por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 8,5
“Pensaba que habría algo más”. Esta frase, pronunciada en un momento clave de la película que no podemos desvelar, sintetiza lo que podrían pensar algunos espectadores desencantados con ‘Boyhood’, gente que esperaba ese punto mágico, ese fuego dramático que tarde o temprano acaba prendiendo en las grandes historias familiares. Aquí no. ‘Boyhood’ es casi tan prosaica y seca como la vida real. Y aun así, fascinante.
El haber rodado la historia a lo largo de doce años y siguiendo la evolución física de los personajes es ya de por sí un mérito plusmarquista de Richard Linklater, merecedor de llenar las salas con una premisa metodológica tan extraordinaria y llamativa. Pero además, y ésta es la guinda del pastel, ‘Boyhood’ es una buena película, una gran película, pegada al asfalto de la vida también en los diálogos, en los personajes tan estupendamente creíbles y consistentes, en una nueva manera de hacer, fresca, rompedora, llamada a reconciliar los dos lados de la pantalla.
Linklater hace un chasquido con los dedos y consigue que el guion desaparezca para que asistamos al devenir espontáneo de una familia americana. Una familia tan llena de defectos y amarguras como la que más. A una monumental Patricia Arquette le toca lidiar con las tareas de matriarca accidental, mientras Ethan Hawke se convierte en el perfecto padre crápula que, pese a todo, se hace querer. Y en medio, Mason (Ellar Colltrane), el pasivo protagonista que todo lo ve con su distante mirada infantil.
'Boyhood' deja escenas dignas de ovación por su naturalidad tan bien construida, como las conversaciones entre padre e hijos dentro del coche (con qué soberbia ironía se recriminan mutuamente no saber nada los unos de los otros), los monólogos eufóricos de Ethan Hawke a cuenta de Los Beatles o el momento de una madre fuera de sus casillas que no sabe cómo decir a sus hijos que se vayan de casa y espabilen. Sin transiciones ni artificios, sin nada que chirríe en el plano estilístico, Linklater va enhebrando el paso de los años y lo espolvorea con divertidas referencias a la música o la política, desde Britney Spears hasta Obama pasando por la guerra de Irak o Harry Potter. Un fresco de los 2000.
Lenguaraz y sin trazas de afectación, este pedazo de cinerrealidad llena sus casi tres horas de metraje con un caudal de conversaciones aparentemente triviales y con un trajín constante de personajes que entran y salen, del mismo modo que las personas aparecen y desaparecen en nuestras vidas sin rencores ni reencuentros emotivos. El tímido Mason tiene algo de los protagonistas invisibles, como el encantador Nick Carraway de 'El gran Gatsby', y algo de esos jóvenes antihéroes que, no sabemos por qué, pero nos atrapan con su testimonio banal, como el Holden Cauldfield de 'El guardián entre el centeno'.
En realidad, 'Boyhood' es una enmienda a la totalidad del cine tal como se ha concebido tradicionalmente: la ficción que transfigura la realidad, que la hace más intensa, más simple o más elevada ("algo más", bigger than life). Linklater hace lo mismo que Courbet cuando enseñó la enorme vagina pintada sobre un lienzo a los pacatos burgueses de su época, acostumbrados a las mujeres idealizadas. La vida es esto: pasar de hijo a padre sin poder pensarlo, sacrificarse muchas veces por nada, encadenar males menores y ver cómo el afecto va a parar frecuentemente a los que menos lo merecen. Generaciones que no cargan con las neuras y prioridades de sus antecesores. Injusto, imperfecto. Sin trucos ni atajos. Sin más guion que la libertad humana.
‘BOYHOOD’, DE RICHARD LINKLATER
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Sigo fascinado con el filme, quiero volver a verlo.
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