dilluns, 19 d’abril del 2010

'Cinco minutos de gloria': el hombre contra el hombre


LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LA BUTACA

por JOAN PAU INAREJOS
 

Nota: 6,5
Ni discursos, ni tramas chispeantes, ni dramas encendidos: esta película no ambiciona ninguna gran puesta en escena sobre el doloroso conflicto del Ulster, sino que pone la lupa sobre el sordo rencor y remordimiento entre dos hombres concretos, puestos frente a frente tras un crimen fundacional.

El director Oliver Hirschbiegel nos conduce con elegante realismo por las bambalinas del asesinato, desde los temblores juveniles del joven comando armado hasta los brutales disparos a través del cristal, pasando por la desesperante tensión de los controles militares y de cierto niño que se dedica a chutar la pelota contra la pared hasta conseguir su récord, así anochezca.

Pasadas las décadas, el asesino intentará reconciliarse con el hermano de su víctima bajo el palio de un reality show supuestamente bienintencionado (buen dardo a la televisión y a la política-espectáculo), y a partir de ahí se desatarán los oscuros fantasmas interiores. ¿Cómo perdonar al criminal? ¿Cómo mirar a los ojos al hombre del pasamontañas? ¿Cómo pasar página sin traicionar a los muertos? Interrogantes de penosa proximidad en la España castigada por el terrorismo etarra, y que aquí encarna magníficamente el actor norirlandés James Nesbitt, en su papel de hermano huérfano por el dolor y los reproches maternos, de alma mutilada y neuróticos cigarros entre los dedos.

Liam Nesson pone el contrapunto: en una estampa infrecuente, aquí el verdugo es el hombre cabal y arrepentido, el que anda con prestancia y alza la bandera de la virtud para reparar el daño cometido, frente a un Nesbitt animalizado por el rencor, que no duda en buscar el escenario propicio para la venganza (para sus "cinco minutos de gloria"), a puñetazo limpio y a grito pelado, dispuesto a morir matando si es preciso para liberarse de su enfermedad de odio.

A 'Cinco minutos de gloria' le sobran monólogos redundantes (donde las andanzas físicas de las personajes hablarían por si mismas), y el relato del reencuentro discurre con meandros tediosos y resecos, sin mantener nunca la tensión y la garra conseguida en la escena del pecado original. Quizá no es una gran película, pero, en su fealdad de colores terrosos, se atreve a cerrar el foco para filmar simplemente la guerra cainita del hombre contra el hombre, una guerra subterránea, de antigüedad bíblica, que no figura en los libros de historia ni en las actas políticas. Francisco de Goya lo comprendió lúcidamente cuando pintó a dos hombres moliéndose a palos en medio de un descampado.



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