dijous, 21 de gener del 2010

TRES DIÁLOGOS





El trasplante




JOAN PAU INAREJOS, JULIO 2003



Un paciente acude a la consulta. Con expresión grave, se sienta delante de su cardiólogo. Ambos se miran fijamente.




Médico: (ojeando los papeles) La operación será el viernes. A las siete de la tarde los cirujanos...



Paciente: (quitándose el sudor de la frente) Doctor, escúcheme...



Médico: Le escucho.



Paciente: Verá, yo creo modestamente que debe de haber alguna otra forma de... No sé, ¿es imprescindible trasplantar?



Médico: Sabe perfectamente que sí.



Paciente: Pero ya me abrieron una vez.



Médico: Así es. En aquella ocasión intentamos respetar el órgano y extirpar sólo las partes dañadas.



Paciente: ¿Y?



Médico: Nada que hacer. Sus últimas jugarretas en el trabajo han extendido las células de cinismo por los ventrílocuos, y las radiografía muestran que las recientes venganzas familiares multiplican el rencor a un ritmo alarmante.



Paciente: Pero, ¿y mi vida sentimental? Oiga, llevo siete meses felizmente casado con una mujer que me quiere (cosa que hasta entonces sólo se podía decir de mi abuela).



Médico: Por lo que sé le ha puesto los cuernos seis veces y nunca la lleva a bailar.



Paciente: No es asunto suyo. Me niego a que un puñado de cirujanos cambien mi estructura emocional como un calcetín.



Médico: Demasiado tarde para reflexionar, ¿no cree? Usted ya ha embrutecido demasiado al género humano.



Paciente: Esto es inmoral.



Médico: No, lo inmoral es su comportamiento. ¿Qué hay de esos impuestos que no ha pagado? Por no hablar de la anciana a lo que no cedió el asiento en el autobús hará cosa de un mes. ¿Qué dice a eso?



Paciente: Yo tenía un esguince en la pierna, y esa mujer venía de hacer footing. Pero, ¿por qué le doy explicaciones? Usted no es mi padre ni mi párroco.



Médico: Mire, nuestro cátalogo. Tiene que marcar con una cruz el que quiere que sea su nuevo corazón. Como podrá ver lo hemos organizado en distintas áreas: misioneros difuntos, santos difuntos, ciudadanos del año difuntos, maridos modélicos difuntos, en fin, benefactores, guías espirituales, filántropos, etcétera. El corazón de Gandhi se lo llevaron la semana pasada, pero aún nos queda el de la Madre Teresa y, si mal no recuerdo, también el de Luther King.



Paciente: ¡Me obligan a elegir contra mi voluntad!



Médico: Vaya usted pensando. Tenemos que sacar el corazón del congelador un día antes.



Paciente: Pero, ¿por qué?



Médico: Porque en caso contrario no le da tiempo de ablandarse para bombear otra vez.



Paciente: No. Me refería a por qué, ¿por qué todo esto? Mi corazón es mío, y a usted no le importa lo más mínimo como sea mi conducta.



Médico: Si le preocupa su matrimonio sepa que ya nos hemos puesto en contacto con otra señora recién operada cuya ficha de afectos encaja a la perfección con usted.



Paciente: Doctor, pare el carro. Le voy a ser sincero: mi matrimonio me da igual. Me casé porque me aburría. Pero ni siquiera quiero ser buena persona, no sé cómo explicárselo. Nunca he soñado con ello.



Médico: Esto no cambia las cosas.



Paciente: Entiéndame. Yo disfruto obrando incorrectamente de vez en cuando. Ni me imagino el día en el que no pueda saltarme los semáforos, colarme en el metro, poner la zancadilla, escupir en el suelo, matar moscas. ¿No mata usted moscas, doctor?



Médico: Bueno, estamos hablando de usted.



Paciente: Lo hace, ¿verdad? Y seguro que también deja chicles pegados en las butacas del cine. ¿Me equivoco?



Médico: Me está haciendo perder el tiempo. No se escapará del quirófano, amigo. Y menos con tan bajas artimañas.



