ven un desgarro entre lenguaje y verdad (véanse algunos vecinos de arriba), Magalhâes asegura que el artificio y el tropo literario son la manera que tiene el lenguaje de zambullirse en el misterio del universo, y propone no renunciar a ellos como tampoco apagaríamos las estrellas del cielo por considerarlas un lujo: “hagamos lo contrario: aprovechemos ese relumbrón para aclarar nuestra vida, nuestra alma”. La luz de la literatura. LEER FRAGMENTOS

dimecres, 18 de març del 2015

El arte de no tener los pies en el suelo

Joan Pau Inarejos
Una entrada brillante del amigo Lluís Matame obligó, en un sentido poético e insoslayable, casi como un deber moral, a leer ‘El barón rampante’ (1957). Sobre esta archifamosa novela italiana tenía, por algún motivo, vagos prejuicios, injustificados recelos: el título, tantas veces citado en mis libros escolares de literatura, me evocaba ambientes cortesanos envarados y aburridos, y tendía a imaginar a su protagonista como un aristócrata con el ceño eternamente fruncido. Qué equivocado estaba, por suerte. Y cuánta razón tiene Machado al desear que no sea verdad nada de lo que pensamos.

Con una sencillez de estilo desarmante, Italo Calvino nos lleva a un lugar imaginario de la costa de Liguria, Ombrosa, y nos cuenta la odisea de un pequeño heredero de la nobleza local, Cosimo Piovasco di Rondò, dispuesto a trepar por los árboles –rampar– y vivir en ellos si hace falta con tal de zafarse de un padre autoritario. La revolución arbórea de Cosimo, en pleno siglo de las luces (1767), bulle de un primitivismo infantil, peterpanesco, que el título apenas permite adivinar. Inocente y culto, insolente y carismático, Cosimo es de esos personajes de los que te encariñas para siempre tras ver pasar su vida de papel. A mí, como al amigo Lluís, tampoco me importaría tener un retoño Cosimo: más aéreo, más limpio de espíritu que yo.

El duelo entre padre e hijo, entre Antiguo y Nuevo Régimen, nos deja algunos de los pasajes más tronchantes del libro. El hermano de Cosimo, discreto narrador de la historia, siempre secretamente fascinado por él, cuenta que los padres jamás se preocuparon por si se rompían un brazo o una pierna al deslizarse por las balaustradas de la finca señorial, "y fue la razón - creo yo - de que nunca nos rompiésemos nada” –¡toda una lección de pedagogía!–, sin olvidar los diálogos plagados de ironía entre el arrogante progenitor y su vástago, atrincherado en las alturas: “- Buenos días, señor padre. - Buenos días, hijo. - ¿Estáis bien? - De acuerdo con los años y los sinsabores. - Me complace veros animoso”.

La fábula de Calvino, con toques de realismo mágico, convierte a su intrépido protagonista en una especie de Forrest Gump del siglo XVIII, capaz de hacerse famoso en toda Europa, cartearse con los filósofos más importantes de la época (desde Rousseau hasta el mismísimo Voltaire, que queda impresionado por la justificación de su vida entre los follajes: “Quien quiere mirar bien la tierra debe mantenerse a la distancia necesaria”) y hasta verse cara a cara con nada menos que Napoleón, a quien tiene el honor de hacerle sombra (“- ¿Puedo hacer algo por vos, mon Empereur? - Sí, sí, poneos un poco más acá, os lo ruego, para protegerme del sol, sí, así, quieto...”).

Desde su búnker vertical, el barón rampante ve pasar la vida de Ombrosa, preserva el pueblo de los incendios, aborta los ataques de las fieras e incluso organiza batallas contra los piratas o los austrosardos. Ora poeta, ora estratega militar, Cosimo observa pacientemente el paso de las estaciones, presencia los romances de las aves (“En primavera el mundo sobre los árboles era un mundo nupcial”) e incluso asiste a los entierros, aunque los árboles de la muerte sean más inasibles (“a los cipreses, de fronda tan espesa, no hay modo de trepar”). Desde su hogar asilvestrado revive los impulsos y sentimientos más primitivos de la humanidad (“ese amor que tiene el cazador por lo que está vivo y no sabe expresarlo más que apuntando con el fusil”) sin dejar nunca su querencia febril por la lectura y la escritura, para mejor comunicarse con el mundo y pergeñar sus altos ideales (impagable el momento de las ardillas que se llevan las letras Q, “y Cósimo tuvo que comenzar ciertos artículos Cuien y Cuienquiera”).


