Frente a las propuestas existencialistas, no acepta Frankl que la Autorrealización sea el valor supremo, ni el fin último de la existencia humana. En realidad, la realización de la persona no es meta sino consecuencia: “el hombre, en último término, puede realizarse sólo en la medida en que logra la plenitud de un sentido en el mundo”. Y es que para Frankl, el dinamismo esencial de la persona, su fuerza primaria, es la voluntad de sentido.
Con la expresión ‘voluntad de sentido’ está Frankl posicionándose explícitamente frente a la voluntad de poder (de Nietzsche o de Adler) y a la voluntad de placer (el principio de placer de Freud) como motores últimos del comportamiento humano. Si la persona busca directamente su realización, está llamada al fracaso. La vida humana no consiste en realizar meras posibilidades en tanto que posibilidades, sino en realizar posibilidades en cuanto valiosas.
“Lo que el ser humano quiere realmente no es la felicidad en sí, sino un fundamento para ser feliz”. La felicidad, igual que el placer, son esquivos si se procuran por sí mismos, dando lugar a diversas neurosis. Cuanto más se procura el placer más se diluye. La clave de la felicidad está, por tanto, en no buscarla por sí, en no buscarse a sí como meta, sino en vivir hacia algo o alguien con olvido de sí. La vida sólo se vuelve sobre sí cuando ha fracasado la búsqueda de sentido.
En conclusión: el dinamismo más profundo del ser humano no es el placer, ni el poder, ni la felicidad, sino el deseo de sentido. El deseo de placer y el deseo de poder como fin existencial sólo se imponen cuando se ha frustrado el deseo de sentido. Y ese deseo implica no sólo abrirse al encuentro de sentido, sino abrirse también al encuentro de aquel con quien vivir ese sentido.
Xosé Manuel DOMÍNGUEZ PRIETO hablando sobre la psicología humanista de Viktor FRANKL, en 'Personalismo terapéutico', 74 (2005)
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