por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 5
Se enciende el pebetero y los Juegos del Hambre vuelven a desprender ese aroma entre cutre y grandilocuente. Porque de eso va la saga: una mezcla accidentada entre fábula política y tebeo adolescente, entre mitología y Gran Hermano, entre la antigua Roma y Candy Crush.
La abanderada de estas olimpiadas con mensaje vuelve a ser Jennifer Lawrence, Diana posmoderna que dispara flechas y mira a los hombres con desprecio para mayor regocijo del feminismo con acné. Recuerden: la joven mártir debe participar en un sádico juego televisado en el que sólo puede quedar uno si quiere salvar a su familia. Los gladiadores son extraídos cada año de los distritos del suburbio como divertimento para los opulentos espectadores del Capitolio, según el interesante punto de partida futurista de la escritora Suzanne Collins.
Cambia el director (Gary Ross por Francis Lawrence) pero la partitura es la misma: un raro cóctel de referencias con defectuoso sentido del ritmo, un artefacto que no sabemos si se toma en serio a si mismo o más bien se burla de nosotros. Su seña de identidad es la irregularidad, la disparidad. Las escenas largas y soporíferas se alternan con cápsulas de acción vibrantes, como el ataque de los monos (¡la película dura dos horas y media y la historia empieza casi al final!). La estética telefílmica –casi siempre– se trenza con los momentos de destello –a veces–, y la mediocridad general se coteja con el carisma intenso y taciturno de Jennifer Lawrence, esa actriz de físico equívoco que se podría antojar una Barbie olvidable pero que a veces parece la nueva Liz Taylor.
La dureza del planteamiento –todos contra todos, matar al otro para vivir– le viene muy grande a este show adolescente que, en realidad, jamás se atreve a mirar de frente su propio argumento. Más bien se pierde en un circo dilatorio sin rumbo ni concierto, un metraje exageradamente largo que se pasea por decorados soviéticos o incluso bíblicos –véase la gratuita flagelación de Cristo que sufre cierto galán de ojos azules– y otros cercanos a Ben-Hur especialmente convincentes –el desfile de los carros por el circo futurista vuelve a ser brillante, igual que ese vestido en llamas de la joven vestal televisiva– sin alcanzar nunca la más mínima profundidad.
Si salvamos de la quema estos Juegos kitsch es por la gran Jennifer Lawrence, por esas notas de Horn of Plenty que nos levantan de la butaca, porque de tan mala es casi original, y sobre todo porque en medio de esta fiesta de fin de curso seudorrevolucionaria están por última vez la cara y la voz de Philip Seymour Hoffman. No sabemos muy bien qué hace aquí, pero nos iríamos con él adonde fuera necesario para comandar la Revolución.
‘LOS JUEGOS DEL HAMBRE: EN LLAMAS', DE FRANCIS LAWRENCE
LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LABUTACA
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada