divendres, 10 d’octubre del 2014

Songs don't come easy

Lost in translation (2003)
Joan Pau Inarejos
Recorre el dial, pero no hay una sola canción donde pueda reposar. Espera la clásica melodía melancólica, suave como el terciopelo, donde pueda acurrucar su tristeza sin nombre, y no suenan más que tonos machacones mil veces oídos. Podría ir a casa y poner la música exacta que concuerda con su estado de ánimo, pero eso sería forzar las cosas, y, en lugar de eso, espera fantasiosamente que la banda sonora, como la montaña de Mahoma, vaya a él. Ese sí sería un gran avance de la tecnología, piensa mientras va caminando. Una aplicación conectada al cerebro, capaz de hacer sonar las notas que realmente esperas, sin que tú lo sepas. Esas que te hacen mirar al cielo y volar entre los transeúntes. Esas que te hacen sentir más alto, más fuerte o más valiente. Todos los relatos del paraíso están trufados de instrumentos: arpas y cítaras, trompas y flautas, dicen los Salmos. Tiene la vaga teoría, aún no confirmada, de que si encontrásemos la canción precisa, o  mejor dicho, si ella nos encontrase a nosotros, sobrarían todas las palabras. Éstas, esforzadas y toscas, sólo intentan imitar la certidumbre espiritual de la música, su verdad íntima y superior. ¡Qué mal se escribe cuando se escucha buena música!



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