dissabte, 8 de maig del 2010

'El último verano de la Boyita': oda al diferente

LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LA BUTACA

por JOAN PAU INAREJOS
 

Nota: 8
El cine está lleno de personajes normales, con los que nos podamos identificar. A menudo esta normalidad está construída laboriosamente, artificiosamente, hasta que saltan a la vista las costuras y los engranajes. Afortunadamente, nada de eso ocurre en 'El último verano de la Boyita', una película pausada y envolvente, de textura intimista y desenfocada, donde el diferente, el tarado, el anómalo, se revela con una desarmante espontaneidad.

Con un montaje naturalista, con inteligentes encuadres y sin apenas diálogos, la argentina Julia Solomonoff nos sitúa en el ruedo idílico de unas vacaciones de verano en el campo, donde la pequeña Jorgelina buscará evadirse de unos padres separados y de una hermana que ya vuela en las menstruales arrogancias de la pubertad. Rehuyendo los tópicos, el campo está aquí trazado con pinceladas veraces: por una parte los campesinos hastiados y enfrascados en sus tareas, y por otra, los visitantes urbanitas que acuden con el único designio de darse un buen chapuzón.

Ambos mundos se encontrarán con la aparición de Mario, un niño taciturno y ceñudo que ejerce abnegadamente su papel de peón agrario, entre caballos y cosechas. Inicialmente impenetrable, Mario irá rompiendo su misteriosa cáscara gracias a la inocencia de Jorgelina, que busca insistentemente un compañero de juego. Y hasta aquí podemos leer, porque esta es una película para verla: para ver cómo la infancia, lejos de tantas imágenes prefabricadas, es un lugar de libertad y de brazos abiertos, donde aún no existen los prejuicios ni las ansias catalogadoras. Una película para ver que el cine se puede atrever a filmar lo extraño sin estridencias, lo turbador con humanidad, lo anormal sin catarsis moralistas ni morbosas.

A buen seguro las experiencias de Jorgelina con el rubio excéntrico no aparecerán en su álbum de vacaciones, ni podrá contarlas en una charla de sobremesa sin que la miren de reojo, porque tienen la materia inefable y escurridiza de los secretos del corazón.

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