por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 4
Nota: 4
Tom Hanks le ha cogido gusto a ser víctima. Entre todos le han convertido en mártir adorable de América. Desde aquel lejano ‘Forrest Gump’, que trataba de camelarnos con sus mohínes y andares torpes, pasando por el jadeante ‘Náufrago’ o ese ‘Capitán Philips’ resignado a ejercer de chivo expiatorio del crimen internacional, su rostro cada vez más orondo viene siendo sinónimo de presunción moral de inocencia. Tom es un papá afable. De Tom nunca se puede desconfiar. Tom da pena.
Quizá por eso el rey Midas de Hollywood le ha vuelto a reclutar para otra de sus operaciones patrióticas de gran envoltorio y gruesas llamadas a la emotividad. ‘El puente de los espías’ está ambientada en los años plúmbeos de la Guerra Fría y lleva a la gran pantalla la historia real de James Donovan, un abogado de seguros que negoció al más más alto nivel para desbloquear conflictos entre EEUU y la Unión Soviética. De hombre corriente a héroe. Ya lo tenemos. Marchando una de Spielberg.
A años luz del rigor de ‘La lista de Schindler’ y de la oscura ‘Munich’, el trazo simplista y la obsesión por generar compasión hacia el protagonista acaba por emborronar el resto de la película (si es que la hay). La película es James y su circunstancia. Un buen hombre de manual, un ciudadano medio movido por una purísima responsabilidad kantiana sin que sepamos muy bien por qué, un padre de familia metido a hombre de acción, un héroe a quien le rugen las tripas y le cae el moquillo (por favor, un kleenex para este señor, que sí, que ya lo hemos pillado). Si estuviéramos en los años cincuenta, o incluso en los candorosos noventa, nos creeríamos este personaje, porque los había a raudales en el cine y nadie les tosía. Pero ya nos hemos hecho mayores y el director de ‘E.T.’ parece que no se ha enterado.
Lo más interesante de la película quizá sea el matiz que introduce el espía ruso defendido por Donovan (Mark Rylance), impecablemente presentado y desarrollado, con su característica parquedad y halo de misterio. Se suponía que debíamos asistir a un intenso diálogo de tú a tú entre estos dos personajes procedentes de mundos y caracteres dispares, pero Spielberg resuelve la cuestión con premura para centrarse en la peripecia heroica del abogado. Quizá también pedía más protagonismo el letrado alemán Wolfang Vogel (espléndido Sebastian Koch, el escritor perseguido de 'La vida de los otros'), personificación de la RDA humillada y reducida a nota a pie de página en medio de la contienda rusoamericana. En cambio, mejor no hablemos de otros personajes perfectamente intrascendentes, como el joven aviador arrestado por los soviéticos o la fidelísima esposa cuya mayor aportación dramática es recoger del suelo el sombrero del marido.
La necesidad de tender puentes en vez de levantar muros se suponía que era el mensaje conciliador y plausible de esta excursión algo nostálgica al mundo de los bloques. Sin embargo, en el puente Glienicke que da nombre a la película no pasan tantas cosas verdaderamente apasionantes, mientras que el muro de Berlín y el paralelismo con los muros americanos le brinda a Spielberg una metáfora especialmente zafia y autocomplaciente en el tramo final. A medio camino entre el drama y el fallido thriller de espionaje, la historia no consigue encontrar el tono ni la profundidad necesaria y lo fía todo al culto baboso a la personalidad de su protagonista. No verla puede que sea hasta higiénico.
‘EL PUENTE DE LOS ESPÍAS', DE STEVEN SPIELBERG
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