Entre las estampas tan vivas de la novela, cómo olvidar la colonia de exiliados españoles, una cuadrilla de hidalgos y damiselas obligados a vivir en los árboles porque el rey les impide pisar sus dominios (desterrados, pues, en vertical). Calvino describe los “salones arbóreos” de estos hispánicos huéspedes, que reciben al muchacho con “hospitalaria gravedad”, y cuán sugestivo el rastro de esa amada granadina tras la partida, de la que quedan, prendidos en las ramas, “aún alguna pluma, alguna cinta o encaje que se agitaba al viento, y un guante, un parasol con puntillas, un abanico”. En las evocaciones goyescas de España también se cuela Catalunya: véase cierto bandido que se arranca a farfullar en la lengua de Llull, con gazapos ritabarberianos incluidos: “Bon dia! Bona nit! Està a la mar molt alborotada”… ‘Il barone rampante’ es, también, un gozoso follón de lenguas y nacionalidades.

Incontables lecturas sobre el orden y la revolución, sobre la dialéctica de padres e hijos, sobre la naturaleza y la cultura, caben en este cuento entrañable de doscientas cincuenta páginas, donde Ombrosa se asienta en nuestro imaginario con la fuerza del Macondo de García Márquez o el Neverland de Peter Pan. Ombrosa se nos presenta como un remanso frondoso en medio de la Europa bélica y jacobina, un lugar donde hasta los soldados se mimetizan con el musgo y el liquen (Cosimo descubre la función civilizatoria de las pulgas), un reino nostálgico de cuya existencia llega a dudar un atónito narrador (“Aquella profusión de ramas y hojas (…) quizá existía solamente para que pasase mi hermano con su ligero paso de chamarón, era un bordado hecho sobre la nada”).

Pero es la aparición triunfal del amor la que eleva la pluma de Italo Calvino hasta alturas insospechadas y donde ésta nos conquista definitivamente. La ley de vida quiere que el “barón en celo” pase primero su época mujeriega y donjuanesca; le vemos entonces camelando a mil y una doncellas desde las ventanas, cual amante furtivo y fugaz (¿qué es ese ruido? “Es el barón que busca hembra. Esperemos que la encuentre y nos deje dormir”), y hasta se habla de hijos bastardos que empiezan a llenar sospechosamente tan decente pueblo. Pero el casanova de los árboles suspira: “¿De qué sirve haber arriesgado la vida, cuando de la vida aún no conoces el sabor?”.

El encuentro con la amada, cuyo nombre no podemos desvelar, y sobre todo el reencuentro cantado por Pedro Guerra(gràcies, Lluís), nos reserva una declaración de amor insólitamente expeditiva (antes de empezar la relación, ella le espeta “no voy a permitirte nunca que estés celoso”; pero al fin y al cabo, ¡qué sería el amor sin estas elipsis, sin estos felices sobreentendimientos!). De pronto, los hercúleos trabajos y peripecias del joven se iluminan de sentido: “has vivido en los árboles para aprender a amarme”. Por fin comprende: su aventura agreste era un entrenamiento del corazón.
Si Calvino narra la infancia de Cosimo con ingenuidad dadaísta y juguetona, una hermosa lírica se apodera del relato cuando nuestro joven librepensador descubre el amor, con toda su intensidad y sus ingratos dolores y desgarros. “Se conocieron. Él la conoció a ella y a sí mismo, porque en realidad no se había conocido nunca. Y ella lo conoció a él y a sí misma, porque aun habiéndose conocido siempre, nunca se había podido reconocer así”. Bello dilema de Cosimo entre el amor platónico y el carnal, cuando se pregunta “si tenerla ahora es no tenerla nunca más” (en el recuerdo), y deliciosamente teatrales las guerras de amor que entablan los donceles, mirándose con ojos llameantes, “con pureza de arcángeles”, discutiendo acaloradamente si el amor es paz o fuego incandescente, si estado de beatitud o bendito padecimiento. Calvino deja maravillosos apuntes sobre la psique femenina, harto poderosa incluso en la ausencia (“era siempre la mujer quien triunfaba, incluso si estaba lejos”), y encuentra una metáfora feliz de los celos en ese temor a los perfumes que no se pueden poseer, “aspirados por muchas narices”.

