por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 5
El expresidente del PNV Xabier Arzalluz provocó un considerable revuelo cuando defendió que la identidad vasca tenía elementos raciales. Lo dijo allá por el año 2000, y argüía que la mayoría de sus conciudadanos poseían un RH negativo en la sangre. Aunque el león de Azkoitia esgrimía estudios de “prestigiosos genetistas”, el presunto RH vasco resultaba escurridizo y muy difícilmente objetivable. Algo parecido le ocurre al fenómeno cinematográfico del momento. Se supone que tiene el gen del éxito, pero no se lo vemos por ninguna parte.
Solamente los azares de la industria y el persistente boca-oreja pueden explicar que una comedia tópica, normalita y a ratos graciosa se haya convertido en la película más vista de la historia del cine español, ese podio inquietante donde las superproducciones de Amenábar y Bayona se codean con las sucesivas entregas de 'Torrente'. Que necesitamos reírnos de nosotros mismos, que la tensión plurinacional precisaba una vía de escape, que nos merecemos una alegría después de los años de plomo de ETA, de acuerdo. ¿Pero el mero factor distensor podía generar una respuesta así? ¿Alguien podía preverlo?
Sociólogos, delineantes de tendencias y sabiondos varios del séptimo arte deben batirse en retirada ante el peso descarado de la realidad: la gente se ríe a mandíbula batiente con la confrontación más burda entre estereotipos regionales. Ayuda la bonhomía de Dani Rovira: el nuevo Luisma del orbe catódico se mimetiza sin problemas con ese joven sevillano de pocas luces y metido en apuros por culpa del amor. Ayuda la presencia de Carmen Machi, todoterreno de la comedia televisiva guste más o menos (Mediaset, con su bombardeo de marketing antes, durante y después, ayuda también mucho). Y cumplen correctamente Clara Lago y Karra Elejalde en sus respectivas tareas: hacer de vasca sin ser vasca y parecer mucho más vasco de lo que es.
Hay gags felices ("Salió con un chico del sur?", "Sí, de Vitoria"; "¿Clemente no es vasco? Pues qué disgusto se llevará la familia cuando se entere) y momentos que arrancan la sonrisa, pese a ser previsibles, como la manifestación de la izquierda abertzale donde el inspirado andaluz, en un golpe al estilo Forrest Gump entre los hippies, agarra el megáfono y se pone a corear "Euskadi tiene un color especial". A alguien le chirriará algún que otro chiste desafortunado sobre los secuestros. Pero el tono amable predomina: no hay voluntad subversiva.
Afortunadamente, 'Ocho apellidos vascos' carece de pretensiones y traza toda su peripecia cómico-romántica con un simpático rotulador grueso sin que apenas le tiemble el pulso. Quien quiera ver una apología de la España plural en su happy end está en su derecho, pero tendrá poco donde rascar. Lo auténticamente llamativo es que una película sin aparente ambición se haya visto agigantada por los espectadores. Los caminos del AVE son inescrutables.
‘OCHO APELLIDOS VASCOS’, DE EMILIO MARTÍNEZ-LÁZARO
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