Nota: 8,5
Hasta hace poco, las cejas arqueadas de Mr. Spock remitían a tiempos pasados y a momentos de parodia de sobremesa. Muchos vieron en el porte hierático de este ser alienígena la caricatura perfecta de Juan José Ibarretxe, y hasta el propio lehendakari acabó abrazando a su doble vulcaniano en el calor de una campaña electoral. Cachondeo y confeti. Hoy las cosas han cambiado. El inquilino de Euskalprise ya no está en la nave, ni tiene pelo para el gag, mientras Spock ha resucitado con facciones del siglo XXI.
El autor de este milagro galáctico es Jeffrey Jacob Abrams, el todopoderoso rey Midas televisivo ('Lost') que parece empeñado en convertir en espectáculo de calidad todo lo que toca. La jugada es maestra: recuperar una iconografía de culto -Star Trek- y llevarla al ágora del gran público con el ADN del mejor Spielberg. Lo que se antojaba decadente o freaky, voilà, es hoy una de las mejores sagas de la ciencia-ficción de Hollywood. Sólo Abrams, experto cartógrafo de los procelosos viajes en el espacio-tiempo, podría haber parido algo tan moderno y a la vez tan irresistiblemente vintage. ¡Spock is cool!
Quizá los trekkies sientan una justa sensación de expolio, el caso es que por aquí seguimos encantados con la gozosa ¿herejía? que Abrams emprendió en 2009 y que ahora remata para nuestro éxtasis palomitero. Gracias a los dioses, su segunda entrega ofrece más de lo mismo: espectáculo grandioso, brío narrativo, gestión astuta del suspense, guion bruñido como el acero y personajes creíbles insuflando verdad y emoción al relato. Salvando las pictóricas distancias, Abrams consigue algo parecido a lo que El Greco, Rembrandt o Velázquez en sus lienzos: que cada personaje tenga su fisonomía y su psicología en medio de la multitud. Individuos concretos, almas recortadas en el paisaje.
El nuevo 'Star Trek' es tanto o tan poco como puro suministro de placer cinematográfico. Sus 15 primeros y maravillosos minutos descargan humor y adrenalina como sólo sabía hacerlo Indiana Jones cuando huía de las tribus enemigas. Lástima que Chris Pine no esté a la altura de Harrison Ford y su media sonrisa canalla. A este humano quiero-y-no-puedo se lo come con patatas ese grandísimo extraterrestre llamado Zachary Quinto. Fíjense en el silencioso heredero de las cejas arqueadas, porque está pidiendo un Óscar a gritos.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada