dilluns, 19 de març del 2007

Making off de una 'mani anti-globa'

NAOMI KLEIN, 'NO LOGO', 1999

Entre principios y mediados de la década de 1990, mientras el mundo publicitario se apresuraba a apropiarse de los sonidos y la imaginería de la música contemporánea para vender coches, aerolíneas, bebidas sin alcohol y periódicos, los legisladores británicos ilegalizaron los conciertos improvisados por medio de la Ley de Justicia Criminal de 1994. El instrumento daba amplios poderes a la policía para apoderarse de los equipos de música y para tratar con dureza a los asistentes en caso de enfrentamiento.

“Los músicos se uineron con squatters, viajeros New Age, ‘ecoguerreros’ radicales, y de estas subculturas surgió el movimiento Recuperar las Calles”

Para combatir la Ley de Justicia Criminal, el mundillo musical (que hasta entonces sólo se ocupaba de buscar otro sitio donde bailar toda la noche) se alió con subculturas más politizadas a quienes también alarmaban los nuevos poderes de la policía). Se unieron con squatters al borde de la expulsión, con los así llamados viajeros New Age, que veían amenazado su estilo nómada de vida, y con «ecoguerreros» radicales, que combatían la urbanización de las zonas boscosas de Inglaterra construyendo viviendas en los árboles y cavando zanjas al paso de los bulldozers.

Entre estas subculturas opositoras comenzó a surgir un tema común: el derecho a disponer de espacios no colonizados para sus viviendas, para los arboles, para reunirse y para bailar. Lo que difundió esta lucha cultural entre los pinchadiscos, los militantes anticorporativos, los artistas políticos y New Age y los ecologistas culturales podría muy bien constituir el movimiento político más vibrante y de crecimiento más veloz desde París 1968: el movimiento Recuperar las Calles (RLC).

“De pronto, una multitud transforma de manera aparentemente casual una arteria ciudadana en un escenario surrealista”

Desde 1995, el RLC asalta las calles más concurridas y las esquinas más importantes y llega hasta las carreteras, donde organiza fiestas espontáneas.

De pronto, una multitud transforma de manera aparentemente casual una arteria ciudadana en un escenario surrealista. El acontecimiento se organiza como sigue. Al igual que con los conciertos improvisados, el lugar de encuentro se mantiene en secreto hasta el día de la celebración. Miles de personas acuden al sitio convenido desde el que salen en masa a su destino, que sólo conocen unos pocos organizadores. Antes de que llegue la multitud, un camión cargado con un poderoso equipo de música aparca sigilosamente en la calle destinada a ser recuperada en breve.

“Una vez bloqueado el tráfico, se declara «abierta» la calle y comienza a emitirse desde los últimos hallazgos electrónicos hasta ‘What a Wonderful World’ de Armstrong”

Luego se improvisan algunos medios para detener el tráfico; por ejemplo, se produce un choque de dos automóviles viejos, cuyos conductores fingen una pelea. Otra técnica consiste en colocar elevados andamios en medio de la calle con un militante solitario colgado de lo más alto; los andamios impiden el paso de los vehículos, pero la gente puede circular con libertad entre las patas; y como si se derriban los andamios el militante colgado se mataría al caer al suelo, la policía no tiene más remedio que quedarse mirando el desarrollo de los acontecimientos.

Una vez bloqueado el tráfico, se declara «abierta» la calle. Se levantan pancartas que dicen «Respire», «Prohibidos los automóviles» y «Recuperemos los espacios». Se eleva la bandera del RLC —un rayo sobre un fondo de variados colores—, y el equipo de sonido comienza a emitir de todo, desde los últimos hallazgos electrónicos hasta «What a Wonderful World» de Louis Armstrong.

Luego, y como si salieran de ninguna parte, aparece el carnaval ambulante,de los RLC: en bicicleta, en zancos, bañando y tocando tambores. En las fiestas anteriores en las esquinas se colocaban juegos infantiles, así como gigantescas cajas de arena, hamacas, piscinas inflables, colchonetas, alfombrillas y redes de voleibol. Cientos de Frisbees vuelan por el aire, se ofrecen alimentos gratuitos y comienza el baile, sobre los automóviles, en las paradas de los autobuses, en los tejados y alrededor de los postes de tráfico.

“Los policías no imaginaban que debajo de las faldas había jardineros-guerrilleros que cavaban agujeros en el asfalto para plantar árboles jóvenes”

Según sus organizadores, estas reuniones callejeras son «la realización de un sueño colectivo» o «una coincidencia a gran escala». Como los rompeanuncios, los integrantes han trasladado el lenguaje y la táctica de los ecologistas radicales a la jungla urbana, exigiendo espacios no comercializados en las ciudades y una naturaleza intacta en el campo y en los mares.

Con este espíritu, la concentración más teatral que organizó el RLC fue la de Londres, a la que concurrieron 10 mil personas que tomaron la M41, una autopista de seis carriles. Dos personas vestidas con complicados trajes de carnaval se colocaron a 30 pies de altura sobre la carretera, sobre unos andamios que cubrían con sus enormes faldas. Los policías que contemplaban la escena no imaginaban que debajo de ellas había jardineros-guerrilleros con perforadoras que cavaban agujeros en el asfalto para plantar árboles jóvenes. Los adeptos del RLC —que eran situacionistas fanáticos— habían logrado expresar su objetivo: «Bajo el cemento... un bosque», en referencia al eslogan del levantamiento estudiantil de París de 1968: «Bajo el empedrado... una playa».

NAOMI KLEIN, 'NO LOGO', 1999

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