"Era necesario buscarle al niño un patrón celeste": y así, el viejo Íñigo se convirtió en Ignatius
[A Ignacio de Loyola ] prefiero llamarle Íñigo, proparoxítono, con el acento en la primera sílaba, porque éste era su nombre de pila, su pronombre, y no Ignacio. Íñigo, en efecto, es un viejo nombre ibérico, probablemente vasco que, en los documentos de la Edad Media, se escribía Enneco. No es el nombre de un santo patrón, ni tampoco lo es Diego, que viene de Didachus -San Diego de Alcalá fue canonizado bastante tarde-, ni tampoco muchos otros nombres españoles.
Era necesario buscarle al niño un patrón celeste cuyo nombre se pareciera al que llevaba. Así, a los Diego les fue adjudicado Sant Iago, por un análisis equivocado del nombre: San Tiago, ya que Diego empezó por ser Diago. Y se colocaron a los Íñigo bajo la advocación de Ignatius. Ignacio fue, pues, una latinización falsa de Íñigo. Tuve un amigo americano cuyo nombre era Everett y a quien en Salamanca llamaban Don Evaristo.
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