por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7,5
La industria audiovisual española ha encontrado un filón en el estrecho de Gibraltar. Entre los rompeolas de Europa y el Magreb, con vagas resonancias de los romanceros antiguos y sus amores prohibidos, se desenvuelven actualmente algunos de los productos de más éxito en la pequeña y gran pantalla. Moros y cristianos con decorados de la globalización, el terrorismo y el narcotráfico. En las cercanías de Algeciras se empieza a perfilar lo que podría ser –con imaginación de algunos– un genuino western ibérico.
Mientras ‘El Príncipe’ rompe audiencias y corazones en el prime time televisivo, ahora un experto en thrillers como Daniel Monzón también ha sacado billetes rumbo a este mundo limítrofe, donde el deje andaluz se funde con el inglés y éste con el árabe. El director de la soberbia ‘Celda 211’ ha elegido los ojos azules y rasgados del debutante Jesús Castro para condensar esa sensación de peligro y exotismo que emana de nuestros confines del sur. Un joven más bien paleto y sin pretensiones, pero capaz de zafarse de un helicóptero de la Guardia Civil. El Luisma de ‘Aída’ con la mirada de Paul Newman.
Las fugas y persecuciones sin duda concentran lo mejor y más vibrante de la película, hasta el punto de codearse con lo mejor que ha dado el género. Los lances entre la unidad aérea de la policía y los intrépidos narcotraficantes a bordo de una lancha son puro ritmo, pura adrenalina, un espectáculo audiovisual de esos que solemos decir que sólo dominan los americanos. Pues no. Como ya demostró en su thriller carcelario, y otra vez ayudado por el pétreo Luis Tosar, Monzón es capaz de rodar en nuestros aledaños lo que el gran Hollyood rueda en los suyos. Con todo lo necesario: intrigas policiales, agentes obcecados en su misión hasta el borde la obsesión y los malditos paquetes de droga cumpliendo el papel de macgguffin, ese objeto catalizador de toda la trama que bautizó Alfred Hitchcock.
Robusto y profesional, con el sello y los personajes del buen cine clásico, en este duelo Castro & Tosar quizá se echa de menos más chispa y mito, más sabor legendario. Eso que se esboza en los planos abiertos sobre el mar, donde el personaje de El Niño pasa surcando las olas a lomos de su rabiosa moto acuática. La tentación delincuente de los que no tienen nada, los sueños de grandeza en el lado oscuro de la ley, sobre eso pasa Monzón quizá demasiado esquemáticamente (patinazos aparte, como la elección de la joven que interpreta a Amina). Sabemos bien que los pícaros rara vez triunfan en su aspiración de ascender a héroes de la mafia, pero en su empeño sanguíneo, en su apuesta desarrapada, están algunos de los mejores momentos de la narrativa universal. Ojalá Monzón hubiera sido un poco menos discreto, algo menos tácito: con un gramo más de épica, su Niño hubiera pegado un formidable estirón.
‘EL NIÑO’, DE DANIEL MONZÓN
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