¿Quién es, al fin, Cosimo? ¿Un héroe, un loco quijotesco, una metáfora del hombre y sus edades? En todo caso no es un imbécil (“la locura es una fuerza de la naturaleza, para bien o para mal, mientras que la bobería es una debilidad de la naturaleza, sin contrapartida”), es alguien muy convencido que cree firmemente que su huida del mundo es una forma de militancia, como se empeña en dejar claro a quienes le conminan a apearse de los árboles (- ¡Quieres retirarte! - No: resistir). ¿Llegará algún día la hora de bajar? ¿Los héroes deben regresar a Ítaca? Lo dice su hermano con una frase llena de juicio: “Incluso quien ha pasado toda su vida en el mar llega a una edad en la que desembarca”. Y sin embargo, Cosimo encontrará la manera de seguir rampando más allá de la última página.

dimarts, 30 de desembre del 2014

Lo mejor leído en 2014

por JOAN PAU INAREJOS
Según Octavio Paz, escribir y leer es un doble acto de destrucción. La escritura deroga las realidades para que vivan los signos; el lector disipa las letras para que viva el sentido en el interior de su mente. Descrita así, la experiencia literaria parece un embarullado juego del teléfono, donde las cosas se van remedando y traicionando a sí mismas sin cesar. Sin embargo, no pocos libros nos emocionan, nos seducen, y hasta los creemos más nuestros que de sus propios autores. Un año más, procedo a enumerar los amasijos de signos que he abolido con más placer.

1 Cançons d'amor i de pluja
Sergi Pàmies
La pluma de Pàmies nos regala estos veintiséis cuentos brillantes, repletos de ingenio, ironía y economía verbal. Salpicados de autobiografía y a mucha honra ("perquè ningú no digui que els escriptors sempre parlem de nosaltres, de vegades acabem escrivint coses ben estranyes"), con brillantes juegos metalingüísticos que invierten y subvierten los papeles del autor, el personaje y el lector ('Agraïments', 'La clau del son', 'La llibreta'). A destacar los peculiares cameos de Joan Manuel Serrat o Paul Auster, y una verdad rotunda que se hace más grande al leerle: "No és just que pugui donar el meu cos a la ciència i no a les lletres". Gràcies Baster and Commander per recomanar-me'l "vivament i entusiasta". LEER FRAGMENTOS

2 La llama doble
Octavio Paz
El amor es el gran olvidado en la historia de las revoluciones, según el autor mexicano, que dedica un ambicioso ensayo (gracias, Agus Morales) a la "apuesta insensata por la libertad ajena", por citar su magnífica definición. La aparición del eros en la civilización es inseparable de la libertad femenina, como muestran los brotes románticos de las épocas cortesana o alejandrina. Un extraño estado del alma, peligrosamente antipolítico ("una república de enamorados sería ingobernable"), que permite conocer pero también reconocer ("la persona amada es, a un tiempo, tierra incógnita y casa natal") y que, a diferencia de la religión, no puede ofrecer la inmortalidad pero sí la vivacidad: el eterno aquí y ahora. LEER FRAGMENTOS

3 Olivetti, Moulinex, Chaffoteaux et Maury
Quim Monzó
Frío y agudo, gran arquitecto de situaciones, Monzó es de los autores que hablan más al cerebro que al corazón. Entre sus ocurrencias astutamente construidas se encuentra ese escritor que intenta entregarse al acto creativo y toda la tecnología conspira contra él, incluida la máquina de escribir Olivetti. O ese otro que, muy al contrario, parece condenado a escribir febrilmente, para desespero de su hastiada compañera de vida: "No escriguis mira'm i mira'm. No: no escriguis no escriguis "mira'm" i mira'm i mira'm”; hasta que, rendida: “Ara callaré perquè no escriguis res més i m'hagis de mirar o, si no, avorrir-te”. LEER FRAGMENTOS

4 El miedo a la libertad
Erich Fromm
El psicoanalista alemán imprime un concepto certero y clarividente, el miedo al "don incómodo" de la libertad, un miedo causante de grandes desastres históricos y anímicos. En su luminosa biopsia de la psique humana, Fromm distingue el amor propio del egoísmo (una forma de codicia y una sobrecompensación precisamente por la falta de amor que se tienen los egoístas). Separa también el poder de la potencia: "en la medida en que un individuo es potente, no necesita dominar y se halla exento del apetito de poder”. Define el carácter autoritario como un culto al pasado de consecuencias fatales (el fascismo ignora el milagro de la creación) y concluye, lúcidamente, que sin debilidad no hay cultura. Gràcies Glòria Vendrell per prestar-me'l. LEER FRAGMENTOS

