Ahora que ya estamos liberados, vamos a jugar: éste parece el aroma común de los capiteles corintios, los retablos barrocos, las alfombras persas o las cerámicas modernistas
Después de que nos dijeron los griegos que no hay que esconder el cuerpo humano, que las túnicas y adornos huelen a jerarquía egipcia, después de que nos enseñaron a cincelar torsos y a pintar espaldas femeninas, después de tanto magisterio renacentista y liberador, vamos y nos ponemos a dibujar flores y cenefas. ¿Puede la decoración ser ella misma el tema del cuadro? Muchos artistas lo han visto así: artistas hastiados por siglos de profundidad que deciden abandonarse a los juegos estéticos más frívolos. Como Klimt, que convierte los estampados de la ropa en protagonistas del cuadro. He aquí a un provocador, porque llama la atención sobre la piel del cuadro. Nos distrae con anémonas y corales, collares y pulseras, redes y algas. ¿Y dónde está la perla? No está. Para indignación de muchos, Klimt ofrece seducción pura, deleite visual, torbellino de golosinas.
Ahora que ya estamos liberados, vamos a jugar. Ésta parece ser la consigna de los hippies de todas las épocas, el aroma común de los capiteles corintios, los retablos barrocos, las alfombras persas o las cerámicas modernistas: juguemos. Pero hay un fondo de amargura en todos los juguetones. Los musulmanes no pueden ver a Dios, y se refugian en las tramas y tejidos. La blanca pared, la tela desnuda, se llenan de sueños vegetales y deseos filamentosos. Cuando Rafael y Michelangelo ya han pintado todo lo que tenían que pintar, la ambición renacentista se deshincha. Y entonces brotan los colores venecianos, las vírgenes españolas, las túnicas de El Greco. Los artistas pierden la inocencia y se libran a un frenesí creador, como si tanta flor y tapiz pudiera ahogar el íntimo desencanto. Los dioses se van muriendo de viejos pero los nietos, esos niños de ojos morados, juegan con sus preciosas mortajas.
JOAN PAU INAREJOS, octubre 2004
foto: 'La virgen', de Gustav KLIMT
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