Joan Pau Inarejos
Los príncipes azules están en horas bajas. No sólo les silban en la calle cuando van a los actos oficiales, sino que incluso les marginan en su potestad más emblemática, los cuentos de hadas. Ya no hay ninguna duda después de ver el último anuncio de Disneyland Paris.
En este anuncio, mucho menos imparcial de lo que parece, una niña acude al reino de la fantasía vestida de princesa. Hasta aquí todo previsible: se trata de seducir al público potencial del parque, y que éstos a su vez convenzan a los padres para desenfundar la tarjeta de crédito. La reina de la casa llega al lugar de sus sueños, y aquí llega la sorpresa para cualquier observador atento: no salen a su encuentro el doncel cantarín de Blancanieves, ni tampoco el apuesto joven que se batía el cobre por la Bella Durmiente. Ni siquiera el sapo dispuesto al oportuno beso redentor. Los anfitriones de la tierna visitante son dos bestias pertrechadas con cuernos y colmillos.
A un lado de la imagen aparece la Bestia por antonomasia, la peluda coprotagonista de 'La Bella y la Bestia'. Al otro, el azulado y bracilargo Sullivan, que trabaja intimidando a menores en 'Monstruos, S.A.'. La escena de galanteo no admite dudas: ambos ofrecen su mano para entrar con la niña en fiero y desigual baile, mientras ella les contempla como si fueran dos escaparates de golosinas.
Desde luego que caben varias interpretaciones, y sobre alegorías no hay nada escrito. Por ejemplo, Disney te da a elegir entre la animación tradicional y la digital. ¿Qué prefieres, la bestia clásica o la pixelada? ¿El cuento decimonónico o la modernidad de la Pixar? Aquí lo tenemos todo, compra en el gran supermercado de Mickey Mouse.
También podría verse como un alegato franciscano de la domesticación de las fieras: no es tan fiero el lobo como lo pintan. Tus mayores temores salen a tu encuentro con una sonrisa. Los terapeutas del sueño recomiendan que nos volvamos hacia el perseguidor de nuestras pesadillas y le tendamos una mano amiga. Las películas infantiles de donde proceden los personajes inciden en el mismo mensaje pedagógico: la bestia se humaniza, el monstruo del armario se rehabilita y deja de asustar niños.
Y sin embargo, la imagen no es nada tranquilizadora en los tiempos que corren. Telediario tras telediario, los políticos repiten que sólo se puede optar entre el mal y la catástrofe. Vemos cómo se suceden los mismos estragos con distintos colores partidistas y el héroe del caballo blanco ha desaparecido cuando más le necesitábamos. Es duro escribirlo, pero la conclusión está clara, más allá de los algodones rosas y las sonrisas candorosas. A las nuevas generaciones se les obliga a elegir entre dos monstruos.
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