Joan Pau Inarejos
Esta primavera ha dejado una imagen poco habitual en mi ciudad. La montaña de Sant Ramon, mirador del delta del Llobregat de silueta por lo común discreta, ha amanecido vestida de amarillo. Un amarillo intenso y exótico. Toda una vertiente del monte ha quedado completamente alfombrada de retama, y aunque personalmente prefiero otros perfumes al de la ginesta que cantaba Joan Maragall –“és la meva enamorada / que ve al temps de la calor”-, esta floración sobrevenida no ha dejado de despertarme el instinto fotográfico.
Está claro que los paisajes han aprovechado las generosas lluvias de este año para ensayar nuevos ropajes. Sin llegar a la provocación de los fauvistas, que pintaban montañas rosas o fucsias en sus lienzos, la naturaleza parece reivindicar de vez en cuando sus habilidades artísticas, su facultad para asombrar. Por estas latitudes más bien secas y rutinarias, la flor y la nieve son recibidas como el americano de Berlanga, con el asombro agradecido de los empadronados en el pueblo llano. Si la montaña hablase, diría: miradme ahora, visitadme mientras podéis, porque es mi tiempo propicio.
Y eso he hecho. Con la ermita en el horizonte, encaramada sobre sus faldones amarillos, me he colado en la calurosa competición de las flores. La genista reina sobre todas, desde luego. Ella es quien transfigura los modestos caminos en rutas doradas y frondosas. Por ahí asoman también los tonos violáceos del cardo, la exhibición tropical y sandunguera de la higuera chumba o la flor de la zarza, con su rara serenidad blanca. Ni el mejor narrador sabría hacer estas transiciones de lo escarpado a lo delicado, de las espinas a la sedosidad del pétalo.
Me detengo ante la charca de los pájaros. Nuestro poeta ha cambiado el cartel y al parecer sigue innovando con la morfosintaxis. Donde decía “Porfavor no rompais la poza, es para beber los pajaros”, ahora se lee “Porfabor noronpais la poza, esparaveber (sic) los pajaros”. Tal vez es un guiño al esparver, el nombre catalán del gavilán, aunque más bien parece una escalada de hostilidad imparable contra las normas del lenguaje. Un kamizaze de la Academia anda suelto y no sabemos qué sintagma inocente será su próximo objetivo.
En las aguas de la poza bullen diminutos renacuajos, mientras las golondrinas revolotean con sus cuerpos de flecha. Sobre una construcción de piedra, una pintada parafrasea el pop español celebrando "el mundo genial de las cosas que dices". Los infinitos detalles del mundo tienen su minuto de gloria en este momento del año, cuando el frío deja de llevarnos cabizbajos por todas partes. Cuando andamos sin ver nada y sin sospechar qué colores nos aguardan mañana.
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