Paciente: (se levanta) Míreme la cara, doctor. ¿Es que hay alguien perfecto? ¿Conoce a usted a alguno? ¡Preséntemelo, por el amor de Dios!



Médico: No me saque de mis casillas. Vuelva el viernes y deje de quejarse como un vieja. Está usted muy grave, ¡convénzase, diablos!



Paciente: (silencio) Usted cree que soy una mala persona. Disculpe pero no me parece un criterio muy científico.



Médico: (irritado) No lo digo yo sólo. El diagnóstico es de todo el equipo de cardiólogos. Su historial habla por sí mismo.



Paciente: ¿Habla por sí mismo? Vamos. Está de broma.



Médico: El hombre que tiene delante, vulgar empleaducho, estudió dos carreras en Boston.



Paciente: No me venga con esas. Yo era el primero de mi clase en educación física.



Médico: Esta conversación ha terminado. Tengo más paciente que atender.



Paciente: Ni lo sueñe, doctor, usted y yo aún no hemos terminado. Vamos a aclarar ahora mismo este asunto. Tal como sospechaba, usted también escupe en el suelo, pisa el césped y no paga los impuestos. Pero yo tengo que pasar por el quirófano, ¿sí? Yo necesito otro corazón...



Médico: (nervioso) Ya le he dicho que...



Paciente: (enrojecido) ¡Estoy hablando yo! Dígame, doctor, ¿cuándo ganan por cada una de esas operaciones?



Médico: Esta situación...



Paciente: Nos hacen creer que son los paladines de la moral cuando no son más que mafiosos rateros, ¿verdad?



Médico: Está usted perdiendo los papeles, aquí no...



Paciente: ¡Silencio! (coge al médico del cuello de la camisa) ¿Cree que soy una mala persona, eh? ¿Lo cree de veras?



Médico: (toca una tecla del teléfono) ¡Seguridad! ¡Un paciente descontrolado!



Al paciente se le agarrotan los brazos y cae al suelo estrepitosamente. Cuando entran los vigilantes se lo encuentran tendido.



Médico: Déjenme pasar. Vamos (se acerca al paciente y le toma el pulso)



Vigilante: ¿Ha muerto, doctor?



Médico: Bingo. De un ataque al corazón. ·





Final de fiesta



JOAN PAU INAREJOS, NOVIEMBRE 2002



Dios el Alma y el Cosmos están en la Discoteca
Siglo XX.



Dios: Mirad, tíos... yo me abro.



Alma: ¿Cómo te vas? Si esto acaba de empezar...



Dios: Esos rapados me han mirado mal... No me mola nada.



Cosmos: Vaya mierda.



Alma: Dios tiene razón. Yo tampoco me siento muy valorada aquí.



Cosmos: ¡Joder, nos hemos gastado una pasta gansa!



Alma: Porque no has oído lo que han dicho de ti.



Cosmos: ¿De mí? ¿Qué han dicho?



Alma: Que no existes como totalidad y que sólo eres un conglomerado de percepciones.



Cosmos: ¡Me cago en la puta! ¿Dónde están esos cabrones?



Dios: Calmaos, chicos. Lo que hay que hacer es irse y pasar de todo.



Cosmos: ¿Pasar de todo? Como los pille...



Alma: Si por lo menos la música estuviera bien...



Pasa por delante un grupo de existencialistas.



Cosmos: ¿Quién es esa gente?



Alma: No sé. Están hablando con Dios.



Cosmos: Mira, ya se van.



Alma: Oye, ¿qué te han dicho esos?



Dios: Déjalo, tía.



Alma: ¿Por qué? ¿Qué es lo que te han dicho?



Dios: Que soy una construcción cultural que impide la liberación del hombre.



Cosmos: ¿Y te quedas igual? ¡Tú eres imbécil!



Dios: ¡No te pases, chaval! ¡Te recuerdo que te he creado!



Cosmos: Ya está con lo de la creación... Y yo te incluyo a ti, ¡no te jode!



Dios: Ni lo sueñes. Ahora soy panteísta.



