dilluns, 12 de maig del 2014

Nefelocoquigia

Joan Pau Inarejos

¿Quién no ha observado las nubes alguna vez buscando formas imaginarias? Antes de que el cloud computing impusiera su ley, lo de “estar en las nubes” era un estado maravillosamente enajenado y creador. El templo perfecto de la subjetividad. Me asomo al balcón y veo un ángel maldito arrastrando sus alas de algodón mientras se gira para devolverme la mirada. Pasa un minuto y la cabeza del ángel expresionista se ha borrado. Ahora es una sepia surcando el cielo, o una enorme seta de tallo afilado.

Hace poco descubrí que este ejercicio cotidiano tiene nombre, y desde entonces ando como un niño con un juguete nuevo entre las manos. Al parecer, la búsqueda recreativa de formas inteligibles en las nubes se denomina nefelocoquigia, y mi teclado acaba de resoplar estupefacto tras esta coalición de letras tan esperpéntica y desafiante. Nefelocoquigia. Según cuentan, su origen se halla en la comedia de Aristófanes ‘Los pájaros’, cuyos protagonistas alados empleaban toda su vida en construir una ciudad en el aire sin llegar nunca a conseguirlo. De nephele, “nube” y  kokkyx, “cuco”, se obtiene nefelocoquigia, “ciudad de los cucos en las nubes”.

Admitámoslo: no es una palabra hermosa, como puedan serlo lapislázuli o azucena, palabras que llevan impregnadas las formas y los perfumes exactos de las cosas que designan. No. Nefelocoquigia es más bien un vocablo punk y antisistema, un palabro metálico y estridente que parece rebelarse contra su melifluo referente. Suena como un diagnóstico aguafiestas: usted no está en las nubes, usted padece nefelocoquigia. Y esos cucos laboriosos, ¿qué pintan ahí? Se dirían emparentados con la sonrisa esquizofrénica de Jack Nicholson... 

Por otra parte, sabemos bien que inventar palabras raras para cosas sencillas es un pésimo negocio para el lenguaje, que basa sus grandes éxitos en la economía y el dardo certero. No es este un neologismo surgido al calor del pueblo, sino un cultismo antipático en toda regla. 

Sin embargo, debo confesar que me he encariñado de esta nefelocoquigia como se encariña uno de una mascota fea o de esos hombres de Pío Baroja que iban por la calle hablando como los personajes del Siglo de Oro. Pasado este rato, la seta se ha convertido en una cabeza de elefante, y empiezo a pensar que soy un nefelocoquígico reincidente.

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