JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘TEORÍA DE LA INTELIGENCIA CREADORA’
“El caos bullente de la experiencia va haciéndose familiar al descubrir que la madre posee los nombres que identifican las cosas”
Mediante el lenguaje, la madre enseña al niño los planos semánticos del mundo que tiene que construir. La realidad en bruto no es habitable: es preciso darle significados, segmentarla, dividirla en estancias y construir pasillos y relaciones para ir de una a otra (…).
También él [Rilke] asiste asombrado al fascinante espectáculo del aprendizaje de las palabras. Recuerda a una madre –que tal vez olvidó que fue transmisora no sólo de vida, sino también de las palabras y sus significados- cómo “inclinaste sobre los ojos nuevos el mundo amigo, apartando el extraño”.
“¿Dónde, ay, quedaron los años cuando tú, sencilla,
con tu figura esbelta atajabas el caos bullente?”
Este “caos bullente” que es, para el niño, el mundo de la experiencia, va haciéndose familiar al adquirir un nombre y, sobre todo, al descubrir que la madre posee los nombres que identifican las cosas y las hacen manejables.
“Nunca un crujido que no explicases sonriendo,
como si hace mucho tiempo supieras ‘cuándo’ el entarimado se porta así.
Y escuchaba y se calmaba”.
Esta larga faena de contar al niño el mundo y decirle que la vaca hace “mu” y que la oscuridad no es nada y que el árbol se llama árbol y que los niños no deben tirar la comida y que mamá le quiere mucho, hace posible que el niño vaya colocando en su sitio las vacas, los mugidos, y el querer y el árbol y la comida y todo lo demás, y después de realizada la tarea de organizar la desconcertante variedad de las cosas, el niño queda tranquilo y satisfecho,
“aliviado, bajo párpados
soñolientos disolviendo la dulzura de tu leve modo
de dar forma a todo”.
JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘TEORÍA DE LA INTELIGENCIA CREADORA’, 1993
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