Alma: Bueno, ¿nos vamos o no nos vamos?



Dios: Yo que sé... A mí esto me da mal rollo.



Cosmos: Por cierto, un tal Nietzsche dice que has muerto.



Dios: Ya está buscando guerra...



Alma: Es verdad. Yo lo he oído.



Dios: Tú te callas.



Alma: ¡Se pone chulo! Ya me llamarás cuando quieras que me fusione contigo...



Dios: A ti te va resucitar tu padre.



Cosmos: Joder...



Alma: ¿Sabéis que os digo? Yo me quedo. Vosotros haced lo que os dé la gana, pero yo no me he puesto el rímel para nada.



Dios: Eso, a ver si ligas. El disc jockey, ese tal Freud, va diciendo por ahí que no eres más que un conjunto inconsciente de pulsiones eróticas.



Cosmos: ¿Y eso qué significa?



Dios: Que es una tía fácil.



Alma: Que os den.



Cosmos: ¡Oye, mona, que yo no te he dicho nada!



Alma: Las matas callando. Con esa cara de "eh, soy infinito y etéreo, a mí no me pises", eres igual que todos.



Dios: Déjala, a mí me dijo lo mismo. Si no es la neurosis es la regla. Va de inmortal.



Cosmos: No dés sermones. Fuiste tí quien quiso venir a este antro.



Dios: Encima que te defiendo.



Cosmos: Mira, Dios. El alma se ha sido. ¿Qué hacemos? Mira que te lo decía: este sitio será agnóstico, crítico y materialista, y tú que hay que ir erre que erre. La próxima vez... ¿Dios? ¿Dios? ·





Nietzsche, 1900




JOAN PAU INAREJOS, NOVIEMBRE 2002



Nietzsche: Pero usted es…



Dios: Sí, sí. Pase, por favor.



Nietzsche: No lo puedo creer… ¡yo lo daba por muerto!



Dios: Pues ya me ve. Ahora escúcheme.



Nietzsche: En fin. No sé qué decir.



Dios:
Si no le importa, ahí fuera hay una cola de personas esperando para entrar. ¿Puedo hablar o no?



Nietzsche:
Qué mal genio.



Dios: Habló la Madre Teresa.



Nietzsche: Bah.



Dios: Mire: le voy a ser sincero. Nos ha costado meses de negociaciones traerle aquí. Incluso tuvimos que alargar esa enfermedad degenerativa más de lo normal…



Nietzsche: Sí. Muchas gracias.



Dios: La cuestión es que si usted nos lo pone difícil, la competencia tendrá vía libre…



Nietzsche: ¿La competencia?



Dios: Sí, los de abajo. El infierno. Hacen muy buen marketing en la Tierra, pero en fin… tienen peores instalaciones, etcétera.



Nietzsche: ¿Y para qué me quieren aquí? Yo creía que esto se hacía con un juicio, las buenas y las malas obras, ya sabe…



Dios se empieza a reír escandalosamente.



Dios: (se seca las lágrimas de la risa) ¿Obras buenas y malas? ¿Pero qué cree que es esto, un observatorio ético?



Nietzsche: Pues vaya decepción.



Dios: Permítame: según sé usted no creía en nada de esto hasta hace bien poco.



Nietzsche: Veo que lo sabe todo.



Dios:
Por supuesto. Tengo un gran equipo de documentalistas.



Nietzsche: ¿Volvemos al tema?



Dios: Sí, sí, claro. ¿Fuma?



Nietzsche: No, gracias. Una vez lo probé y se me chamuscaron los bigotes.



Dios: ¿Verdad que no le molesta el humo?



Nietzsche: Descuide.



Dios: Estamos muy interesados en usted. Verá, esa idea suya… el supermacho, ¿verdad?



Nietzsche: Superhombre.



Dios: Eso, eso. No me ponga esa cara: ¿usted no se equivoca nunca?



Nietzsche: Adelante.



Dios: Nos interesa mucho el proyecto superhombre para relanzar nuestra empresa. Verá, ¿para qué nos vamos a engañar? Los de abajo tienen una oferta mucho más jugosa: números de striptease, drogas de diseño, camas redondas… Y aquí los consumidores se aburren.



