por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7
Hay un tabú que el cine de terror no se había atrevido a cruzar: nuestros abuelos. El mal puede anidar en nuestro vecino normalísimo, en un ligue nocturno mal elegido, incluso en nuestra hija poseída, pero nunca en los adorables padres de nuestros padres. Mientras los progenitores pueden estar rodeados de problemáticas freudianas, un amable cordón sanitario preserva esos seres nevados, lejanos generacionalmente, que nos hacen buñuelos y nos conceden caprichos en la infancia. Los yayos son intocables. No digamos si están enfermos.
De ahí que lo último de M. Night Shyamalan tenga un saludable punto gamberro, incluso inonoclasta, porque se atreve a poner contra las cuerdas, juguetonamente, solamente por el frívolo placer de asustar, el mito sagrado de la Abuelidad. Sin ir más lejos del tráiler, vemos a unos soberbios Deanna Dunagan y Peter McRobbie, francamente inquietantes, como inquilinos de cierta granja remota de Pensilvania, donde verán por primera vez a sus nietos. Madre soltera, padre ausente, carencias afectivas: el caldo de cultivo para que se desaten los demonios. Ya sabemos lo que el cine de terror penaliza a las familias desestructuradas, y al sexto sentido me remito.
Felizmente, Shyamalan se aleja del sermoneo metafísico de ‘La joven del agua’ (buf) y vuelve a lo suyo, al susto de textura realista y guion avispado. De bajo coste y a mucha honra. Aunque ‘El sexto sentido’ sigue siendo su gran obra maestra aislada, ‘La visita’ se aproxima tímidamente a otro de sus grandes logros, ‘El bosque’(2004). Si aquélla descubría los mimbres aterradores de ‘La Caperucita Roja’, ‘The Visit’ se antoja una versión contemporánea, filmada en vivo y en directo, de ‘Hansel y Gretel’, y por ende una revisitación de ese temor atávico de los niños a ser devorados por los mayores. El horno. La bruja. El placer culpable del azúcar, si comes caramelos vendrá el coco... Qué miedo dan los cuentos cuando parecen de verdad: en la reciente y magnífica ‘Babadook’, sólo de pensar que el lobo de los tres cerditos pudiera ser real y bajar por nuestra chimenea ya nos entran sudores fríos.
Sí: ‘La visita’ remueve pesadillas íntimas, manosea nuestros miedos más inverosímiles —parafraseando la cita de Chesterton sobre los milagros, lo más increíble de las pesadillas es que ocurren—, y lo hace sin solemnidad, sin un gramo de afectación, con un sentido del humor casero y negro como la hulla que suele ser inversamente proporcional al presupuesto de la película. Habíamos olvidado que Shyamalan era un maestro poniendo la cámara, fabricando microescenas de tensión, lo bien que compendia a Hitchcock y Spielberg, incluso en cintas tan modestas y faltas de pretensiones como esta, incluso aunque tire de un recurso tan llevado y traído como el metraje encontrado ('REC', 'La bruja de Blair').
Un trasero medio al aire, una cabellera blanca, un puñado de caca, con estos humildes materiales ‘La visita’ nos mantiene con el corazón en un puño y provoca esa oxigenante mezcla de escalofrío y carcajada, esa dichosa sensación de pasarlo fantásticamente mal. Lástima que Shyamalan se porte bien en el epílogo, porque hasta entonces disfrutamos como enanos de su travesura marrana, de su distracción amoral que no conoce barreras sanitarias ni precauciones progresistas. Abuelita, qué dientes más grandes tienes.
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