5 Cinco horas con Mario
Miguel Delibes
La ventaja de no haber leído estos clásicos por prescripción escolar es que puedes disfrutarlos libremente en cualquier momento de la vida (por ejemplo cuando tu hermano se va a Inglaterra y deja un montón de libros viejos vacantes). El soliloquio de la viuda Carmen es un pedazo de realidad hecha literatura, puro espejo de la clase media conservadora del franquismo ("todo está patas arriba, Mario, cualquier día de estos nos salen con que los malos somos nosotros..."). Sin restar méritos a su extenso y a veces abrumador monólogo central, me quedo con la humilde introducción, magistral descripción de un funeral donde "se sienten los chasquidos de los besos, pero no su calor" y donde la orgullosa mujer llega a creer que exhibe a su muerto, manufacturado por ella misma. LEER FRAGMENTOS


dimarts, 17 de desembre del 2013

Lo mejor leído en 2013

por JOAN PAU INAREJOS
A veces, leer es lo más parecido a rezar. Algunos lo hacemos justo antes de dormir, y no como mero lenitivo, sino como la forma consuetudinaria de afianzarnos en lo íntimo e intemporal. Aunque perdamos el hábito, aunque permanezcamos ajenos a las llamadas novedades editoriales, aunque la vida estresada y paticorta nos convierta en algo así como agnósticos de la letra impresa, algunos siempre tenemos cierto libro esperándonos en la mesilla de noche, como un rosario, como una válvula última de seguridad. Estos compañeros bien valen un ranking. 



1 El maestro y Margarita
Mijaíl Bulgakov
El amigo Lluís Mata, buen rusófilo, me introdujo en el mundo fáustico y alucinado de Bulgakov. El diablo aterriza en el Moscú de los años 30 y reparte a diestro y siniestro entre funcionarios mediocres y escritores pretenciosos. Todo un universo literario que aúna el escapismo más lírico y encendido –los vuelos, el romanticismo desgarrado- con las dotes más finas de observación social y psicológica. Hay tiempo para las escenas de destrucción operística, para las metáforas bíblicas, para los diálogos desternillantes y lo mejor, para una trama felizmente imprevisible. Una rareza de lujo.  LEER FRAGMENTOS

2 Viento del pueblo
Miguel Hernández
El poemario más radical y militante de Miguel Hernández recorre los paisajes siempre torturados de la Guerra Civil española. Desarrapado, desde su herido, rojo corazón, el de Orihuela canta a la mano del obrero, “rama combatiente del cuerpo” y al sudor que hace  “transparentes e iguales” a los hermanos en el trabajo. Sus versos brotan espumosamente, entusiastamente, desesperadamente, cuando ensalzan a las brigadas internacionales (las “almas sin fronteras”) o a las trincheras, “orgullosas” de cobijar a los cuerpos muertos de aquellos que combaten por la justicia (“parecen plata dormida”). La historia la escriben los vencedores; la poesía, los vencidos. LEER FRAGMENTOS

3 El árbol de la ciencia
Pío Baroja
La novela insignia Baroja relata la tragedia espiritual de un médico enfrentado a la España decadente de 1900. Sus páginas invitan a una concepción de la existencia tan desconsolada como bella e inteligentemente expuesta. De un lado la amargura del hombre ilustrado, que comprueba la amargura del árbol de la ciencia (“El hombre, cuya necesidad es conocer, es como la mariposa que rompe la crisálida para morir”). De otro, la España negra, pueblerina y petulante (“la moral del espectador de toros, que siempre exige valor en otros”). Antiutópica y antirromántica, la pluma barojiana apenas ofrece un consuelo: embrutecerse y vivir mundanamente para “conservar el espíritu límpio”. LEER FRAGMENTOS

4 El mono desnudo
Desmond Morris
El clásico divulgativo de 1967 sigue conservando su frescura y capacidad de sugestión al detallar las raíces animales de nuestro comportamiento. El humano es “primate por linaje y carnívoro por adopción”: un mono que bajó del árbol y perdió el vello para no abochornarse. Nos enamoramos para llenar el vacío emocional de los padres, y la promiscuidad no es mero vicio, sino sabio resorte de la naturaleza para afianzar la monogamia (!). Somos el único animal que mata en masa porque la guerra moderna ha borrado las señales de apaciguamiento. Y una observación luminosa: la risa es una transformación mágica del llanto cuando la zozobra se cruza con la confianza. Reír es cabalgar sobre el miedo. LEER FRAGMENTOS

5 Antología poética
Rafael Alberti
La melena plateada más afamada de la poesía española firma una obra llena de nostalgias marítimas. El mar. La mar. Culto y popular, lorquiano y colorista, sus ademanes barrocos también dejan lugar a la precisión intimista (“Tú eres lo que va /agua que me lleva / que me dejará”). Su poema a la paloma equivocada es un himno perfecto, una lamentación de ritmo literario impecable sobre los grandes fracasos y la frustración fatal de los deseos. Alberti se pasea por Nueva York y afea a la Libertad que “baje a vender su sombra por los puertos” y nos hace subir a su azotea: “mientras yo me tiendo en tu horizonte / para que me divises de lejos”. LEER FRAGMENTOS