Nietzsche: ¿Se aburren?



Dios: Nubes y cielo toda la eternidad… ¡Comprenda!



Nietzsche: Ya.



Dios: ¡Por eso tenemos que apostar por la publicidad! La gente está harta de esos anuncios horteras. ¡Pero imagine! ¡Imagine lo que podríamos conseguir con otra campaña, totalmente distinta!



Nietzsche: ¿Quiere que le haga una campaña?



Dios: Usted sabe de qué le hablo: “Entre al paraíso y le daremos voluntad de poder con garantía indefinida”, “Sienta el impulso vital del Reino de los Cielos”, “Venga al cielo y le convertiremos en superhombre”. En fin, usted es el artista, pero me va siguiendo, ¿no?



Nietzsche: Más o menos.



Dios: Créame: usted es un diamante en bruto y nosotros lo podemos pulir si nos deja.



Nietzsche: Menos poesía. Aún no hemos hablado del sueldo.



Dios: ¿El sueldo? ¿Va a trabajar con Dios y se me pone sindicalista?



Nietzsche: ¡Pero iría contra mis principios!



Dios: Escuche, señor Feliciano…



Nietzsche: Federico.



Dios: Como se llame. Usted ha dejado los principios en la puerta, ¿entiende lo que le digo? ¡Esto es una multinacional, por mi amor!



Nietzsche: No lo veo claro. Me niego.



Dios: ¿Se niega? Qué interesante. Le recuerdo que con un chasquido de dedos lo puedo enviar al trullo.



Nietzsche: ¿Cómo?



Dios: Veamos: antecedentes de ateo radical, nihilista, alemán…



Nietzsche: ¡Alemán! ¿Desde cuándo es un crimen ser alemán?



Dios: Amigo, por si no lo sabía aquí somos judíos. A ver, ¿de dónde eran Abraham y Jesucristo?



Nietzsche: No me tome por imbécil. He ido a la universidad.



Dios: No era mi intención. Usted difundió que yo había muerto, dijo que los cristianos eran esclavos resentidos, e incluso, lo tengo por aquí apuntado..., ahá: aseguró que "la fe es una enfermedad". ¿Quiere que siga?



Nietzsche: No hace falta.



Dios: Mire: a mí toda esta mierda me da igual. Pero si se enteran los de arriba, ya sabe…



Nietzsche: ¿Los de arriba? ¿Usted no es todopoderoso?



Dios: Vaya, veo que tengo buena reputación… Bueno, no quiero perder más tiempo. O firma o cadena perpetua. Y le advierto: aquí es perpetua de verdad.



Nietzsche: Comprendo.



Dios: ¿Entonces? Aprisa, por favor, necesito ir al lavabo.



Nietzsche: ¿Cadena perpetua? ¿Y por qué no pena de muerte?



Dios: Muy gracioso. ¿Se decide?



Nietzsche: En fin. Por lo visto no tengo más remedio.



Dios: ¡Sabía que lo entendería! Ese es el superhombre que yo quiero. Entre usted y yo, me encantan los alemanes. De joven fui a Munich, maravillosa. Tome, firme aquí y abajo, por favor.



Nietzsche: Esto me duele mucho… Si no firmo condeno mi libertad, pero si firmo me aboco a una vida inauténtica.



Dios: Filósofos.



Nietzsche: Ahí tiene la firma. ¿Cuándo empiezo?



Dios: Ah, sí. Venga usted el lunes y pregunte por María.



Nietzsche: ¿María?



Dios: Mi madre. La he colocado de jefa de personal porque se aburría en casa. La menopausia y esas cosas. Si no hay nada más… Encantado de haber hablado con usted.



Nietzsche: Sólo una curiosidad. ¿Y los otros dos? ¿Qué hay de la trinidad?



Dios: De vacaciones en Cuba. ¿Qué le parece? Y yo aquí haciendo horas. ¡Uf! Me voy pitando al lavabo… ·



JOAN PAU INAREJOS, 2002

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