por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 4
Alice era una profesora de psicología cognitiva y ahora tiene alzheimer. Pero aún es ella. Lo recalca el título (Still Alice), un título conciso, cargado de significado, aunque aquí se haya convertido en ‘Siempre Alice’, por mor de las traducciones traicioneras. Nótese que el matiz es importante. El título original habla de una identidad en lucha, agónica en el sentido griego, aquí y ahora. El segundo es un epitafio naif que valdría para cualquier vida y cualquier contexto. La película se mueve en el impasse dramático de la enfermedad: siendo aún Alice, no sabe si siempre lo será. Tarjeta roja para el traductor.
Pero no nos perdamos en cuestiones lingüísticas… o quizá sí, porque eso es lo que hace el personaje de Julianne Moore: perderse en plena disertación lingüística en la universidad y caer en un vacío que presagia olvidos mayores. Más tarde la veremos desorientada en medio en la ciudad, con un uso inteligente de la profundidad de campo (todo su entorno está borroso) para evocar su extravío mental. La de Carolina del Norte, que lo mismo hace unos Juegos del Hambreo una obra de arte y ensayo, se deja la piel en una interpretación muy aplaudida que le ha valido el Oscar. Sin embargo, tristemente, ni siquiera su buen trabajo merece el visionado de un producto discreto, discretísimo, por no decir mediocre.
Si aun así se deciden a explorarla, comprenderán que la madura pelirroja se haya llevado todos los loores, aunque por aquí aconsejamos no menospreciar a Kristen Stewart, encargada de interpretar a su díscola hija menor. Emancipada de sus amantes lobunos, la ex crepúscula se desenvuelve la mar de bien en el papel de esa aspirante a artista de teatro, rebelde y retraída pero de buen corazón. Nada que ver con su hermana mayor, tan perfecta como insoportable, ni con su padre (Alec Baldwin), prototipo de las debilidades masculinas cuando van mal dadas.
La historia podría haber dado mucho más de sí, pero los directores se conforman con una sucesión chata y previsible de escenas supuestamente emotivas, sin olvidar, como Hollywood obliga, el imprescindible discurso ampuloso ante el público, plagado de frases sonoras de autoayuda. Qué pena que el cáncer de la mente, la odiosa enfermedad de nombre alemán, aún no tenga una película inolvidable.
‘STILL ALICE’, DE RICHARD GLATZER Y WASH WESTMORELAND
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