divendres, 29 de setembre del 2006

Del asceta al capitalista

Para el protestante, "afianzarse en la profesión se considera como un deber para conseguir la seguridad de la propia salvación”

¿Y como estaré seguro de que lo soy? Tales cuestiones relegaban a segundo término toda preocupación terrena. Los elegidos no se distinguen aparentemente en nada, en esta vida, de los condenados, y en éstos son posibles incluso las mismas experiencias que en los elegidos, con la sola excepción de la confianza de la confianza creyente 'finaliter' perdurable. Los elegidos son, pues, como la Iglesia invisible de Dios.

Naturalmente no ocurre lo mismo con los epígonos y sobre todo con la extensa capa de los hombres vulgares. Para éstos, la cuestión de la 'certitudo salutis', la cognoscibilidad del estado de gracia, tenía que alcanzar una importancia primordial, y, en general, así ocurrió en cuantos lugares tuvo vigencia la doctrina de la predestinación, en los que atormentó de continuo la cuestión de si existen indicios seguros que permitan reconocer la pertenencia al grupo de los 'electi' (...).


La advertencia del Apóstol de "afianzarse" en la propia profesión se considera ahora como un deber para conseguir en la lucha diaria la seguridad objetiva de la propia salvación y justificación; en lugar del pecador humilde y abatido al que Lutero otorga la gracia si confía arrepentido en Dios, se cultivan ahora estos 'santos' seguros de sí mismos, que vemos personificados en ciertos hombres de negocios de la era heroica del capitalismo y aún hoy, en ciertos ejemplares aislados. En segundo lugar, como medio principalísimo de conseguir dicha seguridad en sí mismo, se inculcó la necesidad de recurrir al trabajo profesional incesante, único modo de ahuyentar la duda religiosa y de obtener la seguridad del propio estado de gracia.

La razón de que fuera posible considerar de este modo el trabajo profesional, como un medio adecuado para reaccionar contra la angustia religiosa, se apoya en ciertas hondas características del sentir religioso fomentado por las Iglesias reformadas, cuya manifestación más clara (de rotunda oposición al luteranismo) está en la doctrina sobre la naturaleza de la fe justificadora (...).

La más elevada experiencia religiosa a que aspira la piedad luterana es la 'unio mystica' con Dios. Como ya lo indica la palabra (desconocida pra la Iglesia reformada), se trata de un sentimiento sustancial de Dios: el sentimiento de una efectiva penetración de lo divino en el alma creyente, cualitativamente análogo a los efectos de la contemplación en los místicos alemanes y caracterizado por su carácter pasivo, enderezado tan sólo a satisfacer el anhelo de reposar en Dios y su pura afectiva interioridad (...).

En cambio, la religiosidad específicamente reformada estuvo desde un principio en posición francamente adversa (...) contra esta piedad puramente sentimental e interior del luteranismo. El calvinista no admitía una efectiva penetración de lo divino en el alma, por la absoluta tascendencia de Dios sobre lo creado: 'finitum non est capax infiniti'. La comunidad de Dios con sus agraciados sólo podía realizarse y conocerse cuando Dios 'actuaba' (operatur) en ellos, y éstos se daban cuenta de ello (…).

Podemos así señalar las dos formas de toda religiosidad práctica: el hombre puede asegurarse de su estado de gracia sintiéndose o como "recipiente" o como "instrumento" del poder divino. En el primer caso, su vida tendirá a cultivar el sentimiento místico. En el segundo, propenderá al obrar ascético. Lutero se aproxima al primer tipo. El calvinismo pertenece al segundo (...).

Es indudable que el ascetismo cristiano albergó en su seno matices harto diferentes. En Occidente tuvo siempre carácter racional, tanto en la Antigüedad como en la Edad Media. En eso se basa precisamente la significación histórica de la vida monacal en Occidente por oposición al monacato oriental. Este carácter se encuentra ya en la regla de San Benito y en la de los cluniacenses, más todavia en los cistercienses y de modo típico en los jesuitas (...).


Pues bien, este activo dominio de si mismo que era el fin de los exercitia de san Ignacio y de las formas más altas de las virtudes racionales monacales venía a coincidir con la racionalización de la conducta exigida por el puritanismo. En el profundo desprecio con en que en los relatos sobre los interrogatorios de sus mártires se opone la fría y reposada serenidad de sus confesores a la desenfrenada algarabía de los nobles, prelados y funcionarios, resalta la alta estimación del reservado autocontrol que representan aún hoy los mejores tipos del 'gentleman' inglés y angloamericano (...).


En la Edad Media el hombre que por excelencia vivía metódicamente en sentido religioso, era el monje. En conscuencia, el ascetismo, cuanto más integral, más debía apartar del mundo al asceta (...). Primero Lutero y, tomándolo de éste, Calvino, rompieron con esto (...). Sebastián Franck supo ver la médula de esta forma de religiosidad cuando dijo que lo propio de la Reforma estuvo en convertir a cada cristiano en monje por toda su vida. Con esto se pusieron barreras a la huída ascética del mundo, y, a partir de entonces, las naturalezas más seria y apasionadamente interiores que antes habían proporcionado al monacato sus mejores figuras, viéronse obligadas a realizar sus ideales ascéticos 'en' el mundo, en el trabajo profesional.


MAX WEBER, LA ÉTICA PROTESTANTE Y EL ESPÍRITU DEL CAPITALISMO (1903)

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