dimarts, 17 d’abril del 2007

¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘TEORÍA DE LA INTELIGENCIA CREADORA’

“Al principio la pregunta ¿qué es esto? queda contestada con el nombre de la cosa; más adelante habrá que dar más explicaciones, porque el niño espera más”

Al hombre le sucede lo mismo que al niño, que cada vez es más exigente a la hora de aceptar una respuesta. Repite una y otra vez las mismas preguntas -¿qué es esto?, ¿por qué es como es?, ¿qué hace?, ¿por qué hace lo que hace?-, pero no siempre le valen las mismas respuestas. Según Brandenburg y Boyd, los niños, entre los cuatro y los ocho años, formulan un promedio de treinta y tres preguntas por hora, con lo que la inteligencia familiar queda debidamente estimulada y torturada.

Lo que resulta más interesante es que una misma pregunta no significa lo mismo en los diversos momentos de su vida. Hay una etapa en que la pregunta ¿qué es esto? queda contestada con el nombre de la cosa. Más adelante habrá que dar más explicaciones, porque el niño espera más, necesita más, y cuando el niño sea un científico, volverá a hacer las mismas preguntas y sólo habrá cambiado el hueco que ha de ser llenado por la respuesta, que se habrá hecho cada vez más grande.

“La interrogación es la fundamental forma ‘a priori’ de la inteligencia, que nos permite ordenar el caos de las sensaciones”

En llamar la atención sobre el preguntar y su eficacia, el fantástico don Nepomuceno de Cárdenas fue un adelantado. Ésta es una de las razones de mi interés por él. Escribió un ‘Tratado general de las preguntas’, en cuyo proemio sostiene con gran énfasis que la más alta actividad de la inteligencia es preguntar:

“Cuando mi maestro, el ilustre Inmanuel Kant, escribió en el prólogo de su primera ‘Crítica’ que los experimentos son preguntas que el científico dirige a la Naturaleza, aun acertando en lo principal, redujo la importancia del asunto, pues no es el juicio la actividad fundamental del entendimiento, sino la interrogación. Ésta es la fundamental forma ‘a priori’ de la humana inteligencia, que nos permite ordenar el caos de las sensaciones, porque la Naturaleza, que es recóndita y esquiva pero atenta, se muestra respondiendo no sólo a nuestros experimentos sino además a todas nuestras preguntas” (…).

Otro de los atractivos que para mí tiene este increíble personaje, que leía a Leibniz, Rousseau y Kant en la manigua, mientras escuchaba las músicas de Mozart, tocadas por una orquesta de criados negros, agobiados bajo los ropones de etiqueta y las pelucas empolvadas, es que escribió este tratado pensando en los esclavos de su propiedad, a los que pretendía educar de sopetón, como a la estatua, y con los que intentó reproducir las más animadas situaciones de los diálogos platónicos.

JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘TEORÍA DE LA INTELIGENCIA CREADORA’, 1993




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