CARLES GUERRA
“Con la Guerra Civil, el reloj se detuvo y Barcelona quedó asociada a una modernidad a destiempo, ambigua y contradictoria, cercana a Viena”
Barcelona quería ser París. Las pinturas de Picasso lo prueban. La atmósfera de Els Quatre Gats y la del Moulin de la Galette se hace indiscernible. Los mismos tonos, la misma densidad existencial. La diferencia sólo se ve en las carteras. Pero la realidad no alcanzaba a ser simétrica. Si bien Els Quatre Gats se inspiraba eb Le Chat Noir, el Molino del Paralelo en el Moulin de la Galette y Montjuïc se contemplaba como trasunto de Montmartre, Barcelona quedó lejos de convertirse en una capital europea. Ya entonces tuvo que conformarse con una versión ‘low cost’.
La ansiedad por alcanzar la modernidad es lo que, a fin de cuentas, hará de Barcelona una ciudad moderna. Igual que en el argumento de una película de suspense, la exposición [‘Barcelona and Modernity’, Nueva York] empieza con falsas impresiones y acaba trágicamente. La primera sala es un homenaje a París –ciudad en la que Barcelona se refleja una y otra vez- y la úlima, que contiene obras muy representativas de las vanguardias, marca el corte dramático que supuso la Guerra Civil.
La conclusión es que Catalunya, con su capital al frente, fue apartada de su destino histórico. El reloj se detuvo y Barcelona quedó asociada a una modernidad a destiempo, ambigua y contradictoria. En este punto Barcelona está más cerca de Viena que de París. Lo consecuente, entonces, sería sentarla en el diván.
“La Sagrada Familia expía los pecados del progreso; el pabellón de Mies van der Rohe y el de Sert son como fantasmas que flotan en el tiempo, destruidos, recuperados y reconstruidos”
Pero no. Las contradicciones se acumulan y Barcelona se aletarga en las curvas de su propio sueño. El templo de la Sagrada Familia es una obra dedicada a expiar los pecados del progreso (hoy, incluso, marca comercial de la ciudad, por dos veces reproducida a tamaño gigantesco en la exposición); el pabellón de Mies van der Rohe para la exposición de 1929 y el de Sert para la República Española en la exposición de París de 1937, hitos destacados en la secuencia de la muestra, son como fantasmas que flotan en el tiempo (destruidos, recuperados y reconstruidos a posteriori, sólo se inscriben en la memoria de lo que fue posible); Barcelona tan pronto es capital de un país con aspiraciones nacionalistas como sujeto estético y autónomo (desde la guerra en la antigua Yugoslavia los americanos asocian nacionalismo con separatismo y terrorismo).
En resumen, la narrativa expositiva lleva derecho a la idea de que Barcelona se vende mejor que Catalunya. La identidad estética y urbana es menos dañina que la nacional. Un argumento frente al cual la crítica de arte está desarmada. Como decía el crítico de ‘The New York Times’, “too many Picassos”. Sólo faltaba que Woody Allen incluyera a Sclarlett Johansson en la próxima película que rodará en Barcelona. Su rostro será como la última capa, confundida con esas jóvenes marmóreas de ojos cerrados, boca entreabierta y cabeza ladeada, la síntesis más real de una Barcelona ensimismada y que sueña despierta como en los bustos femeninos de Miquel Blay, arquetipo modernista.
CARLES GUERRA, “EL SUEÑO DE BARCELONA”, EN EL SUPLEMENTO ‘CULTURAS’ DE ‘LA VANGUARDIA’, 11/4/2007
Me gustó todo lo que haces, tus dibujos, tus relatos, tus fotos.. Tu.. Eres mi nuevo amor platonico! jijijij
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