En el museo de arte moderno de Nueva York, un espectador está contemplando el ‘Blanco sobre blanco’ de Kasimir Malevich. Es una experiencia incómoda. Este cuadro consiste en la superposición de un rombo blanco sobre un fondo blanco, y es el icono más radical de la muerte del arte. Niega toda estética, toda materialidad de la pintura, a favor de la ‘gran nada’. Es tan extrema la soledad de este cuadro que el espectador resuelve hablar con él:
-No te entiendo. ¿Qué eres?
-No me entiendes porque me miras con ojos antiguos. –responde el cuadro- Yo, amigo, soy la pureza del arte.
-Yo no veo pureza. Veo las fibras de la tela, veo la nada.
-Tú lo has dicho.
-¿Intentas decirme que la nada es la culminación del arte? ¿Para eso llevamos tantos siglos pintando, para llegar a la nada?
Y entonces, en el momento decisivo, el ‘Blanco sobre blanco’ calla. El espectador se queda con las ganas de saber quién es el engañador y quién es el engañado. Nadie le responde en el pasillo indiferente. Aturdido y humillado, se encamina hacia el bar del museo. Por lo menos allí huele a café.
-No te entiendo. ¿Qué eres?
-No me entiendes porque me miras con ojos antiguos. –responde el cuadro- Yo, amigo, soy la pureza del arte.
-Yo no veo pureza. Veo las fibras de la tela, veo la nada.
-Tú lo has dicho.
-¿Intentas decirme que la nada es la culminación del arte? ¿Para eso llevamos tantos siglos pintando, para llegar a la nada?
Y entonces, en el momento decisivo, el ‘Blanco sobre blanco’ calla. El espectador se queda con las ganas de saber quién es el engañador y quién es el engañado. Nadie le responde en el pasillo indiferente. Aturdido y humillado, se encamina hacia el bar del museo. Por lo menos allí huele a café.
JOAN PAU INAREJOS, octubre 2004
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