JOAN PAU INAREJOS
Quejas, gruñidos, refunfuños: “¡joder, vaya toro más feo! ¡parece una oveja!”
La tarde del 10 de junio de 2007, Serafín Marín fue volteado por un toro. Le sangró el brazo. Un susto. “Estaba arriesgando demasiado”, comentaban los asiduos de la Monumental de Barcelona. “Escalofriante voltereta”, narra Ángel González Abad en ‘ABC’. “Unas manoletinas suicidas” –sugiere Paco March en ‘La Vanguardia’- precipitaron la cogida, pero el accidente no evitó al diestro de Montcada i Reixach (1983) acabar la tarde cortando dos orejas, doble trofeo ensangrentado que, para los profanos en el rito, viene a ser, digamos, un notable.
Y es que, a juzgar por el ambiente de la plaza y por los comentarios expertos del día después, las hechuras de Marín con el cuarto toro fueron el único tramo brillante –y a ratos angustiante- de una tarde artística y meteorológicamente gris. “Gran faena de Serafín Marín”, titula Pau Nadal en ‘El País’. Gracias a él “la tarde no resultó un espectáculo infumable”, sentencia González. Lidió con “mimo y temple” (Nadal). March recuerda –¡y con qué jerga tan ininteligible para los que nos asomamos por primera vez!- que “el recibo capotero, la suerte cargada, brazos y cintura toreando a compás ya presagiaron algo bueno”. El capote revoloteaba, Marín se arrimaba temerariamente, el público vibraba con un rosario de olés y la banda ponía el oportuno y eufórico barniz musical.
El catalán, “esperanza blanca en tiempos convulsos” (March) fue ovacionado y “sacado a hombros”, y fue el único que se llevó aplausos durante las dos horas largas de espectáculo. Ante las otras actuaciones, González cuenta que “el público, santo, hasta se enfadó”: y atestiguo que es verdad. Un señor de bigote blanco gritaba con insistencia desde su localidad: “¡Nosotros pagamos, tú cobras!”. Un hombre de mediana edad, más discreto, murmuraba quejosamente sobre la calidad del ganado: “Joder, vaya toro más feo. Vaya toro más feo, hostia. ¡Parece una oveja!”. “Esto no se puede hacer en una plaza de primera categoría”. “¡Que se escapa el conejo!”, escupía otro sarcástico.
¡Qué exigencia estética, la de los taurófilos! Quién se lo diría a tantos que imaginan las corridas como morbosos festines de sangre. Este público implacable incluso reclama profesionalidad a los desconcertados animales. Se oyeron abucheos cuando un pobre morlaco quedó encallado en la arena por la cornamenta. Murmullos de decepción cuando un toro -¿quizá demasiado gordo? ¿viejo? ¿culpa del ganadero?- embestía en falso y derrapaba. Quejas, rezongos, gruñidos, refunfuños. “Los chicos no tienen la culpa, están motivados, pero es que con este género no se puede hacer nada…”.
“Faltó el respeto de los organizadores, y hasta el de la autoridad que permitió que aquel destartalado conjunto de toros”, truena González desde ‘ABC’. “El lote fue de lo más esaborío que imaginarse pueda” clama March. El crítico ejercitado habla de “novillejos mal alimentados” e incluso –ojo, que esto es serio- de “antitoros”. “Un desesperante abuso” (González). Escándalo Monumental.
Al final, los lamentos pararon en seco y resonó una orden siniestra: “¡Mátalo! ¡Mátalo ya!”. Grito seco que parecía decir: “no nos gusta la tortura agónica; no hay que empecinarse con una bestia tosca que no da más de sí; si no lo haces bien, si no brillas, si no toreas como es debido, novato, remata la faena y vete”. Si a algo se parece una corrida es a un tribunal aristocrático, no a un linchamiento público. No les altera un toro respondón, sino una banderilla mal clavada. Hay que matar bien: he aquí la oscura ética que palpita dentro de los muros de la plaza.
JOAN PAU INAREJOS, junio 2007
foto: Serafín Marín en la Monumental de Barcelona
MANUEL DELGADO:
El torero dessagnat
DIBUJOS SOBRE TOROS
Sempre magnífic Pau. Somos romanos. 'Antitoro' eh.
ResponEliminamorgar