por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7,5
Ahora mismo estoy escribiendo desde un ordenador portátil y, por un momento, temo que alguien me esté espiando tras el ojo plateado de la webcam. Cojo el teléfono móvil y el efecto espejo —voltear el objetivo para verse a sí mismo— deja de hacerme gracia al pensar que otros puedan estar observándome las veinticuatro horas. Sin duda estoy bajo los efectos de ‘Open windows’, la nueva, orginal y rocambolesca creación de Nacho Vigalondo.
Los más entusiastas ya le llaman el discípulo cántabro de Hitchcock, y a su nueva película, “La multiventana indiscreta” (Lluís Bonet Mojica). No andan muy desencaminados, por lo menos en lo que respecta a las intenciones de este thriller ultratecnológico, empeñado en homenajear al tío Alfred en clave posmoderna y multicanal. Para ello, Vigalondo toma una primera y audaz decisión, de la que sale notablemente airoso: relatar toda la película, del primer fotograma hasta el último, desde la pantalla de un ordenador.
En este escritorio del infierno se irán abriendo y cerrando ventanas para estupor de Elijah Wood, el joven freaky que maneja el ratón mientras pone su mejor cara de tonto, con esos ojos saltones tan adecuados para el género (¿qué sería de 'El resplandor' sin los ojos de Shelley Duvall saliendo de sus órbitas?). Y, como san Hitchcock manda, el señuelo de la historia, la peligrosa obsesión, tendrá nombre y rasgos de mujer, en este caso una actriz de moda (Sasha Grey) por quien nuestro hobbit bebe los vientos. Actriz porno en la vida real, para más guiños en una historia de voyeurs y deseos reprimidos.
A partir de ahí, la película pone en marcha un mecanismo diabólico que convierte al trémulo protagonista en prisionero de su propio ordenador, y a éste en insólito espacio hermético donde se irán desarrollando los acontecimientos. El encierro de Elijah recuerda vagamente 'Última llamada', donde Collin Farrell era chantajeado por un misterioso interlocutor que le impedía moverse, sólo que aquí no hay cabina telefónica sino una permanente y angustiosa conexión a Internet. El ordenador es la ratonera. Como siempre, el cine nos recuerda lo peor de la tecnología.
Jugando con los tiempos narrativos como ya hiciera en 'Los cronocrímenes' —aquélla quizá más redonda—, Vigalondo se va de farra con sus propios hallazgos y construye momentos felizmente pasados de vueltas. Momentos alucinantes: la visualización de la chica en el maletero del coche a través de miles de cámaras ping-pong es puro cubismo cibernético. Otros son producto del humor surrealista más verbenero, como los hackers que irrumpen con gafas fosforescentes y llamando a "Nevada" con un extraño acento francés (Adam Quintero, telegénico y rey de la función).
Habrá quien se pierda por la sobredosis de recursos visuales —un servidor volvió a casa como recién salido del bombo de una lavadora— o quien presente justas enmiendas a un guion hiperalambicado que quizá no acaba de cerrarse satisfactoriamente —en el desenlace hay algunos trucos de feria que no cuadran con el contexto general de súper-inteligencia tecnológica—. Al parecer más de un informático también ha señalado unas cuantas trampas y mentirijillas típicas de director con ínfulas futuristas. Por nuestra parte se las perdonamos todas, y aplaudimos que, de vez en cuando, haya quien se atreva a hacer películas 100% experimentales. Con permiso de Hitchcock, claro.
‘OPEN WINDOWS’, DE NACHO VIGALONDO
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