Nota: 7
En inglés, el vecino y el prójimo son indistinguibles (neighbor). Por eso, el bíblico “amarás a tu prójimo” tiene en la lengua de Shakespeare un timbre cotidiano y casi costumbrista: “amarás a tu vecino”, es decir, amarás al que está, literalmente, junto a ti. Un católico inglés, Chesterton, expresó así el cariño debido a las personas lindantes con nosotros: “Podemos amar a los negros porque son negros o a los socialistas alemanes porque son pedantes; pero a nuestro vecino tenemos que amarlo porque está allí”.
No siempre nos gusta, pero está allí. Chesterton cree que los vecinos y los parientes, tan denostados por el individualismo moderno, son los tipos de personas más novelescos, puesto que nos ocurren, nos acaecen, no los hemos escrito ni buscado sino que son obra del caprichoso guionista supremo (Dios), cuyos caminos, ya se sabe, son inescrutables.
Sirva este rodeo evangélico para presentar una película que se titula con el nombre de un santo, pero cuyo protagonista parece lo más alejado de los protagonistas de las hagiografías o historias sagradas. Gruñón, egoísta, perezoso y mal hablado. Un cruce del Jack Nicholson de 'Mejor imposible', Homer Simpson y el señor Wilson de Daniel el Travieso, con componentes de alcoholismo y síndrome de Diógenes. Una perla, este Bill Murray.
Quién mejor que el hombre de la marmota, el indolente viajero de 'Lost in translation', el seductor crepuscular de 'Flores rotas', para encarnar la quintaesencia del vecino repulsivo. Algo nos dice, ya desde el principio, que los buenos sentimientos no tardarán en aflorar y este Grinch acabará endulzándose como Papá Noel, en una de esas domesticaciones franciscanas tan del gusto de los americanos. Pero no importa que la historia sea previsible, ni poco creíble, porque sus actores hacen algo muy meritorio: que parezca fresca y simpática.
Además de Bill Murray, la ópera prima de Thodore Melfi nos brinda la oportunidad de ver a Naomi Watts en un papel bastante alejado de sus títulos de más relumbrón. Esta mujer preñada y resuelta, ligera de cascos y propietaria de un estrafalario acento ruso, parece salida de una película de Almodóvar y nos regala grandes momentos. Sin olvidar el pequeño Jaeden Liberher, el niño cándido y avispado por el que Grinch-Diógenes devendrá canguro por accidente (entrañable y magnífico actorcillo, casi dan ganas de adoptarlo cuando lo ves yendo al cole con la ayuda de Google Maps).
El encuentro del mozalbete con el mundo agrio y socarrón del vecino nos promete una comedia tan esquemática y cien veces vista como honesta y disfrutable. Una comedia-drama con toques chiflados, como la injustamente olvidada 'El lado bueno de las cosas', con De Niro y compañía. A los diálogos quizá les falte velocidad, aunque no faltan lances brillantes, como el momento en el que la meretriz embarazada exclama "¡He roto la agua!" y el viejo contesta "Pues llama al fontanero", o las disparatadas sesiones de rehabilitación donde Bill Murray demuestra que ni la parálisis facial puede con su sorna viejuna.
‘ST. VINCENT’, DE THEODORE MELFI
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