por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 4
Hay actores que tienen que hacer de Sísifo: arrastrar pesadamente la piedra de una película mediocre y elevarla hasta lo más alto posible. Con un poco de suerte, el pedrusco no vuelve a rodar hacia abajo, y entonces los actores son héroes. O simplemente tienen la genética para hacerlo una y otra vez, como Judi Dench.
Porque ella y sólo ella dignifica este telefilme disfrazado de película, que dilapida clamorosamente un tema de tanta enjundia dramática y social como el de los niños robados. El escándalo de Irlanda y de otros tantos países merecía entrar en el séptimo arte por la puerta grande, como lo hizo el sida en 'Philadelphia' o las sombras del sistema penitenciario en 'Cadena perpetua'. Quizá era mucho pedir una obra maestra sobre el robo de bebés auspiciado por las instituciones religiosas, pero al menos nos podían haber ofrecido una cálida y emotiva "historia de interés humano", como reza la película citando el argot del periodismo anglosajón.
Nada de eso hay en 'Philomena'. Chata y gris hasta decir basta, aborda el drama de los hijos arrancados de sus padres con un alarmante tono rutinario. El director Stephen Frears ('Te queen') quiere introducir flecos cómicos en el relato pero acaba chapoteando en la frivolización más burda. La escena en la que la anciana es informada sobre la vida sexual de su hijo es un insulto a la inteligencia: vende la coherencia del guion por un plato de lentejas supuestamente humorísticas.
Poco se puede decir de Steve Coogan, que parece muy perdido y muy desganado acompañando a Philomena en la búsqueda de su hijo. También a nosotros se nos quitan las ganas a los pocos minutos. Judi lo intenta y lo intenta, pero le hacen decir y hacer muchas tonterías a lo largo del metraje. Suerte que en sus rostros y en sus ademanes hay una película infinitamente más interesante.
‘PHILOMENA’, DE STEPHEN FREARS
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